En una verbena con Penélope Cruz
«¿Puede uno ser progresista lanzándose al bien particular aprovechando las circunstancias más favorables de tu entorno?»
A los 22 años, David Trueba era admitido en una escuela de cine en Los Ángeles. La carta de recomendación del guionista Rafael Azcona había facilitado el proceso. Un mañana de invierno, yo también tuve 22 años, amanecí vomitado sobre mí mismo en un portal de Ciudad Jardín porque ningún taxi quiso cogerme de madrugada por la borrachera que llevaba, y desesperado decidí dormir arropadito junto a un contador de luz.
Yo no terminé Derecho, David no terminó Periodismo. Estoy seguro de que los dos lo pasamos bien. La juventud es una piscina de bolas y cada bola es un error divertidísimo. Estábamos en diferentes escenarios. Los dos quisimos ser escritores. Él lo consiguió, yo llevo dos años intentando escribir una novela; pero no tengo ni la paciencia, ni el tiempo, ni el empuje necesario para hacerlo. Según la derecha, es por mi falta de esfuerzo. Según la izquierda, es que nací en la cuna equivocada. Según el sentido común: pues será una mezcla de todo. ¿Pero a quién le interesa hoy día el sentido común?
Comentamos mucho, los ociosos, la columna sobre el verano de 1992 de David Trueba, publicada hace unos días en El País. Víctor Lenore ha dado sobre su propia versión sobre ella. Yo siento una tiernísima envidia por aquel verano suyo. Por haber ido a una verbena con Penélope Cruz, por vender tan joven sus guiones —ser capaz de escribirlos ya me parece algo marciano—, y por tener la oportunidad de trabajar desde Los Ángeles para el periódico que yo leía como una biblia a su misma edad. No siento que David fuera un pijo privilegiado, pero sí que su hermano le tuvo que dar un buen empujón. Yo también lo haría por mi hermana. ¿Y quién no?
¿Es eso un soft nepotismo? ¿Puede uno ser progresista lanzándose al bien particular aprovechando las circunstancias más favorables de tu entorno? O mejor explicado: ¿Puede alguien criticar el turismo en Málaga tras regresar de Venecia? ¿Puede alguien ser ecologista teniendo un coche de gasolina y no separando la basura en diferentes contenedores?
Me acordé de Samanta Hudson cuando fue a Operación Triunfo a charlar con los jóvenes concursantes. Ella dijo: «La meritocracia no existe. No el que más se esfuerza es al que mejor le salen las cosas». Y se viralizó. Y se aplaudió muchísimo. Pienso que es más fácil verlo en hijos de jueces que en hermanos pequeños de exitosos y comprometidos directores de cine. Pero a la hora de la verdad, viene a ser lo mismo. Más privilegios es menos igualdad. Pedro Sánchez viene de una familia fetén. Como Íñigo Errejón. Me sorprende que en la izquierda esté tan cuestionado eso de «sacar cabeza» cuando uno viene de entornos verdaderamente humildes.
«Lo importante es que el talento se eleve por encima de cualquier situación»
No sé, sin pensar demasiado, me acuerdo de Lucía Méndez, a la que llaman pija y fascista en redes, y que nació en un pueblo de menos de 300 habitantes en Zamora. O Alberto Núñez Feijóo, que pasó una buena parte de su infancia en la tienda de ultramarinos de su abuela. No tiene importancia. O no debería tenerla. De las cosas más aburridas que puede ofrecernos un artista es lo de contar cómo salió del barrio, que su padre tenía dos trabajos, todo eso. Se ha romantizado el tiesismo. Lo importante es que el talento se eleve por encima de cualquier situación, de cualquier fuerza que trate de sumergir el arte, la vocación o el ingenio. Ya sea por exceso de pasta o por mucha falta de ella.
En una entrevista de Olga Pereda en El Periódico en 2017, David Trueba dijo: «(Lo de Cataluña) es complejo. Sí, con esto del Tribunal Constitucional yo me pongo en la piel de los jueces. ¿Qué haces ante una persona que ha quebrado la ley y que a la entrada del juzgado dice que lo volvería a hacer? Pues hacer lo que ha hecho el tribunal. La ley es la ley. Si se la salta hoy Artur Mas, mañana se la puede saltar Donald Trump. Si me parece mal que se la salte Trump, me tiene que parecer mal que lo haga Mas».
En una columna de mayo en el 2024, David Trueba escribió: «Conviene pasar de pantalla, esto ya huele. La aprobación de la amnistía es un trámite hacia normalizar en las Cortes lo que es normal en el paseo de Gracia. Tenemos problemas más acuciantes y que afrentan con mucha más violencia a la letra escrita de nuestra Constitución. La falta de vivienda, el descuaje sanitario, el agravio educativo, la xenofobia».
Dan igual los orígenes. Coincidiremos todos en que lo importante son los discursos. Los libros. Las películas. La educación que demos a nuestros hijos. Las columnas que firmemos aquí o allá.
Ya no tengo edad para irme de aventura a Los Ángeles. Perdí algunos años de mi vida en no sé qué cosas. Hay un paraíso en los portales de los barrios donde me crie. Tenía 22 años. A veces se me olvida que se pueda ser tan joven. Pedía el Hey de los Pixies en el Velouria. Dejaba mi currículum en las cafeterías. Amaba como si el amor se pudiera acabar en esa misma semana. El tiempo nos lleva, suavemente, a nuestro lugar. Como a los condones en las playas o a las ballenas muertas. La cultura siempre sucede a espaldas de la sociedad. Jamás encontraremos cultura verdadera —incómoda, retadora, turbia, incomprensible…— en la portada de El País Semanal. Los reyes dóciles siempre han estado ahí. Mientras unos miran el mar embelesados, otros se aman a escondidas detrás de un matorral.