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Esperanza Aguirre

Sánchez y 'El País'

«Sánchez toma conciencia de que, para lograr sus propósitos, no puede dejar que a ‘El País’ se le ocurra criticarle siquiera mínimamente»

Opinión
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Sánchez y ‘El País’

Ilustración de Alejandra Svriz

En la primavera de 1976, con Franco ya muerto, se respiraba en España un ansia colectiva de alcanzar, y pronto, la democracia. Entonces tomó cuerpo una vieja idea de José Ortega Spottorno, el hijo de Ortega y Gasset, de crear un periódico abierto y liberal en el que tuvieran sitio todas las opiniones inequívocamente democráticas. Así nació El País.

Nadie puede tener la menor duda del importante papel que ese periódico representó a la hora de conseguir la democracia y de convertirse en una tribuna en la que tuvieron sitio muchas de las voces que habían estado postergadas o censuradas durante el franquismo.

Como tampoco hay duda de que, conseguida la democracia y aprobada la Constitución, El País se convirtió, con Javier Pradera de Jefe de Opinión, en una especia de órgano oficioso del PSOE. Más aún, de lo que sí había dudas es de quién influía más en quién, si Pradera en Felipe González o Felipe en Pradera. Un Felipe González que, no se nos olvide, no quería saber absolutamente nada de los comunistas, ni, por supuesto, de los filoterroristas de Herri Batasuna, y que, con los nacionalistas, entonces llamados moderados, mantenía unas relaciones circunstanciales con vistas a lograr las mayorías que le permitieran gobernar, pero sin invitarles a que se salieran del espacio constitucional.

Ese apoyo constante y consciente del periódico al Partido Socialista tenía como complemento un tratamiento siempre crítico e incluso relativamente displicente hacia la derecha, fuera ésta, Alianza Popular, UCD o, luego, el PP.

Pero todo dentro de las reglas del juego que rigen en la prensa de los países seriamente democráticos.

Con Zapatero de líder socialista y con Pradera ya mayor, igual que el PSOE se iba yendo al monte, El País, le seguía más o menos de cerca, pero todavía sin demasiadas estridencias.

Pero cuando el PSOE se hunde, con sólo 110 diputados en las elecciones que se celebraron el mismo día, cosas del destino, en que moría Pradera, el 20 de noviembre de 2011, el periódico entra en un periodo de desconcierto hasta que en 2014 nombran director a Antonio Caño, que se acuerda de que es periodista y de que una de las condiciones esenciales de esa profesión es la independencia y, por tanto, empieza a orientar el periódico al margen de lo que dijeran, pensaran o mandaran en Ferraz.

«Sánchez descubre que Frankenstein puede ser una banda imbatible y se entrega en cuerpo y alma a los comunistas, filoterroristas, golpistas e independentistas»

Ser independiente y demócrata convencido llevó a Caño y a su equipo a tomar conciencia de lo que significaba para la democracia española la irrupción de Podemos en la política y lo que podía significar un PSOE podemizado. Y, en consecuencia, El País, por primera vez en su historia, empezó a mostrarse crítico con algunas de las operaciones y propuestas del PSOE, que ya estaba bajo la bota de Pedro Sánchez, a pesar de que con él había cosechado resultados electorales muy decepcionantes (84 diputados en junio de 2016).

Todo cambia radicalmente el 1 de junio de 2018, cuando triunfa la moción de censura que lleva a La Moncloa a un Sánchez que ni siquiera era diputado y que contaba con un grupo parlamentario de sólo 84 diputados.

Sánchez descubre que Frankenstein puede ser una banda imbatible y se entrega en cuerpo y alma a los comunistas, filoterroristas, golpistas e independentistas. Pero, al mismo tiempo, toma conciencia de que, para lograr sus propósitos, no puede dejar que a El País, el periódico que toda España tiene identificado como el portavoz más conspicuo de lo progre, se le ocurra criticarle siquiera mínimamente.

Y el mismo día que llega a La Moncloa se pone en acción y consigue que inmediatamente echen a Caño de la dirección del periódico, y que nombren a Soledad Gallego-Díaz, de la que no cabían dudas de por dónde iba a ir. Así, la nueva directora el 11 de junio, es decir, diez días después de la llegada al poder de Sánchez, despide a todo el equipo de Caño, en el que estaban José Manuel Calvo, Luis Prados, David Alandete, Maite Rico, Nacho Torreblanca, Javier Ayuso y Álvaro Nieto, que ahora es nuestro director en THE OBJECTIVE y con el que da gusto colaborar.

Más aún, al día siguiente, Sol comunica a Alfredo Pérez Rubalcaba, que había tenido la osadía de calificar de Frankenstein lo que había hecho Sánchez, que dejaba de pertenecer al Consejo Editorial del periódico.

Poco a poco fueron saliendo, que yo recuerde, escritores como Francesc de Carreras, Antonio Elorza, Teodoro León Gross, Juan Claudio de Ramón, Félix de Azúa o Félix Ovejero, entre otros. El colmo de esa maniobra de deshacer El País histórico para convertirlo en un portavoz sanchista llega con la salida de Fernando Savater, hace unos meses, después de 47 años escribiendo continuamente en sus páginas. Pero aún quedaba un paso más, que ha sido en abril de este año, la destitución de Juan Luis Cebrián como presidente de honor del periódico que fundó y dirigió en sus inicios y del que fue consejero-delegado muchos años, por atreverse a criticar al autócrata que nos gobierna.

A Sánchez no se le puede negar osadía. Se ha presentado a cinco elecciones generales (2015, 2016, abril 2019, noviembre 2019 y 2023), sólo ha ganado dos, las de 2019, y nunca ha pasado de 123 diputados. Pues bien, a pesar de haber obtenido unos resultados tan decepcionantes, lleva más de seis años gobernando cada vez con un estilo más autoritario y displicente con cualquiera que se le oponga, gracias, claro está, a que no le tiembla el pulso a la hora de conceder a todos los enemigos de la libertad y de España todo lo que le exigen.

Como no le tembló a la hora de hacer lo que ha hecho con El País.

Cuando va a empezar el curso político, la única oposición política real que hay a Sánchez y su Frankenstein son el PP y Vox. Es evidente que no pueden dejar de trabajar ni un minuto en la tarea de convencer a la mayoría de los españoles de que con Sánchez y su Frankenstein peligran seriamente nuestra libertad y nuestra misma condición de españoles.

Una tarea para la que pueden contar, sin duda, con todos esos periodistas y escritores que El País, siguiendo a Sánchez, ha echado a la calle.

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