THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

¿Cataluña es España?

«No puede quedarse fuera del españolísimo relato la corrupción. Policías ayudando a este Tirano Banderas a escapar con tretas de Mortadelo y Filemón»

Opinión
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¿Cataluña es España?

Ilustración de Alejandra Svriz.

A menudo, los grandes dilemas políticos se plantean gracias a -o por culpa de- preguntas simples y directas. El jacarandeo que lleva décadas machacando telediarios, el vaivén catalán de cada trimestre, podría resolverse si la respuesta a esta pregunta la viésemos clara y meridiana: ¿Cataluña es España? Pero no es así. Si saliese a la calle en esta ciudad de costa mediterránea en la que me hallo y preguntase uno por uno a cada viandante, no encontraría dos argumentos iguales para la misma respuesta. No vengo yo a deshacer el dilema, pero no puede este plumilla dejar de observar la realidad y comprobar que, a veces, las respuestas están delante de los ojos. Y me explico.

Con lentes valleinclanescas se sienta uno a leer la prensa, y entonces empieza el sainete. Un fulano se ha llevado por delante siete años de su vida por una idea descabellada; esto es: por proclamar una república ficticia durante un puñado de segundos. Un idealismo que ya es de por sí español, está en las conquistas de Pizarro, en los antihéroes de Cervantes o en el fusilamiento de Torrijos. En lo admirable y en lo despreciable. Tanto da. El caso es que son siete años sin pasear por el que es su barrio, sin acunar a sus nietos en el que fue su pueblo, sin visitar el bar en el que siempre veía el fútbol, sin comer los domingos en la casa del suegro.

Sin escarmentar, y vaya usted a saber por qué motivos o deudas, el exiliado vuelve a la palestra. Rodeado de personajes también muy hispánicamente reconocibles, dignos de las Coplas de Mingo Revulgo, del Lazarillo, del Buscón, proclama que volverá. Se imagina una vuelta bajo palio, y un discurso a lo Fray Luis en Salamanca tras pasar un tiempo a la sombra procesado por el Santo Oficio allá por el XVI. Pero no pronuncia dicebamus hesterna die, sino un discurso plagado de lugares comunes entre los clásicos del relato indepe desde tiempos de Companys, de Casanovas, de la Nueva Planta, qué sé yo. Todo también muy modernamente español, la grandeza en las segundas partes murió con el Barroco.

No puede quedarse fuera de un españolísimo relato la corrupción. Policías y guardias, en el mejor de los casos untados de billetes; en el peor, adheridos al mismo fanatismo; ayudando a este Tirano Banderas cutre a escapar con artimañas dignas de Mortadelo y Filemón. Aparece por ahí una parapléjica que ejerce de cebo, como en las novelas del españolazo -y queridísimo por este que les escribe- Eduardo Mendoza. En la oposición, picoletos igual de chuscos que no son capaces de desenmarañar el entuerto. Y qué decir de la oposición política, relacionada con el asunto en parte por cierta conveniencia, como personajes de La Venganza de Don Mendo, torpes secundarios, inútiles en grado sumo.

«El asunto acaba con el PSC investido gracias a los votos de formaciones que parecen sacadas de una obra de Jardiel Poncela»

Es todo tan español que el asunto finaliza como finalizan siempre las cosas en este país, con el Partido Socialista investido gracias a los votos de formaciones que parecen sacadas de una obra de Jardiel Poncela, y un discurso del nuevo presidente asegurando que apela a los valores del humanismo cristiano que su partido representa. La escena la cierra el propio presidente de la Generalidad agarrándose al más español de los recursos cuando no se quiere decir nada: tirar de un ad hominen extranjero y citar a Karl Popper.

Así que la respuesta no es simple, no es concreta, está llena de aristas y recovecos. Pero si alguien me preguntase a mí: ¿Cataluña es España?, mi respuesta sí sería corta: observe usted las últimas horas en este cortijo nuestro, y comprenderá.

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