Mafias y migración
«La explotación de los seres humanos se produce cuando lo que se obtiene a cambio del sacrificio es magro»
Mi amigo Fernando se ha tomado la molestia de preguntar al Chat GPT sobre las diferencias en las políticas migratorias que defienden PSOE, PP y Vox. Lo hizo hace unos días y el resultado es que el PSOE tiene un enfoque en el que prevalece la gestión humanitaria, la inclusión, los derechos de los migrantes y la regularización. Y ello a diferencia del PP, que postula mucho más control, ordenación de la migración e integración condicional, y Vox, cuya aproximación tiene carácter nacionalista y su política de «españoles primero» conlleva la deportación inmediata de los inmigrantes irregulares y el cierre de fronteras. Hoy le he preguntado yo por la posición de Sumar y su respuesta es que la formación de Yolanda Díaz «aborda el problema de la inmigración irregular desde una perspectiva humanitaria, integradora y con énfasis en los derechos humanos».
Tengo la sensación de que, al menos en esta versión del Chat GPT que yo he manejado, la IA no le ha tomado la medida a Pedro Sánchez; o quizá hay un problema de actualización y aún no ha podido metabolizar sus declaraciones en Senegal relativas a la necesidad de devolver a los inmigrantes irregulares. En su opinión, hacerlo es la mejor manera de combatir a las mafias que trafican con ellos.
Hay algo interesante en esta generalizada condena a esas mafias, más o menos organizadas, que ayudan a los inmigrantes deseosos de cruzar la frontera a cambio de dinero. Y es que la calificación que ese «negocio» nos merezca depende crucialmente de lo que se esté jugando quien recurre a esos grupos criminales.
Imaginemos que Sumar llega al Gobierno; quiero decir, que llega al Gobierno y manda algo. Supongamos que logra restringir severamente la llegada de visitantes a Baleares y hace mucho más difícil la residencia en determinados centros urbanos españoles que sufren de «gentrificación». Pongamos que los cruceros que ahora tienen permiso para atracar en el puerto de Palma provenientes de otros países se reducen drásticamente y que los alquileres para extranjeros tienen algunas barreras de entrada añadidas, un poco como le pasa ahora al médico especialista español que, no hablando catalán, gallego o euskera, no puede trabajar en la sanidad pública catalana, gallega o vasca.
Pues bien, imaginemos ahora que tales restricciones son sorteables con el auxilio de ciertas mafias. En la medida en la que visitar las Baleares o residir en el centro de Madrid no son necesidades cuya satisfacción juzgamos como perentoria, nuestro juicio moral sobre quienes han organizado ese negocio de permisos o entradas ilegales será severo. Pero ¿y en otro caso?
«¿Lo es Open Arms, la ONG que, por dedicarse al rescate en el mar de los inmigrantes a la deriva, podría ser concebible como el último eslabón de una «mafiosa»?»
Entre los años 1840 y 1860, y especialmente a partir de la promulgación en 1850 de la Fugitive Slave Act, se organizó en los Estados Unidos el que históricamente se ha dado en llamar «Underground Railroad», una densa red subterránea de túneles, vías y refugios que permitía a los esclavos alcanzar el territorio del norte donde lograrían su manumisión. Grupos diversos de abolicionistas les ayudaban en su cometido y no sería extraño que algunos lo hicieran a cambio de dinero. ¿Eran grupos que traficaban? ¿Lo es Open Arms, la ONG que, por dedicarse al rescate en el mar de los inmigrantes a la deriva, podría ser concebible como el último eslabón de una «mafiosa»?
La intuición apunta a que, a diferencia de abolicionistas y el Open Arms, lo ominoso de la actividad de las mafias que ayudan a los inmigrantes irregulares radica en que explotan el infortunio ajeno lucrándose con él. Claro que uno imagina que cualquier actividad bien organizada para ayudar eficientemente a quienes están en situación tan desesperada como los esclavos o quienes huyen de la miseria en África precisa recursos, también recursos humanos que reciben salarios. ¿Explotan las farmacéuticas el infortunio de los desesperados enfermos de cáncer cuando diseñan y posteriormente venden sus antitumorales?
