Consumir como si no hubiera un mañana
«El consumo desenfrenado que necesita acudir al crédito aparece como un riesgo más para la economía, que se suma a una deuda y un déficit públicos excesivos»
El endeudamiento es un recurso utilizado tanto por las empresas como por las familias cuando su tesorería es insuficiente para financiar las adquisiciones de bienes o servicios que desean adquirir. En buena lógica, ésa que tantas veces está ausente en la conducta humana, el recurso al crédito no puede ser ni ilimitado ni incondicional. Simplificando en buena medida, una empresa solo debería endeudarse para realizar operaciones de inversión -malo será cuando necesite endeudarse para hacer frente a su gasto corriente– y siempre que se cumplan dos condiciones. Una, que el resultado neto de la operación -rendimiento bruto esperado de lo invertido menos coste financiero del crédito- sea positivo. Dos, que su presupuesto de tesorería revele que le es factible asumir la carga de la deuda contraída mientras la inversión realizada no haya comenzado a generar el cash fow esperado
Con evidentes matices, es indudable que el endeudamiento de las familias también debiera estar sometida a determinadas reglas. En este sentido resulta razonable -con frecuencia, inevitable- que una familia se endeude para poder adquirir la vivienda familiar. Tampoco está exento de razonabilidad que se recurra al crédito para adquirir bienes de consumo duradero como es un automóvil o un conjunto de electrodomésticos. Hacerlo supone anticipar el disfrute del bien adquirido sin esperar a haber ahorrado el importe de su precio, cuestión atractiva siempre que se pueda asumir el coste financiero y la amortización del crédito contraído. Otra cosa es endeudarse para pagar consumos fungibles de modo instantáneo, decisión que implica adoptar un nivel de vida superior al permitido por los ingresos que se obtienen y que, evidentemente, denota unas escasas prudencia y aversión al riesgo.
Valgan las reflexiones expuestas como introito para comentar la evolución que está siguiendo en España el crédito a las familias, variable que en el primer semestre del año ha alcanzado la cifra de 18.500 millones de euros, importe superior en un 17% al habido en 2023 y que es el más alto desde 2008. Bueno es recordar que éste se produjo cuando ya se había iniciado ya la gravísima crisis de las subprime, crisis mundial que en España tuvo una respuesta retardada por parte de las familias por culpa del inconcebible negacionismo de Zapatero que mintió reiterada y prolongadamente a los españoles negando su existencia. Luego nos tocó sufrir las consecuencias de esta irresponsable actuación del entonces presidente del Gobierno que agravó considerablemente los efectos, ya de por sí graves, de aquella crisis.
Varias pueden ser las causas que originan este nuevo boom del consumo con crédito entre los españoles. Una, guardando las distancias con el zapaterismo, puede deberse al infundadamente exagerado optimismo que se envía desde el Gobierno a la sociedad. Afirmar, también con una cierta irresponsabilidad emuladora de la de Zapatero, que la economía española va como un cohete contribuye a crear unas expectativas de bonanza económica presente y futura que no ayudan precisamente al consumo responsable. Otra es el abaratamiento del crédito cuyos tipos de interés han iniciado una tendencia bajista que parece consolidarse. Finalmente, y con toda seguridad, la memoria del reciente confinamiento debido a la pandemia provocada por el covid ha generado en la psicología colectiva el deseo de un consumo irrefrenable como modo de resarcirse de las restricciones que sufrimos en aquellas angustiosas semanas.
«El acuerdo entre Sánchez y los soberanistas de ERC genera incertidumbres inquietantes para la solvencia de la Hacienda Pública»
En cualquier caso, lo cierto es que recurrir al crédito para pagar las vacaciones, sufragar un viaje turístico, organizar exagerados festejos con motivo de la boda o la primera comunión de un hijo… no son conductas económicamente racionales y, por ello, suponen un evidente riesgo. En primer término para el endeudado que, de no cumplirse sus expectativas de ingresos, puede verse incapaz de afrontar las obligaciones contraídas con la entidad financiadora con las consiguientes consecuencias negativas que ello comporta. Pero también para la economía en general pues ya se sabe que un aumento de los impagos de créditos por encima de los ratios normales o estándar tendría de entrada efectos nocivos para las entidades financieras y para las empresas que vendieron a crédito y, posteriormente en una reacción en cadena de los impagos podría afectar al conjunto del mundo empresarial. Lo hemos constatado en varias crisis, en la iniciada en 2007-2008 y en otras anteriores.
En definitiva, este consumo desenfrenado que necesita acudir al crédito para sufragarlo aparece como un riesgo más para la economía española, riesgo que se suma a otros varios como son la alarma de estancamiento encendida con el descenso de la afiliación en el mes de julio, la persistente inflación que no somos capaces de erradicar, la deuda pública en niveles estratosféricos y un déficit público que sigue siendo excesivo. A todo ello debe unirse el acuerdo independentista recién adoptado entre Sánchez y los soberanistas de ERC, acuerdo que además de finiquitar el modelo autonómico tal como está concebido en la Constitución genera incertidumbres inquietantes para la solvencia de la Hacienda Pública española.