Un baño de realidad
«Sánchez podría desplegar una narrativa que diga que él ha acabado con el separatismo y presentarse, además, como el muro de contención frente al ultraderechismo europeo»
Imagino que muchos de los que lean este artículo habrán visto la película Gladiator. En una de las primeras escenas, el líder de los marcomanos (pueblo germánico en lucha contra Roma) arroja al suelo la cabeza del legionario encargado de parlamentar y, según la traducción que le hace al general Máximo su segundo en el mando, el marcomano dice: «Hay que saber cuándo se es conquistado». Vaya por delante que no pretendo unirme a la legión de plañideras por todo lo acaecido estos últimos días en Cataluña. Quiero hacer un ejercicio de realismo político, analizar la situación y tratar de responder a la pregunta del porqué estamos como estamos.
Hace ya unos pocos años, hablando con un muy alto cargo del Gobierno nacido de la moción de censura que encumbró a Pedro Sánchez a la cúspide del poder patrio, después de más de una desavenencia dialéctica con él, ya mientras me despedía, me dijo algo así: «Fíjate, todos estos (por la oposición) nerviosos, vociferantes, despistados y, mientras, yo contando para lograr la mitad más uno y, aquí me tienes». Uno espera de los políticos profesionales que, al menos, sepan al juego al que se está jugando. Muchas veces no es así, se pierden en sus propios marcos autorreferenciales y se engatusan con su propia retórica. Mientras, los que saben interpretar la realidad, los que saben que la política, desde tiempos inmemoriales, no es otra cosa que un juego de poder, cuentan, suman y ganan.
No es que exija que los que aspiran al gobierno sepan de Cicerón, Tucídides, Hobbes, Sun Tzu o Clausewitz, lo único que pediría es que sepan interpretar al contrario y hacer realidad lo que es «el arte de lo posible». La realidad es obstinada, te gustará más o menos, pero los tiempos de la política en el juego de poder democrático son muy muy cortos. La única manera de lograr cambios en profundidad, de trazar caminos y estrategias de impacto generacional o transgeneracional pasa, inexorablemente, por alcanzar el poder. Pero, para ello, como decía mi interlocutor monclovita, debes tener, como mínimo, la mitad más uno en ese «centro de gravedad» donde pivotan todos los resortes de poder, todas las instituciones, todos aquellos actores más o menos visibles con capacidad de influencia.
Y es que, como decía, muchas veces nos dejamos llevar por nuestro propio discurso, por nuestra retórica, por un sentimentalismo que, indefectiblemente, se convierte en esencialismo. Es aquello de «tengo razón y con tener razón es suficiente», con gritar y entrar en bucle, nos creemos redentores o depositarios de una moral tan autoevidente que te impide ver lo que ocurre a tu alrededor. Te parapetas en tus convicciones y no eres consciente del juego estratégico (de suma cero) que está desplegando el contrario. Cuando te das cuenta, ya es tarde, has perdido y comienzas el bucle lastimero, el luto, niegas, te frustras, entras en depresión y acabas por aceptar, muchas veces, sin aprender.
Y, a todo esto, ¿qué ha pasado en Cataluña? Básicamente que, el PSC, Sánchez e Illa, nos han robado la cartera y ni nos hemos enterado. El espectáculo ha sido vergonzoso, sí. Vergonzoso pero premeditado, medido, consensuado. Pocas cosas se han escapado en esa estrategia desplegada por los socialistas para lograr que la investidura no fuese una investidura interruptus. Quizás lo único que puede haber sido es la no detención pactada. Claro está que, entre otras cosas, hemos asistido a una especie de partida de ajedrez entre dos trileros, a ver quién miente más, quién saca mejor ventaja y fichas de la manga. Sin embargo, esto no pasa de la táctica, el movimiento que estamos viendo tiene un calado fundamental para nuestro país.
Tenemos a un Puigdemont que es como aquel soldado en una formación que va con el paso cambiado y, pese a sus esfuerzos y vergüenzas, no hay manera que acompase su paso al de sus compañeros. El Huido ha interpretado su particular Sturm und Drang, su propia tormenta para tratar de zafarse de la trampa desplegada por Salvador Illa. Trampa que no es otra que volver al «eje izquierda-derecha» orillando el llamado «eje nacional» (nacional por nacionalista, aquel que te medía en función a tu pureza ideológica y cultural). Puigdemont sabía que, si se entregaba y, de alguna manera, quedaba exonerado, él y su obra política se diluiría como un azucarillo al ser degradado a ser un mero diputado de un parlamento regional. Necesita focos, necesita notoriedad, pero lo tendrá muy complicado, únicamente veremos si tiene algún control de aquello que se asemejaba a los «camisas pardas» con las que quisieron imponerse mediante la violencia y la intimidación.
