Una hija de la inmersión ante la segregación en Baleares
«Por el miedo de que sus hijos sufran retrasos en el aprendizaje, muchas familias han optado por la línea en catalán, más endogámica»
A diferencia de los próceres del nacionalismo, como Artur Mas o Pep Guardiola, que defienden el modelo de «escola catalana» llevando a sus hijos al liceo francés o a centros privados trilingües, mis padres me matricularon en la escuela pública. La que tiene el catalán como idioma vehicular y, por ende, se da al castellano la misma condición que al inglés o al francés. Es decir, de idioma extranjero.
Mi escolarización obligatoria transcurrió en mi pueblo, de mayoría catalanohablante, y sin apenas inmigración procedente del norte de África. Tampoco sudamericana. Era una realidad bastante homogénea cuyo modelo educativo en catalán no tenía mucho sentido al ser la lengua habitual de la mayoría. Por contra, el castellano era el idioma más ajeno.
Durante mi etapa escolar ya se había implantado el sistema de inmersión en catalán. Entonces, eran pocos los osados que cuestionaban el modelo. El motivo es que el procés aun no había estallado y tampoco sus anticuerpos: no había una oposición organizada como la de ahora, que no solo cuestiona el plan ilegal rupturista sino también todos los tótems del nacionalismo, como el de la inmersión lingüística.
Como siempre, la realidad es más compleja que la mano intervencionista, y en mi etapa escolar la ley no podía penetrar en la intimidad del aula. Mi experiencia es que algunos profesores impartían sus asignaturas en castellano al sentirse más cómodos y sueltos en esta lengua. Tampoco nadie les fiscalizaba por ello. Ambos idiomas convivían con cierta normalidad a pesar de la ley.
«Mientras no suceda, me temo que deberemos fiarlo todo a Netflix, Shakira o Supervivientes para aprender el castellano»
Con la presión ambiental del procés esto ha cambiado y más docentes se han pasado a dar clases en catalán. Y el modelo lingüístico ha entrado de lleno en la agenda política en todas las comunidades bilingües. Pero, ¿la oposición al nacionalismo ha encontrado una forma eficaz de combatirlo? Todo indica que no.
En las Islas Baleares han optado por crear dos líneas paralelas en esas lenguas bajo el lema de tener «libertad de elegir». Según sus datos, solo un 16% de familias ha elegido el castellano para este curso 2024-2025. Además de la resistencia interna de los docentes, el Gobierno balear hizo todo lo posible por no dar a conocer la existencia de su nuevo modelo bilingüe.
A este desamparo institucional, se da la circunstancia de que muchas familias han elegido la línea en catalán porque en la línea en castellano hay más alumnos inmigrantes. Ante el miedo a que sus hijos sufran retrasos en el aprendizaje, han optado por la línea en catalán, más endogámica.
Con todo, la traducción práctica de esta «libertad de elección» es que acentúa la segregación de los alumnos. Y la escuela pierde gran parte de su función de integración y de ascensor social. La solución debería pasar por un único sistema respetuoso con ambas lenguas oficiales. Mientras no suceda, me temo que deberemos fiarlo todo a Netflix, Shakira o Supervivientes para aprender el castellano. A unas fuerzas de mercado y a un mundo globalizado más potentes que la ley.