THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Venezuela, la esperanza de un continente

«La proeza de la oposición es una de las gestas democráticas más hermosas que se han escrito en la región»

Opinión
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Venezuela, la esperanza de un continente

Ilustración de María Corina Machado y Nicolás Maduro. | Alejandra Svriz

Con el fraude cometido por Nicolás Maduro tras perder de manera clara e indudable las elecciones venezolanas del domingo 28 de julio, la naturaleza de su gobierno no debería dejar ya espacio para el debate. Estamos ante una dictadura que usa las elecciones como un mecanismo de legitimación con el resultado determinado de antemano. Encerrado en Miraflores, Maduro está decidido a todo con tal de conservar el poder. En el momento de escribir esta columna, hay al menos veinte personas asesinadas por el gobierno y sus grupos paramilitares, y decenas de detenidos, muchos de ellos trasladados al Helicoide, una prisión donde se practica sistemáticamente la tortura. La persecución con saña contra las figuras más relevantes del movimiento opositor ha obligado a María Corina Machado a pasar a la clandestinidad. Además, se ha expulsado injustificadamente a observadores y periodistas internacionales –entre ellos, el director de este diario– y se ha roto la convención de Viena, al dejar incomunicada, bajo asedio y sin servicios a la embajada argentina en Caracas, donde se refugia parte del comando electoral de Edmundo González Urrutia.

El mecanismo de represión y la lógica discursiva de Maduro son de fabricación cubana, verdadero huevo de la serpiente del autoritarismo latinoamericano, aunque no se hable lo suficiente de su papel determinante. Mientras la dictadura cubana exista, condenando a su pueblo a la miseria, el exilio y la represión, ninguna democracia latinoamericana estará a salvo de su influjo maligno. A la vez, el fin del autoritarismo en Venezuela puede marcar el fin de la dictadura en Cuba, dependiente, desde hace más de veinte años, del crudo de Caracas para subsistir. El fin del chavismo no solamente es perentorio para los venezolanos.

La proeza de la oposición es una de las gestas democráticas más hermosas que se han escrito en la región. No solo lograron construir una candidatura competitiva con el diplomático moderado Edmundo González Urrutia, pese a la doble e ilegal inhabilitación de Corina y su primera sustituta, sino que consiguieron penetrar en los barrios marginales, tomados por el chavismo y el narco, y convencer a sus habitantes de la necesidad de un cambio, en una callada (y riesgosa) labor capilar, en un alegato a favor de la libertad como condición primera del desarrollo que es ya parte de la historia. Además, consiguieron inscribir testigos en todas las mesas, con decenas de miles de voluntarios, y obtener, pese a la negativa del comando central, una copia de las votaciones en prácticamente todos los centros de votación, lo que les ha permitido informar al mundo de su triunfo inobjetable. Una proeza (repito la palabra) cívica colosal, que se suma a la capacidad intacta de movilización en las calles, como demuestran las multitudinarias manifestaciones del sábado.

Una empresa así merece triunfar, pero lamentablemente la historia reciente nos enseña que no basta con tener la razón y la mayoría social para vencer a la tiranía. ¿Será posible derrotar al aparato represor de Maduro, que cuenta con el apoyo del narco, Rusia, Irán y otros totalitarismos del mundo que ven en Venezuela un botín demasiado suculento como para dejarlo caer? Soy optimista. La aplastante mayoría social que respalda a Edmundo González, el valiente liderazgo de Machado y el apoyo diplomático del mundo libre pueden hacer entender a los chavistas moderados, incluida la oficialidad media del ejército, que hay futuro fuera del poder y que el atrincheramiento es insostenible en el largo plazo. Como ha repetido estos días el historiador Enrique Krauze, no se puede gobernar contra todo un pueblo.

«Si hay alguien hoy que merece el apelativo de libertador, es una mujer que le ha devuelto la esperanza a su pueblo: María Corina Machado»

Junto a todo eso, las elecciones en Venezuela son un espejo ante el que se retratan unos y otros. Sabemos que en Podemos está anidada una ideología del amigo-enemigo y que la política es solo una excusa para polarizar, pese a ello, el papel de Juan Carlos Monedero, inteligencia gris del partido desde su enrarecido cubículo universitario, es patético. Un legitimador y un apologista. Más triste aún, si cabe, es el caso de sus dos compañeras de partido, Irene Montero y Ione Belarra, azotes del heteropatriarcado en España, que prefieren aliarse con un machote deslenguado como Maduro antes que con una mujer ejemplar como María Corina Machado. Sororidad, le llaman. Peor parado sale el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, que ha perdido la poca credibilidad exterior que le quedada, agotada la interna durante su gobierno. Con todo, estas declaraciones y actitudes desde la izquierda radical, y otras que podamos sumar (dicho con toda intención), es grave el silencio vergonzoso durante largos días de Pedro Sánchez, dedicado a su pura supervivencia política, sin importarle las consecuencias para el país. Solamente ayer, un comunicado de los países de Europa que de verdad cuentan (Alemania, Italia y Francia) exigiendo las actas le permitió, al incluir la firma de España, escapar de su marasmo moral.

Su tibieza contrasta con el reconocimiento de Edmundo González como presidente electo por parte de Estados Unidos, que parece salir de su letargo ante las amenazas en varios frentes que sufre la democracia en el mundo. Y tras ese reconocimiento, el de otros seis países de la región: Panamá, Perú, Uruguay, Argentina, Ecuador y Costa Rica. Gabriel Boric, desde Chile, sin llegar a esa postura, sí ha mostrado con su actitud que la izquierda puede y debe ser compatible con la democracia y que ello incluye, forzosamente, la alternancia en el poder. Incluso las declaraciones de Cristina Fernández, inesperadas, son alentadoras en ese sentido. Mención aparte merece el papel de México, Brasil y Colombia, que bajo una calculada ambigüedad se han erigido en intermediarios no solicitados por las partes, con la intención de apartar a María Corina Machado de una futura solución negociada, y que lo único que hacen es darle oxígeno al gobierno de Maduro. Preocupa, y mucho, la actitud de Claudia Sheinbaum, incapaz de marcar la más mínima diferencia con su mentor López Obrador. El regreso de Venezuela a una verdadera democracia puede cambiar la correlación de fuerzas en toda América Latina. De ese tamaño es lo que está en juego con el resultado de las elecciones venezolanas.

El discurso político latinoamericano está plagado de libertadores del pasado en la sucia boca de caciques del presente. El chavismo se construyó sobre la tergiversación de la figura de Simón Bolívar, a la manera del castrismo con José Martí. Pero la historia tiene formas caprichosas de regresar. Si hay alguien hoy que merece el apelativo de libertador, es una mujer que le ha devuelto la esperanza a su pueblo: María Corina Machado.

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