Francia 'woke' y lepenista
«Todo transpiraba Francia, desde la multiculturalidad al escándalo que para algunos representó esa Última Cena transgénero»
Épater le bourgeois u ofender el buen gusto de la burguesía es una expresión de los poetas franceses decadentes como Baudelaire y Rimbaud y es lo que consiguió la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos hace un par de semanas. Escandalizar a una parte de la ciudadanía pese a la belleza de París y a ese recorrido en barca de los atletas, que a algunos les pareció más un paseo por la laguna Estigia que por el Sena. Fue una muestra de lo que es París y Francia. Decadencia y modernidad; belleza y cutrez; sonidos de metal, de cancán y de la francophonie; antorchas, luces de neón y láser techno; revolución y decapitaciones frente al orden; nacionalismo y Europa; sexo y amor, y todo a ritmo de película francesa. La cultura es política. La moda, el lujo, la literatura, la música, el baile, la historia y, como no, el deporte, estuvieron representados en la ceremonia que fue un despliegue de diplomacia cultural.
Todo transpiraba Francia, desde la multiculturalidad y la diversidad sexual al escándalo que para algunos representó esa Última Cena transgénero y sui generis; donde unos vieron una parodia contra el cristianismo y los organizadores un homenaje a un cuadro de Dioniso, el dios del vino. El conservadurismo católico/burgués rechazó el espectáculo de La Santa Cena olímpica. La política identitaria avanza en contra de la blasfemia, obviamente a años luz de la cólera musulmana por las caricaturas de Mahoma o de la masacre perpetrada contra Charlie Hebdo, pero en busca de un espacio público libre de ofensas en el que la sátira religiosa quede fuera de sitio. Aquellos que han clamado al cielo con el Dioniso azul de los Juegos, qué harán cuando vean la obra de los años 80 del artista americano, Andrés Serrano, en la que la un Jesucristo crucificado es fotografiado en un tanque lleno de orina.
«El arte, el espectáculo, la sátira y el humor deben quedar fuera de la ira de estas hordas integristas de la izquierda ‘woke’ y la derecha rancia»
Como dice el periodista Flemming Rose la libertad de expresión tiene sentido únicamente en una sociedad que ejerce un alto grado de tolerancia con quienes no está de acuerdo. El arte, el espectáculo, la sátira y el humor deben quedar fuera de la ira de estas hordas integristas que nos atacan desde la izquierda woke a la derecha rancia conservadora. Hay que reírse de uno mismo, de su cultura e incluso poder blasfemar contra la religión; lo contrario es mostrar un sectarismo que no ayuda en nada al encuentro ni al respeto de unos a otros, sino a levantar muros que van desde la política a la vida social.
En un mundo tan sectario como el actual no hubiera crecido jamás ni Pasolini ni Buñuel ni los Monty Python ni Els Joglars. Vivimos en una sociedad Lladró en la que cualquier mínimo roce nos hace añicos. Hemos perdido la capacidad de burlarnos de nosotros mismos, de ser mínimamente heridos. Saltamos aun cuando ni tan siquiera nos aluden a nosotros. No hay más que recordar el homicidio imprudente del Bernabéu tras el concierto de Karol G de hace unos días; cuando un hombre hacía una videollamada a su novia, mientras unas mujeres pensaban que las grababa sin su consentimiento y un joven golpeó de manera fatal al supuesto acosador y le causó la muerte.
La espiral del silencio impregna nuestra sociedad en la que todo es blanco o negro y los términos medios desaparecen. El daño de la sobrerreacción feminista, climática y postcolonialista de la cultura woke que todo lo invade ha sido profundo; pero mejor no pensar como actuará el puritanismo, si gana Trump en los Estados Unidos donde veremos el mismo experimento, aunque al revés. El partido Republicano ha cambiado de valores y ya no habla de bajar impuestos ni de libertad de comercio sino de proteccionismo, de recuperar la identidad del wasp, de la vuelta del sueño americano y de un posliberalismo que busca un mayor papel del gobierno para formar una sociedad regida por valores cristianos socialmente conservadores. Esperemos lo peor de los conversos como J.D. Vance, pero todo eso tiene su raíz en que la izquierda americana se pasó de frenada. Un extremo causa el siguiente.
A este lado del Atlántico, de la Francia multirracial, woke y transgénero que vimos en la apertura de los Juegos Olímpicos, podríamos pasar al puritanismo de la extrema derecha lepenista que va en busca de la identidad perdida. La Santa Inquisición ya no es solo una seña de identidad de la España del siglo XV, sino también de la Europa del XXI.Que haya espectáculos que nos ofendan como la ceremonia olímpica o libros como los de Michel Houellebecq significa que no está todo perdido, Que el espíritu crítico e inconformista todavía se pueda sobreponer a las sargentos chusqueras del feminismo woke, a los ministros culturetas postcolonialistas o a los nuevos sacerdotes del neoconservadurismo religioso e identitario, nos reconforta. Nuestra sociedad cuqui llena de gente de piel fina, que de verdad no ha sufrido ni el bullying ni el racismo ni la discriminación de género, podría recuperar el sentido común. Esa gente que no muestra un mínimo ápice de comprensión por el diferente y cuya empatía roza el bajo cero; son los que mantienen el negocio en el que se ha convertido el sectarismo de nuevo cuño. Gente que tiene miedo a una libertad necesaria en las sociedades multiculturales, que pone en juego la democracia cuando nos dicen que solo ellos tienen el derecho exclusivo a contar ciertas historias.