THE OBJECTIVE
Daniel Capó

J.D. Vance en los Apalaches

«El candidato a vicepresidente con Trump representa un nuevo conservadurismo que aspira a reemplazar el marco mental del liberalismo y de la socialdemocracia»

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J.D. Vance en los Apalaches

Ilustración de Alejandra Svriz.

En el verano de 2019, pasé con mi familia unas semanas en los territorios boscosos de los Apalaches. Unos tíos míos lejanos se habían construido una casa allí, junto a un pequeño lago, después de haber vivido durante tres décadas en la gran área urbana de Nueva Jersey que circunda Manhattan. A la distancia, escuchábamos el silbido de un motor que extraía gas natural gracias a la técnica del fracking. Por las mañanas y al atardecer, no era extraño ver a unos ciervos acercarse a beber al estanque de agua. Una vecina, más al norte, mantenía sola una explotación de árboles de Navidad. Tenía ochenta años y había aprendido a utilizar el rifle después de divorciarse. A cinco o seis millas se encontraba el pueblo más cercano, con sus bibliotecas públicas, sus pequeñas iglesias de madera y un restaurante llamado Green Gables.

La noche que fuimos allí a cenar pensé en el paisaje humano de los hillbillies, de los cuales habla J. D. Vance en el libro que le ha dado la fama: Hillbilly, una elegía rural, traducido entre nosotros por Ramón González Férriz. La belleza del lugar contrastaba con el deterioro moral de un mundo que desaparecía entre la deconstrucción de los valores, las consecuencias de la globalización y la burbuja económica producida por la llegada del fracking. Drogas, obesidad, suicidio, alcoholismo, discursos populistas, nacionalismo y melancolía eran los síntomas de una sociedad colapsada.

Al conversar con la dueña del restaurante, me sorprendió descubrir que nunca había visitado Manhattan a pesar de encontrarse a unas cuatro o cinco horas de distancia de la ciudad. Al día siguiente nos dirigimos al sur, a Lancaster, para visitar la mayor comunidad amish de los Estados Unidos, donde encontramos un tono vital completamente distinto. También conservador, por supuesto, pero con un énfasis comunitario mucho mayor.

El discurso de J. D. Vance, candidato a la vicepresidencia estadounidense con Donald Trump, nace de este contraste, que no resulta ajeno al auge conservador de los Estados Unidos, y de sus reservas hacia imperio ideológico que supuso Reagan en los ochenta. Patrick J. Deneen, profesor de la Universidad de Notre Dame, es el teórico más fino de esta corriente que ve en el liberalismo la causa de buena parte de los males del sistema capitalista. La antropología liberal tiene que verse atemperada o equilibrada por un marco cultural comunitario que no prive el individuo de su condición personal, es decir, abierta a los demás. El individuo se convierte en persona cuando crece y vive en común, en contacto con sus semejantes. En ello consiste la labor de las familias y de las instituciones sólidas, de la cultura y de sus valores constructivos. El antídoto, por tanto, a la atomización del individuo es la comunidad.

«Vance representa la punta de lanza de un movimiento ideológico que aspira a sustituir el mito de Reagan»

Vance representa la punta de lanza de un movimiento ideológico que aspira a sustituir el mito de Reagan en el seno del republicanismo. En la línea de Tocqueville, cuando afirmaba que la cultura es más importante para la democracia que las instituciones, el nuevo conservadurismo aspira a reemplazar el marco mental del liberalismo y de la socialdemocracia por un conjunto de valores antagónicos. El historiador John Lukacs, uno de los héroes de Vance, y uno de los primeros críticos de Reagan en los ochenta, lo llamó «reacción». El filósofo francés René Girard sería otro de sus nombres. Para Girard, nos adentramos en tiempos apocalípticos porque, por primera vez en la historia, tiene el hombre la capacidad de destruirse a sí mismo.

Grandes gurús de la tecnología como Peter Thiel o Elon Musk no se muestran ajenos a estas teorías; antes bien, las financian y ayudan a expandirlas. En este sentido, J. D. Vance va mucho más lejos que Trump. No se trata de intuiciones o de instinto, sino de creencias. En efecto, nuestro credo es importante porque terminamos pareciéndonos a lo que pensamos.

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