THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Machos alfa y victimismo

«Se valora más, por ejemplo, un cuadro o una novela si su autor es del colectivo LGTBI, o una mujer negra racializada, que si es de un blanco varón heterosexual»

Opinión
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Machos alfa y victimismo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lo confieso. Tengo prejuicios, como todos. Después de muchos chascos puse un veto a las series televisivas españolas. Estaba cansado de que un grupo de guionistas me quisiera adoctrinar en lugar de entretener. No soporto la arrogancia ni el complejo de superioridad del que me dice que vivo, soy y pienso mal porque no lo hago como él. 

Un día, uno de mis hijos me dijo: «Papu, echa un vistazo a ‘Machos alfa’. Te vas a reír. Además, hay uno de los personajes que en la primera temporada me recuerda a ti». Lo hice, y acertó. Acertó en que me iba a reír y en que uno de los protagonistas perpetra mis mismas chorradas. Aclaro el tema: procuro reírme de mí mismo todo lo que puedo, y eso es una ventaja.

Bien. Pues he visto las dos temporadas en una semana, casi como terapia, y con una enorme curiosidad sociológica. La serie describe los problemas corrientes de cuatro hombres maduros. Sufren la inseguridad generada por un mundo en guerra de sexos que les hace sentir culpables de ser quienes son. En seguida les dicen que son defectuosos, tóxicos, machirulos, machistas, y que tienen que «deconstruir» su masculinidad para no ir dejando más víctimas femeninas por el camino. Por supuesto, ese nuevo paradigma es un negocio laboral y económico en el que caen, y que les lleva a cometer más chorradas todavía porque choca con la realidad. La serie se ríe de todo el mundo y de sus discursos, lo que es sanísimo. 

El interés sociológico de la serie está, entre otras cosas, en la exposición de dos conceptos: el colectivo y la víctima, y sus dos corolarios, el colectivismo y el victimismo como formas de identidad y existencia. Esto me recordó lo que escribió Carlos Prallong en su reciente obra «Colecti-victimismo. Manual de resiliencia ecosostenible» (Unión Editorial, 2024). Por cierto, esta obra combina magistralmente, al estilo anglosajón, la erudición disimulada —no cansa con notas a pie de página— con el gracejo.

La mujer —el plural no existe en este caso— ha resultado ser en nuestras sociedades occidentales, dice Prallong, un colectivo víctima cuyas dirigentes exigen ingeniería social estatal y la reeducación del hombre —tampoco hay plural—. No importa que la igualdad legal entre sexos sea absoluta. Siempre se buscan nuevas afrentas que demuestran, al entender de las victimizadas, que la opresión continúa, que existen «techos de cristal», que hay «micromachismos». No es solo una cuestión del lenguaje, sino, incluso, de la expresión corporal, de lo que se dice u omite, hace o ignora. Hay gente que vive de estar buscando agravios para alimentar el victimismo del colectivo de la mujer. Es aquí cuando Prallong llega al concepto clave, el «colecti-victimismo», para definir el protagonismo de colectivos en función de su calidad de víctimas construidas.

«El feminismo no se queja ahora de la desigualdad legal, sino de la desigualdad de resultados»

Hoy no se puede aspirar a ser alguien si uno no se define como víctima de algo y se incluye en un colectivo protegido por la política, el mundo de la cultura o los medios. El mérito ya no está en el trabajo o el esfuerzo, sino en la pertenencia a uno de esos grupos. Así, se valora más, por ejemplo, un cuadro o una novela si su autor es del colectivo LGTBI, o una mujer negra racializada, que si es de un blanco varón heterosexual. Lo primero vende mucho. Lo segundo es inapreciable. Hay una actitud condescendiente con lo primero e injusta con lo segundo, pero lo hacemos porque calma nuestra conciencia y nos integra en esta sociedad infantilizada. 

El asunto es que el feminismo no se queja ahora de la desigualdad legal, sino de la desigualdad de resultados. Esto, escribe Prallong, vierte un «halo de charlatanería barata» porque al exigir un fruto mayor por tener genitales femeninos se deshace la igualdad. Un buen ejemplo es la exigencia feminista de que las mujeres futbolistas cobren lo mismo que los hombres saltándose el mercado. A Prallong no le dio tiempo para meter en el libro algunas escenas de estos JJOO, donde las boxeadoras lloraban al verse noqueadas por un(a) competidor(a), al tiempo que algunos colectivos feministas les daban la espalda.

Porque, claro, al feminismo tradicional le ha salido otro feminismo que considera que cualquiera puede ser mujer si así lo siente; es decir, la autopercepción o el sentimiento por encima de la biología. Esto ha generado un conflicto irresoluble entre colectivos victimizados. Es la paradoja que contaba Camille Paglia: la victimización de la mujer se ha convertido en un negocio de tal magnitud que es lógico que surja quien diga que es mujer porque sí. Todos queremos tener privilegios sin esfuerzo.

El victimismo es contagioso, nos dice Prallong, y ha pasado también a los hombres. Los varones que se sienten desplazados por la ley o el ambiente sociocultural se presentan también como víctimas. De esta manera, todos somos voluntariamente o no parte de un colectivo en guerra con otros. Hemos pasado de la lucha de clases a la guerra de sexos, y de esta a la de colectivos victimizados, sentencia Prallong.

Las acusaciones de verdugo y culpable son mutuas. Todos hablamos de opresión por parte de los otros, de justicia y verdad, pero casi nadie escucha. Cualquiera se presenta como incapaz por culpa de la opresión ambiental, se identifica con un colectivo y exige reparación. De esta manera, el individuo desaparece en favor de colectivos que ahondan en la mediocridad porque la persona deja de tener incentivos de mejora por su esfuerzo y mérito.

Moraleja, y vuelvo al inicio. Ríase de Vd. mismo. No sé dé tanta importancia, como hacen los colectivistas victimizados. Pase del colectivo al grupo de amigos. Recupere su individualidad, porque el egoísmo tiene mala prensa pero es muy humano. Hágalo sin olvidar los valores -yo diría que cristianos- que sostienen la familia y la comunidad en la que vive. Y por encima de todo, no se deje manipular por los totalitarios que quieren tener razón dando pena.

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