Churras y merinas
«Para muchos ciudadanos nada tiene que ver con nada, en especial si se trata de asuntos en los que anda metido el gobierno de progreso o sus secuaces»
Dice la sabiduría popular que no se deben mezclar las churras con las merinas, un consejo que es muy probable que no entiendan la mayoría de los ministros, pero he decidido llevarle la contra a tan prudente recomendación al ver la extraña coincidencia de dos cifras, una de churras y otra de merinas, en la prensa del día.
Resulta que son casi idénticas dos cantidades muy heterogéneas, por una parte el ritmo asombroso de incremento de nuestra deuda estatal, más de 800 millones de euritos al día, y por otra lo que implicaba el desarrollo de la plataforma NGAD americana, un nuevo caza más poderoso etc., que el miserable Pentágono ha decidido no producir por parecerle demasiado caro. Con lo que nos gastamos por encima de lo que ingresamos podríamos fabricar cada día más de diez aviones tipo F-35, pero ya se ve que no hay que comparar.
Puede que esto sea un caso de aquello que nos enseñaban en la economía del bachillerato (viejos tiempos) que había que elegir entre cañones y mantequilla. Lo malo es que nosotros no tenemos muchos cañones, pero el gasto en mantequilla es asombroso, aunque la mayoría de los desayunos los tengamos que hacer con tostadas a palo seco porque no llega para el adorno.
En España, a base de no mezclar churras y merinas, hemos dejado muy atrás cualquier límite. Para muchos ciudadanos nada tiene que ver con nada, en especial si se trata de asuntos en los que anda metido el gobierno de progreso o cualquiera de sus secuaces. Por ejemplo, nada tiene que ver que a los mozos de escuadra se les escape un delincuente notorio en nuestras narices con los altos intereses morales que presiden la política de Sánchez, que, por otra parte, estaba como de vacaciones para mostrar su altivez ante tamaña menudencia: Sánchez tiene otros asuntos mucho más trascendentes y graves de los que ocuparse en su amplia y bien amueblada cabeza.
Esta virtud en el arte de no comparar nos ha instruido notablemente en otra habilidad extremadamente útil, mirar al dedo y olvidar la Luna. Pongamos, por ejemplo, el caso universitario. Resulta que hay mucha gente alterada porque a Begoña Gómez se le haya dado una cátedra por ser vos quien sois, pero pocos advierten la trascendental importancia de la materia a la que se dedica. «Transformación social competitiva» es el título del empeño y al no reparar en la extraña tríada de términos se pierde la capacidad de profundizar en la naturaleza de su objeto.
«Es llamativo que se hable de la captación de fondos, no de solicitar, pedir o procurar: captar, agarrar al vuelo, porque los fondos están ahí, en el viento»
Parece que el busilis está en que existe un filón, mucho negocio para las empresas en la sostenibilidad y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030, entornos en los que, es obvio, doña Begoña Gómez brilla con luz propia, basta con reparar no en sus títulos académicos sino en su domicilio. Al parecer, según declaraciones de un afortunado alumno, la cátedra proporciona una metodología para generar impacto social a través de la empresa, que permite ganar a todos, a la empresa, a las personas y, last but non least, al planeta. Y luego dicen que las universidades españolas no sirven para mucho.
Otro fruto de la docencia de doña Begoña se encuentra, al parecer, en que se aprende a implementar la multicanalidad generando un ecosistema muy enriquecedor que promueve el cambio social y enseña a captar fondos para hacer un mundo mejor, algo así como el socialismo convertido en técnica de crecimiento económico personal. Es llamativo que se hable de la captación de fondos, no de solicitar, pedir o procurar: captar, agarrar al vuelo, porque los fondos están ahí, en el viento, y es necesaria la habilidad y los buenos contactos para captarlos sin demora ni pérdida de las generosas manos de la UE y del gobierno de España, recuerden, por si se han perdido, los 800 millones de nueva deuda que, bajo la batuta de Sánchez, somos capaces de generar cada día.
Lo mejor del caso de doña Begoña ha sido su carácter práctico, de modo que el máster mismo ha sido una muestra ejemplar de las benéficas habilidades que se promueven, un verdadero círculo virtuoso que debería ser objeto de emulación, y no es que yo dude de esa su mejor cualidad, pese a que sujetos puristas, viejunos y envidiosos se atrevan a sugerir que algo huele a podrido en tan hermoso jardín.
Nuestros políticos tienen una enorme destreza, que no siempre sabemos reconocer con la debida grandeza, para encontrar términos con los que apartarnos de la equívoca tendencia a mezclar las churras con las merinas. Véase el caso de Illa, tan ejemplar, en muchos aspectos. Illa ha defendido con sutileza, pero con energía, la singularidad de Cataluña, de modo que cualquier intento de comparar algo singular con algo que no lo es resultará por naturaleza confuso. Lo de menos es que la singularidad sea una propiedad que está reñida con la igualdad porque implica distinción, excelencia, elegancia, exclusividad, todo un conjunto de propiedades que no son compatibles con la vulgaridad igualitaria.
«Lo singular es menos igual, nunca es lo mismo y es injusto aplicarle el trato rutinario que es propio de los que no son singulares»
Cuando se es singular no hay que tener miedo a la igualdad porque ya sabemos que hay distintas igualdades y unos somos más iguales que otros, que lo son menos. Lo singular es menos igual, nunca es lo mismo y es injusto aplicarle el trato rutinario que es propio de los que no son singulares, sino otra cosa que no hace falta comentar. Cataluña es churra (o merina o lo que convenga) y no hay que ser equívoco al respecto.
Otro ejemplito para ir acabando. La ministra de Igualdad (supongo que pronto podrá haber una ministra de Singularidad) se ha quejado del fraude, insignificante a su entender, de los hombres que pretenden hacerse pasar por mujeres debido a las ventajas legales que este cambio de género trae consigo en la España de hoy. Lo que no hay forma de entender es cómo se puede cometer fraude si la ley sólo exige para ese feliz tránsito al género femenino la voluntad o el deseo de quien lo demanda. Supongo que la ministra sí que tiene una regla para distinguir aquí las churras de las merinas, pero al común de los mortales, imagino que jueces incluidos, nos ha dejado presos de la más angustiosa y existencial duda ¿cómo hacer para distinguir un tránsito genuino de otro que no lo sea si el paso sólo se legitima por la mera voluntad de quien lo decide? Va a ser difícil meter mano a las churras (o a las merinas) que hayan transitado con ganas de jeringar, es que tiene que haber gente para todo como decía el torero.