THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Banquero accidental, persona íntegra

«El pasado día 15 murió Jaime Botín, un tipo decente y singular. Estoico en la moral, en el trabajo y en las finanzas, epicúreo en la vida y en los sentimientos»

Opinión
17 comentarios
Banquero accidental, persona íntegra

El banquero Jaime Botín. | Archivo

Josep Pla solía decir que eres viejo cuando empiezas a encontrarte con escaleras por todas partes. Antes las subías y bajabas sin darte cuenta, cuando se acerca la vejez te fijas en los peldaños y, si hay barandilla, te agarras a ella. También conforme la edad avanza se van muriendo los amigos. No sé por qué razón, seguramente por ninguna razonable, mis amigos suelen morirse en agosto o cuando estás de vacaciones. El pasado jueves día 15, justo hace ocho días, murió Jaime Botín, un tipo decente y singular. Procedía, como es fácil adivinar por su apellido, de una conocida estirpe de banqueros. Era hombre de mucho dinero, en parte por herencia paterna, en parte por su esfuerzo, inteligencia y tenacidad.

Ejercía de banquero pero era un banquero atípico, en cierto modo lo era por accidente: en la vida le había tocado este oficio, no es el peor, desde luego, pero también aspiraba a otros horizontes que lo convertían en una rara avis dentro de los suyos. Lo confirmé antes de conocerlo personalmente hará una decena de años. Días antes le dije a un financiero amigo, también bastante atípico, que Botín me había invitado a cenar y si le conocía: «Le conozco pero poco» – me contestó -, «no me cae mal pero es un tipo raro, no es como los demás banqueros, a ti seguramente te interesará». Y así fue.

Mi única referencia anterior sobre Jaime era que de vez en cuando firmaba artículos bien razonados en El País y añadía a su firma la condición de «estudiante de filosofía», una profesión peculiar. La acogida en la puerta de su casa fue tan cordial como era de esperar pero enseguida me di cuenta que estaba ante un personaje especial, ni aspecto físico de banquero tenía.

Primero pensé que me encontraba ante un boxeador, un rudo fajador siempre dispuesto a contraatacar tras ser acorralado en el ring; después ante un personaje de película del oeste americano, el buen tipo que necesitaba y no encontró Gary Cooper cuando estaba solo ante el peligro. Con el tiempo, al conocerlo algo más, comprobé que en realidad era ambas cosas a la vez y no sólo en lo físico sino también en lo moral, en su elegancia moral. En todo caso no daba la imagen de un banquero al uso.

Junto con otros dos amigos, también invitados a la cena, pasamos a una biblioteca para tomarnos un aperitivo y comenzamos a charlar. Un sigiloso mayordomo cuidaba de todo.

«El deber de Jaime consistía en cumplir con las obligaciones familiares que de él se esperaban. Y las cumplió»

Jaime había sido adiestrado para ayudar y para defenderse, por eso era amigo de Gary Cooper y boxeador. Estudió en los jesuitas, que enseñan sobre todo a educar la voluntad, a cumplir por encima de todo con el deber que te ha impuesto la vida. El deber de Jaime consistía en cumplir con las obligaciones familiares que de él se esperaban. Y las cumplió. Se licenció en Derecho y en Economía en Deusto y entró a trabajar en el banco matriz, en el Santander. Después su padre le encargó crear Bankinter y desarrollarlo. Siguió cumpliendo a la perfección: ha sido un banco modelo, conocido en toda Europa por su carácter innovador y tecnológicamente muy avanzado. Hasta ahí las obligaciones.

Pero a Jaime también le gustaban el mar, el arte y la filosofía, quizás por este orden: sabía que más allá de las finanzas había otras vidas. Ya adulto e independiente se dedicó también, y subrayo el también, a todas ellas.

Era de Santander, muy de Santander, y el mar había sido siempre su horizonte de salud y libertad. En los años setenta se compró un gran velero que ha conservado hasta hoy como un reducto íntimo, en cierto modo sagrado, para surcar los mares. Podías encontrarlo en Tailandia, en los Dardanelos o en las islas Galápagos. La pintura era otro refugio y llevaba en su espíritu la pasión del coleccionista, ese vicio secreto y algo egoísta. En el museo de la Fundación Botín de Santander se encuentran quizás las mejores piezas de su pinacoteca. Y, finalmente, era un apasionado de la filosofía, es decir, del conocimiento, del saber, de la lectura, de la ciencia, en definitiva averiguar qué nos depara el futuro, qué debemos aprender del pasado.

Estoico en la moral, en el trabajo y en las finanzas, epicúreo en la vida y en los sentimientos. Ser puntual al levantarse para trabajar todo el día y tomarse un dry martini antes de cenar, con puesta de sol si era posible. Este era el personaje: independiente, arriesgado, duro y tierno, peleón y tozudo.

«Ser rico de nacimiento es un privilegio, también una servidumbre. Jaime lo sabía: de la dureza surge la ternura»

Esto último le comportó algunos problemas. En el conocido y reciente caso del cuadro de Picasso que le requisó la Administración del Estado por considerarlo patrimonio propio, y encima una juez le impuso una sanción de 92 millones de euros, podía llegar a un pacto que rebajara en muy buena parte esta multa descomunal pero no quiso a pesar de que familiares y amigos le aconsejaran que se aviniera a las condiciones que le ofrecían las autoridades. «No tienen razón y tengo ganas de pelea, si pierdo mala suerte, pero yo no he infringido norma alguna». Pagó para salvar su honor. Sin un mal gesto, aunque le noquearan. Él no había defraudado a nadie, que les quedara claro a todos, antes que nada la dignidad, su dignidad. Ahí estaba el boxeador.

Si alguien le pedía ayuda y consideraba que esta era necesaria para esa persona, o para la sociedad en general, ahí también estaba él para asegurar que el Gary Cooper de turno no se arriesgara solo. Lo acompañaba, le apoyaba. Todo sin que nadie lo supiera, simplemente porque debía hacerlo. El deber cumplido, la conciencia tranquila. Ahí está su poco conocido papel en los albores de la Transición que Jaime Terceiro ha desvelado en su necrológica de El País.

No todo fueron alegrías en su vida e imagino sobrellevó las tragedias familiares como pudo, seguramente mal, comprensiblemente muy mal. Pero imagino que el estoicismo acudió en su ayuda. Ser rico de nacimiento es un privilegio, también una servidumbre. Jaime lo sabía: de la dureza surge la ternura, incluso la necesidad de ternura. Quizás se ha llevado algún secreto familiar a la tumba. Nunca lo sabremos. Ser sabio también es ser prudente. Pero Jaime sólo en ciertas cosas era prudente.

Banquero accidental, persona íntegra. Descansa en paz.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D