THE OBJECTIVE
Carlos Padilla

Ana Rosa y Jorge Javier, las dos Españas

«Da gusto juntar a ambos en un sofá a charlar de todo y de nada, haciendo como que arreglan el país, aunque el mundo seguirá igual»

Opinión
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Ana Rosa y Jorge Javier, las dos Españas

Ana Rosa y Jorge Javier Vázquez.

Si a Arcadi Espada le caen bien Puigdemont y María Jesús Montero, «¿qué le voy a hacer?», he de decir lo mismo, pero aplicado en mi caso a Jorge Javier Vázquez y Ana Rosa Quintana. Debo estar entre las tres o cuatro personas que quedan en este país que no odiamos a uno u otra, somos gente extraña, incomprendida. El que te caiga bien alguien es irremediable, una variante del amor, y también puede pasar, al contrario, con gentes que están en tu misma cuerda ideológica, seres sensatos que, sin embargo, no tragas, no soportas. La estima tanto al antiguo rey de Sálvame como a la matriarca de las tardes de Telecinco parece poco menos que un imposible.

Para unos, Ana Rosa, fascista del teletexto, es la encargada de convertir sus horas de pantalla en un alegato a favor de la extrema derecha. Quintaesencia del mal, le atribuyen, como suele ocurrir en esta era de la hipérbole, un poder sobrenatural para convencer a la opinión pública española. Poder que, si seguimos la teoría de los críticos con la periodista, se ha traducido en que Sánchez sigue gobernando. Esto era como cuando a Ciudadanos, una formación—por si no se acuerdan— que existió hace tiempo, lo apodaban el partido del IBEX, pues vaya basura de poder tienen los empresarios que ni siendo tan poderosos lograron que Rivera llegara a vicealgo.

Luego están, exagerados de la otra trinchera, los que no soportan a Jorge Javier Vázquez. Aquella frase, en tiempos de la COVID, «este programa es de rojos y maricones», debió escocer mucho a los groupies. El showman de Badalona nunca ha escondido sus amores políticos, desde Carmena a Errejón, y llegando a Pedro Sánchez. Los veteranos tendrán en su memoria cuando un apenas conocido líder del PSOE llamó en 2014 a Sálvame, resulta que JJ. Vázquez andaba dolido por la fiesta del ‘Toro de la Vega’, y Pedro habló con él para asegurarle «nunca me verás en una corrida de toros». Alabado, Pedro, recuperada la confianza de Jorge en su partido. La estima de Vázquez por Sánchez iría en aumento hasta convertirse en amor público cuando el de Telecinco le presentó Tierra Firme.

Todos sabemos lo que vende una rivalidad, y lo que da de sí. «La Roma que conocemos, —le leo a Iñigo Domínguez en Polo de Limón—, esa ciudad fastuosa y monumental, se debe en buena parte a dos tipos que se odiaron, los artistas Gian Lorenzo Bernini y Francesco Borromini, arquitectos y escultores. Se odiaron con tal dedicación, con tanta inspiración y talento, que casi fue una suerte para la capital italiana. A base de competir, acabaron inventando el Barroco». Jorge y Ana son distintos, no se odian, no han inventado nada, pero ofrecen un atractivo adictivo para el espectador. Da gusto juntar a ambos en un sofá, como quien sienta a las dos Españas a charlar de todo y de nada, haciendo como que arreglan el país, aunque el mundo seguirá igual.

«No me interesan los cortes virales, aprecio el link en su totalidad, el teatrillo televisivo que sirve para poco, lo sabemos»

Fue un momento de tele disfrutón, de esos donde mandan al infierno el guion y la escaleta se va al traste. «Era volver al lugar del crimen», dijo J.J., tras pisar por primera vez el plató de TardeAR, construido sobre los restos del de Sálvame, como quien se hace la casa sobre un antiguo cementerio indio. Para el catalán lo de Ana Rosa es un «salón de té», mientras que él presentaba un «after en hora punta». Ambos estuvieron, en su estilo, juguetones, y discrepantes, que no enfrentados. Hubo peticiones, que sí «deja en paz a Pedro Sánchez», «no hables de okupas tanto», y hasta un burro, Fortunato, que entró en el plató para saludar a su antiguo dueño.

Desconozco el dato de audiencia, el minuto a minuto que mata la libertad televisiva, no sé si le fue bien a la cadena de Fuencarral este tira y afloja entre dos de sus estrellas principales, aunque admito que me gustaría verlo de nuevo. Es sano hacerlo, juntar a quienes parece que tienen tanto en contra que hasta sus sombras discuten. Y sí, salieron usuarios, raudos en busca del me gusta, a por los zascas de uno o de otra. Es el signo de los tiempos.

Sin embargo, no me interesan los cortes virales, aprecio el link en su totalidad, el teatrillo televisivo que sirve para poco, lo sabemos. Con todo, entre burros y salseos de pasillo, el duelo vespertino resulta más trascendente para la opinión pública, que una de esas tertulias pretendidamente afectadas de tono grave y voces cazalleras. Aunque su poder de movilización, como sus odios enconados o sus diferencias políticas, sean exagerados. Es la hipérbole que vende, «es el mercado, amigo». Una variante del amor (por el dinero y la atención).

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