THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Progres, socialistas y otros zombies

«El jefe del Gobierno no es quién para cambiar por la puerta de atrás la forma territorial del Estado ni la financiación establecidas en la Constitución»

Opinión
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Progres, socialistas y otros zombies

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay quien señala que es un insulto, o el epítome del nuevo régimen, que 8.500 militantes de ERC decidan la financiación de 45 millones de personas. Bien, pero eso es desviar la responsabilidad. En realidad es la decisión de una sola persona, Sánchez, que lo ha hecho sin consultar a ninguna institución parlamentaria o judicial, ni a su socio de Gobierno, ni a la «mayoría de la investidura» y, mucho menos, a su propio partido. Y es que el presidente se cree un poder constituyente en sí mismo, capaz de cambiar lo político, los fundamentos de la convivencia, según le conviene para comprar su mantenimiento en Moncloa.

Sánchez, en su arrogancia, ha dicho que la soberanía fiscal de Cataluña es una manera de avanzar en la federalización de España. Lo aclaramos: el jefe del Gobierno no es quién para cambiar por la puerta de atrás la forma territorial del Estado ni la financiación establecidas en la Constitución. Estamos hablando de uno de los pilares esenciales del sistema de 1978, que cohesiona un país con demasiados remiendos ya. Ese paso a la federación lo ha dado sin hablar con nadie, como siempre, por mucho que dicha propuesta esté de forma abstracta entre los deseos del PSOE desde 2013.

«Los nacionalistas no quieren un vínculo igualitario con el conjunto, sino la independencia»

No entro en la inconveniencia de la federación para un país descentralizado de forma asimétrica, cuyos beneficiarios, los nacionalistas, no quieren un vínculo igualitario con el conjunto, sino la independencia. La federación no arregla nada, a no ser que queramos que los separatistas se vayan de una vez y nos dejen tranquilos. Al revés. Es reconocer el punto de partida del separatismo, que consiste en que España no es una unidad, sino un conjunto de naciones cosidas a la fuerza que necesita un pacto a voluntad de las partes para seguir unidas. Esto supondría la derogación de la Constitución de 1978 con un proceso constituyente de resultado incierto, incluso para Sánchez.

En todo este galimatías el PSOE guarda un silencio cómplice. Salen las voces habituales, pero sin concretar nada. Solo quieren tener un titular de prensa con el que presentarse después a las elecciones locales diciendo que ellos estuvieron en contra, como Page. A la hora de la verdad, pesa más en los dirigentes el patriotismo de partido y el cargo enjundioso que la dignidad y la coherencia. Tampoco se puede esperar nada de la militancia. La gente con carné del PSOE lleva a gala la feligresía ciega al líder mientras impida que la derecha española gobierne. Todo da igual, los militantes aceptarán cualquier cosa, incluso si Sánchez permite un referéndum de autodeterminación en Cataluña, el País Vasco y Navarra, o incluso si anuncia la cosoberanía de Ceuta y Melilla con Marruecos. Lo que sea.

«Hoy el PSOE no es más que una organización ‘zombificada’ por Sánchez, que se mueve y corea al líder cuando el líder lo indica»

Ahora resulta que los socialistas y los progres que enarbolaron la bandera de la democracia interna, alardeando de escuchar y atender todas las voces, admiten el dictado de una sola persona. Si a Felipe González lo llamaban «Dios» dentro del partido, ¿qué apelativo se debe usar con Pedro Sánchez? No hace falta mitificar al primero para recordar que durante su etapa había corrientes y que el poder estaba disputado, y que ese pluralismo era sagrado y aplaudido. Hoy no es más que una organización zombificada por Sánchez, que se mueve y corea al líder cuando el líder lo indica, pero que no tiene voz ni voto. Las cosas están tan muertas dentro del PSOE que ya no le hace falta a Sánchez poner un biombo en las votaciones para amañarlas, como ocurrió en 2016.

El amo del partido socialista no teme a Page ni a ningún otro. Barbón, el de Asturias, se ha limitado a decir que no quiere que su región sea perjudicada. ¿Y al resto del país que lo zurzan? La queja del socialista asturiano significa que quiere su parte del pastel, y que le importa un bledo lo demás, la ordenación constitucional del Estado y el respeto a los principios de solidaridad e igualdad. Barbón ha mezclado, como otros dirigentes territoriales, el patriotismo de partido con el regionalismo, lo que le permite estar a bien con Sánchez y, al tiempo, presentarse ante los asturianos como su más duro defensor.

Ningún socialista o progre, tanto político como mediático, de esos que nos quieren adoctrinar un día y otro también dirá nada sobre la desigualdad legal entre españoles que patrocina Sánchez, donde los ricos son cada vez más ricos a costa de los más pobres. El universo progresista ha quedado para quejarse del calor en verano, del racismo que suponen en los demás y del machismo que ven en todas partes. Prefieren evadirse de la realidad con la cantinela woke que afrontar que a los mandos del PSOE hay un autoritario que desprecia las reglas mínimas de la democracia. Espero que en la intimidad sean conscientes del papel al que Sánchez les ha reducido, el de emitir sonidos y moverse al son que marca, como zombies.

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