Es usted rico y no lo sabe
«Resulta descorazonador pensar en aquellos que estén intentando subsistir con sus 20.000 eurillos anuales, sin capacidad ya no sólo para comprar una vivienda, sino para incluso alquilarla»
En El gran Gatsby, extraordinaria novela cumbre dentro de aquella genial generación americana de principios del XX, Francis Scott Fitzgerald narra con maestría el auge de una América de cartón piedra, de un ídolo con pies de barro que acabaría colapsando en el famoso Crack del 29. En la novela, Gatsby, un millonario capaz de despilfarrar hasta límites que rozan la frivolidad moral, termina por reconocer que es más importante aparentar que poseer. De alguna manera, aquellos Estados Unidos se sustentaban sobre una mentira que acabaría de manera trágica, y que hubiera tumbado al país para siempre de no ser por la victoria en la Segunda Guerra Mundial y el consiguiente giro geopolítico. Fitzgerald denuncia de este modo la peligrosidad de quien cree que es verdad un estado de riqueza ficticio, la herida mortal que crece cuando uno nada en una opulencia que no es posible.
En los últimos días se ha hecho viral un discurso promulgado por varios medios y sustentado sobre distintos organismos estadísticos que asegura que, en España, ha de considerarse clase baja todo aquel que atesore hasta 11.500 euros al año; clase media quien llegue a 30.400 euros; y clase alta todos aquellos que superen este último umbral. Lo cierto es que resulta descorazonador pensar en aquellos que estén intentando subsistir con sus 20.000 eurillos anuales, sin capacidad ya no sólo para comprar una vivienda, sino para incluso alquilarla; que han de cambiar la ternera por el cerdo en el Mercadona; que no pueden permitirse un solo lujo si quieren llegar a fin de mes; y al encender la televisión se encuentran con que un fulano acomodado en los brazos del Gobierno asegura que sí, que por mucho que lo niegue su cuenta bancaria usted es clase media, para regocijo de estadísticas y relatos gubernamentales.
Pienso entonces en Fitzgerald, y en lo peligroso que nos hizo ver, a través de su Gatsby, que era creer que se es rico cuando sólo la apariencia lo secunda. Normalizar este estado de precariedad ya no es que sea peligroso, es que directamente es un suicidio para una Europa y en general un Occidente acostumbrado a ser de las pocas regiones que cuentan con una clase media solvente, con un Estado del Bienestar a mano, y con una meritocracia fuera de toda duda. De entre los muchos valores que ha perdido esta misma sociedad está el esfuerzo, en beneficio de una especie de fingimiento que puede verse cada día hiperbolizado en redes sociales, en foros de empleo, en conversaciones de café o incluso en el propio discurso de un gobierno. Si a usted, querido lector, le duele ver su salario posicionado ahí, entre los más ricos, pero luego revisa la cuenta cuando invita a cenar a la familia, no se preocupe: simplemente le están utilizando, como a casi cualquier votante hoy en día. Me pregunto si las urnas acabarán con esta pantomima, pero mucho me temo que no será así, y que solo un latigazo como aquel de 1929 podrá sacarnos, para bien o para mal, de la enajenación.