Hará algunos años el filósofo Thomas Pogge diseñó un experimento mental para testar nuestras ideas a propósito de la explotación ilegítima del sufrimiento de nuestros congéneres. Lo hizo en el contexto de la discusión sobre el uso de seres humanos para ensayos clínicos en países empobrecidos, pero su ejemplo nos viene pintiparado. Supongamos que un productor de cine estadounidense detecta una llamada de socorro en su equipo de radioaficionado. Se trata de unos refugiados a la deriva en el Mar Índico. Su propuesta es la siguiente: acudirá en helicóptero hasta la zona y una vez allí lanzará una moneda al aire. Si sale cara les rescata, pero si sale cruz filmará su tragedia para así concienciar a los espectadores del «primer mundo» sobre el problema. Además se compromete a rescatar a la siguiente embarcación a la deriva. Sin duda, nos dice Pogge, es racional aceptar la oferta (más vale el pájaro en mano del 50% de probabilidades de ser rescatado), pero la pregunta es si el consentimiento de los afectados, en estas condiciones, es bastante para que sea justificado hacer la dicha oferta.
Para el caso de las mafias que trafican con inmigrantes irregulares, lo que cabe plantearse en la misma línea es si, puesto que el cayuco – el número de quienes embarcan, la escasez de comida, y otras muchas precariedades del viaje- es «mejor que nada», el consentimiento de quienes abordan afanados por llegar a Europa a (casi) cualquier precio, es suficiente para justificar al «mafioso». Pogge considera que, a la hora de evaluar si estamos ante una forma de explotación injustificable, debemos saber en primer lugar si fueron los que ahora se ofrecen a salvarnos quienes nos pusieron en esa situación. Así, imaginen en el límite que el mandamás de Auschwitz que nos ha listado para la cámara de gas nos exige dinero para no ser gaseados.
«Las mafias no son como el gerifalte del campo de concentración, pero su negocio florece a costa de una situación injusta. Pero ¿acaso no hacen algo muy parecido las empresas que deslocalizan su negocio a países empobrecidos?»
Las mafias no son como el gerifalte del campo de concentración, pero su negocio florece a costa de una situación injusta. Pero ¿acaso no hacen algo muy parecido las empresas que, por los menores costes salariales y otras condiciones laborales, deslocalizan su negocio a países empobrecidos? A veces, se dice, la explotación resulta de que ayudar a la persona desesperada apenas cuesta nada para el benefactor. Imaginen, pongamos, que, en el caso típico del niño que se ahoga en el lago, exigiéramos una cantidad desorbitada cuando para el rescatador casi nada está en juego. A diferencia de este clásico ejemplo en la discusión sobre el buen samaritano, no parece que el transporte desde las costas africanas de miles de individuos desesperados sea tarea baladí, como tampoco lo debió ser la ayuda a los esclavos que se encontraban en fuga a mediados del XIX en USA y sobre quienes se ofrecían recompensas por su captura y devolución al amo.
La explotación inmisericorde de los seres humanos se produce, finalmente, cuando lo que se obtiene a cambio del sacrificio es magro. Y quizá sea entonces ese factor el que justifica hablar de mafias y bandas criminales que trafican. Pero esa conclusión, como señalaba al principio, es incompatible con la frecuente apelación a que los inmigrantes irregulares, todos los que llegan jugándose la vida en el Mediterráneo o el Atlántico, huyen de la miseria y el horror. Porque si ese es el caso, entonces debemos aplaudir a quienes les ayudan, aunque sea a cambio de dinero, a salir de dicha situación. Sumar, creo, se debería sumar a este corolario.
A ver qué dice la inteligencia artificial… ya les cuento.