THE OBJECTIVE
Sonia Sierra

Roro y las mujeres sumisas

«A Pablo lo conocemos como ‘el novio de Roro’ y no al revés, y eso es de agradecer cuando ser ‘mujer de’ te proporciona cátedras sin ser ni licenciada» 

Opinión
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Roro y las mujeres sumisas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Como estoy estudiando italiano y adoro la pasta por encima de todo, sigo a varias cuentas en ese idioma en las que se preparan recetas de cocina. La mayoría de esos contenidos están realizados por mujeres y, en algunos casos, las recetas son muy elaboradas porque hacen incluso la pasta -ese paso me lo salto, que para algo tengo una maravillosa salumeria al lado de casa-, pero ninguna de ellas ha logrado la trascendencia de Roro (nombre artístico de Rocío López Bueno), quizá porque no especifican para quién cocinan, si es que lo hacen para alguien. Y es que aquí está el meollo de todo, en ese «hoy a Pablo le apetecía».

Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, cogió una serie de cuentos populares y les dio un marco que se repite a lo largo de todo el libro: el Conde Lucanor tiene un problema y se lo plantea a su fiel Patronio, que le cuenta una historia de la que se extrae un consejo y concluye afirmando que el Conde lo puso en práctica y le salió bien. Y eso es exactamente lo que hace Roro: empieza sus vídeos diciendo que a Pablo se le antoja algo, ella lo elabora y finaliza afirmando que todo fue perfecto y se ve a ambos disfrutando.

No se necesita ser muy sagaz para ver que se trata tan solo de un marco narrativo y que no es necesariamente cierto que a Pablo le apetezca justo la receta que ella va a preparar, pero esto la ha convertido en blanco de muchas iras y, según ha contado ella en una entrevista, algunas mujeres le gritan por la calle «esclava» o «no te queremos aquí». Desde luego, hay que tener una avería muy grande para gritarle a una chica de 22 años. Bueno, ni a ella ni a nadie.

La primera vez que supe de Roro fue porque se viralizó un vídeo en el que explicaba que Pablo quería invitarla a comer a su restaurante favorito y que, como no sabía qué ponerse, se hizo su propio vestido sobre un maniquí que también había realizado ella. Los comentarios eran realmente divertidos, para nada hirientes, por lo que me reí un rato y luego ya me olvidé del asunto. Hasta que -cómo no- a una parte de esta sociedad que está poniendo su empeño en convertir todo en una turra insoportable, le dio por arremeter contra la muchacha.

Todo empezó con una campaña de la Federación de Mujeres Jóvenes (una entidad socialista de la que seguramente no habían oído hablar hasta ahora, pero que ha recibido un millón y medio de euros en subvenciones en algo más de tres años) en la que criticaban –agárrense fuerte- que su maquillaje es impecable; su sonrisa, amable; su melena y sus uñas, perfectas y su voz, dulce y aniñada. ¿Y?, se preguntarán ustedes con toda razón. Lo raro sería que se pusiera a grabar un vídeo de cocina hecha unos zorros y con uñas de cernícalo. Y en cuanto a la voz, también le dio por ahí a Rita Maestre, la portavoz de Más Madrid en el ayuntamiento de la capital, que en un vídeo que empieza con la voz en off de Roro, la acusa de tener fundy baby voice –forma de hablar de las mujeres en las comunidades ultrareligiosas- y, como la coherencia está sobrevalorada, tras criticarla por ello, se duele de que a las mujeres siempre se nos juzga por la voz. Y para muestra un botón, le hubiera faltado añadir.

«En nombre de ese feminismo que es incapaz de definir qué es una mujer critican a una mujer por hacer lo que quiere»

Nunca he visto a la Federación de Mujeres Jóvenes ni a Rita Maestre preocuparse por las niñas y las jóvenes obligadas a ir cubiertas de pies a cabeza, ni por las mujeres que van a la playa y a la piscina vestidas o con burkinis, ni tampoco por las adolescentes sometidas a la aberrante prueba del pañuelo y, sin embargo, se preocupan por el movimiento tradwife en Estados Unidos –es decir, mujeres que no trabajan y se dedican en cuerpo y alma al hogar- y del que, según ellas, Roro es la pura encarnación y una avanzadilla de lo que puede llegar a ponerse de moda en España.

Sin embargo, aquí también hay mujeres que no trabajan, que se dedican a cuidar a familias numerosas y que elaboran su propio pan y las pastas y dedican horas a preparar platos de cuscús o Tajín, e incluso niñas que roban horas de sus estudios para estos menesteres, pero, de nuevo, ni una palabra sobre el tema. En nombre de ese feminismo que es incapaz de definir qué es una mujer critican a una mujer por hacer lo que quiere. En realidad, Roro es traductora y se saca sus buenas perras con estos vídeos -hasta el punto de que incluso tiene una agente que lleva también a otras conocidas influencers– y antes de dedicarse a los reels de cocina y manualidades, se grababa en el gimnasio haciendo deporte. Y lo más sangrante de todo es que se dedicaron a realizar una campaña contra ella en medio de un verano en el que 11 mujeres han sido asesinadas víctimas de la violencia machista.

También resulta curioso que precisamente a las mismas que no se les cae de la boca la palabra «cuidados» la tomen con Roro porque su personaje se dedica al cuidado de su novio. Y digo su personaje, porque vayan ustedes a saber cómo es su relación real. Según contó ella en una entrevista, Pablo es quien recoge y limpia la cocina y ambos se cuidan mutuamente. No tengo por qué dudar de esto, pero, en todo caso, lo que está claro es que, por mucho que digan que es sumisa, a Pablo lo conocemos como «el novio de Roro» y no al revés, y eso me parece de agradecer en un momento en el que ser «mujer de» te proporciona cátedras sin ser ni licenciada o subvenciones por puntos violetas sin ni tener el bachillerato. 

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