Venezuela es el modelo
«Sánchez ha hecho suyos los principios y las estrategias del comunismo bolivariano: terminar con la división de poderes y la independencia de los jueces»
Cuando vemos vociferar a Nicolás Maduro, insultando a los que no le aplauden o amenazando a los que no le obedecen, podemos tener la tentación de pensar que eso no es real. Que no puede ser real que el presidente de un país tan importante como Venezuela, con sus casi un millón de kilómetros cuadrados y sus 27 millones de habitantes, sea un personaje que parece una ridícula caricatura de dictador sacada de un tebeo.
Sin embargo, sí que es real. Como es real que lleva más de 11 años en el cargo, un cargo que heredó al fallecer Hugo Chávez, el creador de la República Bolivariana hace ya más de 25 años. Él también tenía momentos en los que parecía una caricatura ridícula de dictador. Pero ni él ni Maduro son una caricatura, son dos dictadores.
Chávez, que era militar de carrera, después de dar un golpe de Estado fallido, llegó democráticamente al poder en 1999, con un proyecto de dictadura que estaba mucho más pensado de lo que podía suponerse.
Un dictador es un político que, cuando alcanza el poder, tanto de manera democrática (Hitler en 1933) como por la violencia (Fidel Castro en 1959), dedica todas sus actuaciones a concentrar en sí mismo todos los poderes, es decir, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
En el caso de Chávez su proyecto de dictadura estaba muy elaborado por muchos pensadores comunistas, que, despechados por la caída del Muro, que había dejado en evidencia el fracaso absoluto del modelo marxista-leninista, se pusieron a pensar en cómo hacer mutar el virus del totalitarismo para que no desapareciera.
«En una dictadura nunca pierde las elecciones el dictador»
Para explicarlo en pocas palabras, Chávez, a finales de los noventa era un devoto seguidor de las teorías y las estrategias que habían elaborado marxistas como el argentino Ernesto Laclau y la belga Chantal Mouffe y que preconizaban, precisamente, que el poder había que conquistarlo en unas elecciones y, una vez conquistado, utilizarlo para dar pasos hacia ese «socialismo del siglo XXI», que es el nombre que pusieron al nuevo comunismo, tan totalitario como el de siempre.
¡Ah! y, para que no fuera criticado, el nuevo régimen dictatorial mantendría la farsa de unas elecciones, con la seguridad absoluta de que, desde el poder, en una dictadura nunca pierde las elecciones el dictador.
En España Laclau y Mouffe tienen algunos seguidores confesos. Podemos es, desde sus orígenes, un partido que no ha disimulado nunca su adhesión a ese «socialismo del siglo XXI» ni tampoco sus estrechas relaciones con el régimen de Maduro que les ha financiado generosamente y con dudosa legalidad y al que consideran, sin complejos, un modelo a seguir.
Lo increíble fue que, tras las elecciones de noviembre de 2019, Pedro Sánchez se fundió en un abrazo con el representante español del comunismo bolivariano, del que había dicho que le quitaría el sueño a él y al 90% de los españoles si estuviera en el Gobierno, y decidió formar un gobierno de socialistas y comunistas, que, para disimular, llamó «progresista», como si el comunismo alguna vez hubiera traído progreso allí donde ha sido aplicado.
«Las elecciones venezolanas han sido una esclarecedora demostración de cómo funciona una dictadura comunista de nuevo cuño»
Tras la apariencia de lo que en Europa se considera socialdemócrata, Sánchez ha hecho suyos los principios y las estrategias del comunismo bolivariano: terminar con los límites que el Estado de derecho impone al Poder Ejecutivo empezando por el fundamental, la división de poderes y la independencia de los jueces.
Si hubiera alguna duda de hasta qué punto Sánchez está en esa línea, no tenemos más que mirar el entusiasmo con que su mentor, Rodríguez Zapatero, está entregado a la causa de Maduro. Y, más aún, para comprobar hasta qué punto Sánchez ya no tiene nada que ver con la socialdemocracia del PSOE de Felipe González, ahí tenemos el profundo contraste entre las declaraciones de Felipe y la imagen de Zapatero, abrazado en Caracas a Monedero, el teórico del nuevo comunismo.
Las elecciones venezolanas del domingo han sido una esclarecedora demostración de cómo funciona una dictadura comunista de las de nuevo cuño, de las que apoya el Grupo de Puebla, que es la versión actual de la Internacional Comunista de Lenin y al que, además de Zapatero, pertenece Pedro Sánchez. Se convocan, se inhabilita a los candidatos que el dictador considera que pueden sacar más votos que él (en este caso, María Corina Machado), se deja que la atemorizada oposición haga algo de campaña, se vende en el extranjero que allí hay verdadera democracia, se abren los colegios electorales, se cierran, y a las seis horas se ofrece el resultado inmediato: triunfo indiscutible del dictador.
Tengo que confesar que, desgraciadamente, no tenía la menor duda de que iba a ser así. Ya se había encargado Maduro de que no votara ni el 1% de los casi ocho millones de venezolanos que han tenido que salir de su país, ¡que ya es decir! Un país que lo tiene todo para ser uno de los más ricos y prósperos del mundo y que, como Cuba o Nicaragua, va camino, si no ha llegado ya, de la miseria absoluta, por culpa del modelo comunista. ¡Hasta el chileno Boric ha protestado ante el escándalo de estas elecciones!
Mientras que nuestro ministro de Asuntos Exteriores, Albares, se ha abstenido de protestar cuando Maduro ha impedido la entrada en Venezuela de una delegación del PP. Él, que retiró a nuestra embajadora en Buenos Aires porque Milei no añadió el adjetivo «presunta» al referirse a las acusaciones de corrupta que pesan sobre la mujer de Sánchez.