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Fede Durán

¿Sánchez 'out'? Al filo de lo imposible

«González, Aznar y Rajoy tuvieron su buena ración de escándalos y no dimitieron. El espíritu de Adolfo Suárez parece hoy más iconoclasta que nunca»

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¿Sánchez ‘out’? Al filo de lo imposible

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el expresident catalán Carles Puigdemont. | Ilustración: Alejandra Svriz

Adolfo Suárez vive en la memoria colectiva como el único presidente de un Gobierno español capaz de dimitir en democracia. Ni Felipe González, ni José María Aznar, ni José Luis Rodríguez Zapatero, ni Mariano Rajoy, ni -de momento- Pedro Sánchez han estimado conveniente inmolarse por los pecados cometidos, ya fuesen propios o a través de sus subalternos. 

Aznar podría haberme marchado tras demostrarse que, en efecto, lo que los halcones de George W. Bush afirmaban sobre la pérfida Iraq (aquellas famosas e invisibles armas de destrucción masiva) nunca fue cierto. Dirán algunos que fue una simple mentirijilla para impulsar una campaña libertadora en un país oprimido, pero países oprimidos hay muchos y tiranos quedan unos cuantos, aunque no siempre dispongan de estupendas reservas petrolíferas.   

Tampoco fue inmaculada la hoja de servicios de González. Los GAL, el caso Roldán o Filesa son algunos de los ejemplos que los lectores más veteranos recordarán perfectamente. Cualquiera de ellos habría bastado para tumbar al primer ministro de un país con más apego por la moral política. Lejos de resultar lastimado, Felipe González es hoy un adinerado pensador sin rastro de barro en las botas.

A Rajoy le salpicó en plena jeta la caja B del PP, con aquellos famosos mensajes de WhatsApp a Luis Bárcenas, el tesorero, donde le pedía que fuese fuerte, que soplarían vientos mejores. En realidad, todavía no se sabe si Rajoy sabía lo que decía ignorar o si simplemente se lavó las manos, silbó a la gallega y esperó con un habano a que amainase la tormenta. No hizo falta que aguardase mucho: la moción de censura de mayo-junio de 2018 acabó con su carrera como mandatario. 

Vistos los antecedentes, parecería que los asuntos judiciales que merodean al círculo más íntimo del actual presidente son puras medianías. Que su esposa pueda haberse aprovechado del potente imán de La Moncloa para granjearse un trato favorable a nivel académico y empresarial no es nada comparado con la matanza de civiles en las calles de Bagdad, por ejemplo. Que el hermano de Sánchez trabaje en una diputación sin estar, disfrute de unas cuentas envidiables en esta España tan monteriana y extractiva y alegue que «el absentismo no es delito», sino simple poca vergüenza, es un hecho casi ridículo comparado con la trama orquestada por Luis Roldán y la posterior telenovela de su detención en Laos.

En las sociedades mediterráneas, conforme al espíritu latino que mama de la loba romana, alimentar a la familia, arroparla, mimarla con chucherías y darle un empujoncito es sagrado. Probablemente, el presidente Sánchez haya acuñado uno de sus términos favoritos, La Máquina del Fango, porque le resulta genuinamente inconcebible que las conductas de su mujer y su hermano sean contrarias a la costumbre. ¿Pero no es eso lo que han hecho todos mis antecesores sin importar las siglas? ¿Acaso voy a ser yo el más tonto de la clase, violentando de paso una arraigada idiosincrasia asistencialista?

«Pensar que Pedro Sánchez algún día presente su dimisión resulta cómico, digno de carcajada»

Quizás estos capítulos hoy bajo la lupa judicial denoten cierto déficit de grandeza. Cualquiera de los escándalos ocurridos bajo las presidencias anteriores supera en sofisticación, repercusión y daño las travesuras presuntamente urdidas por Gómez y Sánchez II. Al lado de los GAL, la cátedra de la esposa de Sánchez I parece el regalo de Navidad que Bambi haría a su mamá. Es muy razonable que el jefe del Ejecutivo se sienta indignado. La hemeroteca jibariza los hechos investigados. Por esa misma causa, pensar que Pedro Sánchez algún día presente su dimisión resulta cómico, digno de carcajada. 

PD: El resto de tropelías, lejos del nepotismo, es bastante más grave, aunque de momento, con la excepción catalana, sin vertiente judicial: un Estado desmochado, casi sin división de poderes; una Hacienda insaciable; una ley de dos velocidades (una para los amnistiados por el procés, otra para el resto de mortales) e incluso un marco fiscal que va camino de contar con un nuevo régimen foral, todo por el trono, dure lo que dure, caiga quien caiga.

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