Todo es mentira
«Sánchez ha montado un entramado de falsedades donde una mentira esconde la otra hasta perderse el hilo de la mentira original»
Nunca he compartido el criterio de algunos críticos de Pedro Sánchez que, pese a rechazar su política, le atribuyen el mérito de sobreponerse a toda adversidad y ser capaz de resistir en las más difíciles circunstancias. Son los que se asombran de su genio para sacar conejos de la chistera. No es verdad. Conozco al personaje. Es un mediocre en todos los aspectos, excepto en el de la moral, en el que está por debajo del mínimo requerido a cualquier servidor público. Lo que ocurre es que, igual que el matón del bar amedrenta con facilidad a la clientela, sin que eso despierte la menor admiración de nadie, quien está carente de los escrúpulos que restringen a los demás, acaba siempre ganando la partida. O eso parece, hasta que la pierda.
Pero, al margen de eso, todo lo demás es mentira. Como se ha ido demostrando con el tiempo, no hubo nunca una voluntad de regenerar el PSOE ni de recuperar las señas de identidad del partido ni de hacerlo más de izquierdas y mucho menos de hacerlo más democrático. Tampoco existió jamás la voluntad de acabar con la corrupción en España ni de recuperar el prestigio de sus instituciones ni de eliminar la polarización ni de profundizar la democracia y acercarla a los ciudadanos. Todo era mentira.
Igualmente falso era que se pretendiera frenar a la extrema derecha ni combatir al fascismo ni eliminar cualquier residuo de racismo en España. Como mentira era también la promesa de reducir la desigualdad entre los españoles, reforzar el Estado de derecho y garantizar el cumplimiento de las leyes en las mismas condiciones para todos los ciudadanos. Mentira era, asimismo, que España recuperaría su influencia internacional y se pondría siempre del lado de la libertad y los derechos humanos en cualquier país del mundo.
Por supuesto, mentía cuando juraba con quién estaba dispuesto a pactar o con quien no lo haría jamás, eran mentira los límites éticos impuestos para la acción política democrática, eran mentira las promesas de las campañas electorales y eran mentira los programas con los que el PSOE concurrió a las elecciones. Todo era mentira.
Como todo era mentira y tanto él como quienes le ayudaban y seguían, sabían que mentían, no tenían después gran impedimento moral en volver a mentir para retractarse de la mentira original, y así sucesivamente hasta que la mentira se hace tan grande que ya no importa cómo empezó todo. Y, peor aún, como la mayoría de quienes les votan sabían desde el primer día que era mentira lo que les contaban, no tenían tampoco gran reparo después en volver a apoyarse en una nueva mentira como excusa para volver a votarles.
«Todas esas mentiras tratan de encubrir el objetivo de conservar el poder. Aunque esta verdad, la única verdad, sea precisamente la que no dicen».
De mentira en mentira, llegamos hasta la investidura de Salvador Illa, fruto de un pacto en el que quedan en evidencia las mentiras anteriores que ahora se tratan de ocultar con otras mentiras mayores. Es mentira que exista un propósito supremo de reconciliación en Cataluña, igual que es mentira que la ley de amnistía o el concierto fiscal concedido sean instrumentos para conseguirlo. Como una gran mascarada es el episodio de entrada y salida de Puigdemont en Barcelona. Todo es mentira.
Cuentan con la ventaja de que la mayoría de quienes les apoyan o votan saben que es mentira y que todas esas mentiras tratan de encubrir el objetivo de conservar el poder, que ese sí es de verdad y es lo que todos están de acuerdo. Aunque esta verdad, la única verdad, sea precisamente la que no dicen.