Madrileñofobia, una enfermedad de paletos
«Cada verano siguen apareciendo tipos frustrados que descargan su ira contra el turista madrileño porque saben que sale gratis»
Me perdonan la cursilería. En ocasiones pienso que vivimos —de verdad— durante el verano y sobrevivimos —con alguna escapada gozosa— el resto del año. Esperamos este tiempo como el niño que ansía escuchar el timbre que le dé la libertad de esa cárcel educativa a la que llaman colegio.
Y hete aquí, la canícula en su esplendor. A máxima potencia estos meses de vacaciones para la mayoría de españoles, y en donde los apenados que aún curran aflojan el ritmo de la manivela. Miren a Feijóo, exclamó en la COPE que «estamos ante una urgencia nacional», pero la reunión con los líderes territoriales ya se hará septiembre.
Al líder gallego le ocurre como a otros tantos compatriotas con el gimnasio, y empezar a estas alturas no merece la pena. En unas semanas, cuando el calor se marche en clara retirada, será tiempo de urgencias nacionales, provinciales y pueblerinas. Y justamente de un pueblo ha salido hace pocas horas una de esas noticias que confirman una costumbre relativamente moderna, los orgullosos paletos que desfilan por España.
Porque paletos, provincianos, hay en todas partes y, sin embargo, esa exhibición alegre del espíritu pueblerino no es tan habitual. Conocemos catetos en nuestros poblachones o en nuestras grandes urbes, bobos que conocen lo suyo, sin más altura de miras que la que les permite su vista cuando levantan el cacharrito en el bar.
Ahora, en este agosto sin un Daniel Sancho que rellene los huecos de los platós, llegan catetos empeñados en promocionar su simpleza. Descubro en La Voz de Galicia que un bar de Mera ha decidido cerrar sus puertas del 12 al 19 de agosto ante el «desgaste», «prepotencia» y «exigencias» que imperan entre los veraneantes foráneos. Intuí que debía haberse producido alguna situación de honda alarma para que un bar cierre sus puertas en pleno agosto.
«Frases como ‘me pones dos Barcelós cola y cuatro vasos’ han sido clave para que el bar gallego no deje entrar a más ‘tontos de la meseta’»
Amenazas graves, pensé. Podrían haberse producido varios altercados entre borrachos mesetarios a los que no se les puede sacar de la capital y dan la lata a los camareros con bromas de cuñado. Quizá, no quisiera imaginármelo, un robo o un intento al menos. Ese españolito de fuera que se va con la abuela de vacaciones y ya aprovecha para un atraco facilón.
Nada de esto, peor aún. Frases del tipo «me pones dos Barcelós cola y cuatro vasos», «tendrás un pincho de tortilla para acompañar con el café que solo no me entra» o «aparte de macarrones con carne y empanada de pulpo tendrás otros pinchos ya que soy celíaca y eso no lo puedo comer», han sido clave para que el bar gallego ponga los pies en la puerta y no deje entrar a más «tontos de la meseta».
Otra de las grandes líneas del comunicado pueblerino va para aquellos del centro de España: «Ante la inminente llegada del puente del 15 de agosto, donde si cae una bomba en Mera se quedan sin tontos en la meseta, hemos decidido cerrar Puerto Martina Bar». La explicación más sencilla suele ser la correcta, que los encargados del local han decidido pillarse una semana de vacaciones y como excusa está el portazo a los madrileños.
La madrileñofobia más cateta anunciada a los cuatro vientos porque unos cuantos turistas no han gustado por allí. El atontamiento cerril de los que odian al forastero y lo colocan en sus redes. Cada verano siguen apareciendo tipos frustrados que descargan su ira contra el turista madrileño porque saben que sale gratis. Es sencillo pintar a los habitantes de la región de manera uniforme.
«Lo bueno de todo es que a los madrileños les suele importar poco o nada lo que opinen quienes intentan convertirlos en un ‘pack’»
Todos semejantes en su egoísmo y poco saber estar, agrupándolos en pijos que se pasean por el resto de España como conquistadores. Si Hernán Cortés tomó Tenochtitlán, María Jesús, madrileña de Vallecas, pondrá este verano su pica—y su sombrilla— en Torremolinos. Lo bueno de todo es que a los madrileños, múltiples en sus pareces y formas de vivir, les suele importar poco o nada lo que opinen quienes intentan convertirlos en un pack. Porque el victimismo, insufrible y pesado, no se ha instalado en el ánimo de esos «tontos de la meseta».
Me perdonan la maldad, pero volverá septiembre. Retornará la vida normal con sus trabajos, los atascos, las tardes de extraescolares, las noches más largas y las urgencias nacionales en el tendedero informativo. Mientras tanto, disfruten del verano que está para ser vivido como uno quiera. Comiendo, bebiendo, durmiendo. Entre amigos, con la familia o en una cómoda soledad.
Al borde de una piscina, gozando en esa ducha tras una jornada de sal y arena, paseando por ríos, surcando las calles de la gran ciudad. Y olvidad lo que dicen de vosotros, si acaso reíros. Reíros tal y como nos enseñó esa dama de la copla y de la prensa del corazón llamada Isabel Pantoja: «Dientes, dientes, que eso es lo que les jode». Y madrileños, por donde vosotros queráis, pese a los paletos.