Durante todos estos años, a partir de 2017, después del giro copernicano del socialismo catalán, después de lo que pareció la limpieza de la «costra nacionalista» del PSC, este partido inició un juego pendular que pasaba por aproximarse a los «olvidados y siempre traicionados» (a la mayoría de no puros para el nacionalismo y que aupó a aquel partido llamado Ciutadans) y, a su vez, hacer guiños a lo que se llamaba pretéritamente el «nacionalismo moderado». Salvador Illa está ocupando paulatinamente el espacio de Maragall y Pujol. Como ejemplo de lo que digo, por un lado, Illa, en una entrevista en TV3 defiende que se pueda hablar en español en la televisión pública catalana y, por otro, rescata al comisario Trapero. Esta, aparentemente, política bipolar es la interpretación más correcta de lo que el plan de ingeniería social implementado por Pujol ha convertido a Cataluña y a los catalanes.
Y, mientras el PSC iba labrando esta operación política, ¿qué hacía la oposición? Ciudadanos se hacía el harakiri político en sus vaivenes, sus órdenes y contraórdenes que, al final, nadie sabía exactamente qué era ese partido; por otro teníamos a los de Vox y su propia deriva esencialista que les lleva a un cada vez más estrecho margen electoral; y el PP, con sus cuitas internas, con los que empujan por ser los más guardianes de las esencias y los posibilistas, los que creen que con la «verdad» es suficiente y los que sabe que la realidad es mucho más compleja que una serie de obviedades que no llevan a ningún sitio (más allá de puntas de notoriedad y sentimentalismo).
Y, en estas, Salvador Illa, que acepta y aplaude todo lo que dice el Querido Líder (¿indultos? Pues indultos, ¿Amnistía? Pues amnistía, ¿Cupo? Pues eso, cupo), el pasado jueves, contó, contó y le salieron 68 diputados que dijeron que sí y 66 que no, tenía un «conguito» más que los contrarios. Vio que el partido del Huido votó en contra, pero votó, su jefe de camino hacia la frontera y sus diputados, en vez de levantarse e irse como signo de apoyo a Puigdemont, se quedaron y, con ello legitimaron el nuevo Parlamento de la comunidad autónoma catalana. Imagino que esto formará parte de ese pacto secreto entre Moncloa y el separatismo. Veremos qué consecuencias tiene la solución de esta endiablada ecuación para los intereses de Pedro Sánchez (que es el que manda).
Como posible línea con la que explicar este último movimiento de Sánchez en Cataluña, que pasaba obsesivamente por hacer president a Salvador Illa, me gustaría poner un posible escenario encima de la mesa. Teniendo como premisas que solo busca seguir gobernando y que, para ello, necesita la mitad más uno en el Congreso y que, además, necesita quitarse de encima a un socio tan incómodo como Puigdemont. Pedro Sánchez podría desplegar una narrativa que diga que él ha acabado con el separatismo (Salvador Illa está en la Generalitat, realidad incuestionable), y, con ello, lograr más de 25 escaños en su principal caladero de votos que no es otro que Cataluña, con lo que no dependería de Puigdemont para gobernar. Además, si se presentase ante la nación como el muro de contención frente a la ola de ultraderechismo que viene de Europa, aglutinaría en su persona al votante de izquierda, ultraizquierday muchos nacionalistas. No quiero incomodar a nadie, no quiero ser un agorero, pero con esta estrategia, y con las actuales estrategias de la oposición, le iría muy bien a Pedro Sánchez.
Imagino que todos los que hemos intentado, durante tantos años, acabar con la deriva populista en Cataluña, con todos los peajes personales que hemos tenido que pagar, como es normal, algunos ahora estarán en la fase de negación en forma de lloros y lamentos, muchos ya estarán en la ira, algunos en la depresión por la traición, unos pocos andarán aceptando la realidad. Pero realmente espero que, en los partidos, haya quien entienda lo que ha pasado, sea realista y esté pensando estratégicamente para, en un momento dado, lograr ese «conguito» de más para poder lograr el gobierno y empezar la reconstrucción moral, institucional y democrática de Cataluña y del país en general.