Elon Musk y la izquierda caritativa
«El gran secreto del éxito de los Estados Unidos como nación, es que siempre han obrado justo del modo contrario a cuanto ellos aconsejan hacer a los demás»
El gran secreto del éxito de los Estados Unidos como nación radica en que, y ya desde la Declaración de Independencia, siempre han obrado justo del modo contrario a cuanto ellos aconsejan hacer a los demás. De ahí que los billetes de diez dólares todavía a estas horas lleven estampada en su anverso la faz de Alexander Hamilton, primer ministro de Economía de la jóven República y acaso el mayor enemigo que jamás haya tenido el principio liberal del libre comercio en toda la historia. Y también de ahí que Elon Musk, flamante dueño y señor del difunto Twitter, que tanto acaba de escandalizar a las almas cándidas progresistas por una charla con Trump, pase por ser una especie de icono global de la iniciativa privada, de la libre empresa sin interferencias públicas. Y es que si hay ahora mismo un ejemplo de gran empresario cuyos negocios nada tengan que ver con los principios doctrinales decimonónicos de la no intervención gubernamental en la libre competencia, justamente ese ejemplo de libro responde por Elon Musk.
Algo que digo, y me adelanto al previsible reproche del lector, en términos admirativos y elogios, aunque no tanto hacia la persona concreta de Musk como a la inteligente política económica estatista del Gobierno norteamericano. Y ello porque ninguno de los grandes proyectos tecnológicos de vanguardia promovidos por ese empresario audaz habría llegado a materializarse nunca sin la decidida participación de los poderes públicos en su financiación con el dinero de los contribuyentes. Pese a sí mismo, el camaleónico Musk encarna la suprema prueba de que el Estado forma parte de la solución, no del problema como a él tanto le gusta predicar. La izquierda posmoderna, que nunca se entera desde que sufrió una lobotomía ideológica integral tras la caída del Muro, debería estar elogiando ahora mismo a los planificadores económicos en la sombra a sueldo de la Administración de Estados Unidos, esos maravillosos «burócratas» que, gracias a su lucidez visionaria, supieron implicar a fondo al Estado en la creación y consolidación del sector industrial privado de las nuevas tecnologías disruptivas. Sin ellos, siempre tan denostados, China ya habría colonizado por entero a Occidente.
Pero cuando el dedo señala a la Luna, esa izquierda acéfala prefiere fijarse en las entrevistas de colegas entre Musk y Trump. En fin, vayamos con una breve pincelada cuantitativa de lo dicho ahí arriba. 2015: Los Ángeles Times informa que el Gobierno Federal ha inyectado a fondo perdido, entre ayudas directas y desgravaciones fiscales, 4.900 millones de dólares en empresas propiedad de Musk. 2016: el Estado de Nueva York premia con una subvención de 750 millones de dólares a Solarcity, compañía energética cuyo primer accionista es Musk. 2020: el dueño de Tesla no pone reparos a recibir su parte de los 600.000 millones de dólares que el Estado reparte entre las empresas privadas americanas a raíz del Covid. También en 2020, Space X, empresa de Musk especializada en lanzamientos al espacio, ingresa un subsidio con cargo a los contribuyentes de 653 millones de dólares.
«La izquierda posmoderna insiste en redistribuir la riqueza vía impuestos, pero ni una palabra sobre cómo crearla»
Al tiempo, un ente estatal, la NASA, entrega otros 2.890 millones de dólares de los mismos contribuyentes a esa sociedad de Musk en concepto de servicios prestados. Suma y sigue. Hace un lustro, cuando nadie en Argentina había oído hablar de un tal Javier Milei, una encuesta reveló que la imagen que más se asociaba a la izquierda representaba a un grupo de mujeres lavando ropa sucia en la orilla de un río. Para los encuestados, izquierda y pobreza parecían ser sinónimos. Y lo peor es que no andaban tan descaminados. Desde que cayeron el comunismo y la socialdemocracia clásica por la misma época, allá a finales de los ochenta, la izquierda posmoderna únicamente viene aplicando diferentes variantes de la caridad institucional cuando llega a los gobiernos (¿qué otra cosa es el ingreso mínimo vital?). Pero, aparte de buenos sentimientos y caridad hacia los pobres, no tiene nada propio que aportar al debate económico, absolutamente nada. Solo insiste en lo de siempre, en que hay que redistribuir -un poquito- la riqueza vía impuestos, pero ni una palabra sobre cómo crearla. Lo suyo, está claro, es el dedo, no la Luna.