THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

La patria de izquierdas

«Esto no pasaría en un país serio, pero dado que no lo somos, por mí que el fugado se pasee para que veamos lo que hoy gobierna»

Opinión
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La patria de izquierdas

Una ilustración de Carles Puigdemont. | Alejandra Svriz

Ocurre que la palabra patriotismo ha ido cambiando de sentido o adquiriendo otros nuevos. Antes, el patriotismo era la virtud del patriota. Hoy, el patriotismo significa confederalismo o aldeanismo, según. Incluso se puede ser patriota del país catalán si uno milita en el PSOE. Una simplificaría el asunto declarando que hay patriotismos de grandes y pequeños bolsillos. Es como si el patriotismo que borra la historia hasta erigirse en nacionalismo étnico, fuese santo y seña de la progresía.

España a lo largo de la historia se consagra en imperio para luego volver al localismo y demás guerras civiles o municipales que hoy nos gobiernan. En España hoy predomina la calidad y cualidad del terruño por sus pasiones y aventuras al servicio del idioma, de la independencia y todo para devenir en una Cataluña de vendedores de ultramarinos para turismo de masas.

Hablando de turistas, a mí a estas alturas fingir que la visita de Puigdemont es un escándalo, me parece absurdo. Llevamos una década fingiendo el sobresalto, que por otro lado es una actitud que denota poca sabiduría. Esto no pasaría en un país serio pero dado que no lo somos, por mí que el fugado se pasee para que veamos lo que hoy gobierna. Es paradójico este patriotismo de resort turístico. Hoy los patriotismos nos sirven más que nada para hacer pactos, para saber que hay ciudadanos de primera y de segunda. El concepto de patria ha degenerado en moneda y en intercambio de poder, es la mentira política del momento porque sus representantes son personajes asépticos como Illa.

A este señor nadie puede asociarle con aquel terruño, porque es de todas partes y de ninguna, porque viste vulgar, aunque aseadito, porque es un tecnócrata de guante blanco. Aunque sea muy ambicioso, no huele a nación ni a imperio, huele a limpio. En este despojamiento y desapasionamiento reside la clave del asunto, porque no podemos estar criticando y coqueteando con la misma cosa. O quizás sí, porque esto no es un tema demasiado racional, sino puro romanticismo de la sangre y el suelo.

«Hace mucho que dejé de pretender que la gente encuentre su orgullo perdido, pero aún tengo esperanzas de que descubra el agujero en el bolsillo del pantalón»

Ha salido al mercadillo público el concepto de «patria» y hasta veremos asomar por la televisión señoritas muy ‘progres’ pidiendo dentro de poco que Cataluña o el País Vasco dejen de ser Marruecos. Todo se andará con ese sentido de la trascendencia que aporta el sentimiento patriótico de nuestra izquierda. Lo escandaloso es ese mercadillo de votos, ideologías y ultramarinos que se mueve todos los días sin necesidad argumentario.

Hace mucho que dejé de pretender que la gente encuentre su orgullo perdido, pero aún tengo esperanzas de que descubra el agujero en el bolsillo del pantalón. Porque este patriotismo nos sale a pagar. Ortega advirtió que los particularismos eran una enfermedad. Así se anudan intereses pero se violenta y disipa la idea de España, de la aclamada justicia social, hoy supeditada, subordinada a la causa nacional. Las patrias se han degradado y yo, como Barrès, solo defiendo ya mi cementerio. He abandonado todas las demás posiciones.

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