THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

La mentira es lo de menos

«A Peter le divierte escandalizarnos con sus mentiras. Por eso nos las arroja con el desdén de quien tira huesos a los perros para divertirse viendo cómo se lanzan»

Opinión
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La mentira es lo de menos

Pedro Sánchez y Nicolás Maduro. | Ilustración de Alejandra Svriz

Nos hemos encelado en sus mentiras, en lo mucho que miente, hasta cuando se contradice o incluso cuando, sin querer, dice algo que casualmente es verdad. Un error. Debemos empezar a entender que, con él, la mentira es lo de menos. Es sólo una herramienta más para captar o para desviar la atención, según se tercie. Un instrumento más de exhibición de poder. Que se sepa quién manda aquí. Como el Humpty Dumpty de Alicia: «Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen». Su abuso de la mentira es tan utilitario como fortuito. Y es también consustancial a su naturaleza de acrisolado impostor: una muy especial condición humana que retrató con magistral precisión Patricia Highsmith en su talentoso Mr. Ripley. Aquel se llamaba Tom; aquí le llamamos Peter.

Deberíamos empezar a entender que, a estas alturas, le divierte escandalizarnos con sus mentiras. Por eso nos las arroja con el desdén de quien tira huesos a los perros para divertirse viendo cómo se lanzan a por ellos. El espectáculo de sus campanudas y contradictorias declaraciones en su gira africana ha sido sólo la última exhibición de hasta qué punto es incompatible con la verdad, y de lo mucho que le entretiene rociarnos con sus trolas. Falsa, además de peligrosa, es la frívola oferta de 250.000 inexistentes empleos, sean circulares o elípticos, que lanzó en Mauritania. Y embustera también su vacua amenaza de devolver a sus países a los inmigrantes que llegan irregularmente a España, que evacuó en Senegal. ¿A cuántos ha devuelto, además de a ninguno, sólo de los que han llegado en los días de su gira africana? Pero, cuidado, no son dos patrañas equiparables en su impacto funesto: la primera incluye un deletéreo efecto llamada; la segunda es sólo una añagaza de disimulo, y también de emulación del canciller Olaf Scholz… o incluso de la primera ministra Giorgia Meloni… Y es además un ardid por si, quizá, quién sabe, tuviera que ponerse durito con las avalanchas de inmigración irregular en las próximas semanas o meses. 

Si no estuviéramos tan encelados con su mendacidad entenderíamos que, para él, hay algo mucho más importante que estar en el Gobierno, en cualquier Gobierno, a cualquier precio. Eso es básico, claro. Tan básico e imprescindible que él ya lo tiene descontado. Su valor añadido consiste en hacer negocio, múltiple y variado negocio, de estar en el gobierno, en cualquier Gobierno, a cualquier precio. El problema -su problema- es que ese ‘valor añadido’ empieza a ser investigado por los tribunales de justicia. Y este pequeño detalle multiplica la catarata de mentiras y de decisiones estrafalarias que necesita para desviar la atención y para subrayar, ante propios y extraños, quién es el Humpty Dumpty que manda aquí. Porque para el business, para su business, estar en el gobierno, en cualquier gobierno, a cualquier precio, sigue siendo básico e imprescindible.

Si no tuviéramos un respeto tan reverencial por el mando, sea quien sea quien ejerza el mando, veríamos que no hay tanta diferencia entre él y, digamos, su Koldo, o su ya casi olvidado Tito Berni. Ni entre él ni aquel lejanísimo Juan Lanzas, ése que tenía en casa -según su madre- «dinero pa’ asar una vaca». No la hay en el afán de enriquecimiento cutre, para sí y para sus allegados. Tampoco en la exhibición de un modo de vida en el que el lujo muestra su cara más hortera, con el abuso del helicóptero, los palacios reales y los séquitos mastodónticos como más visibles ejemplos de lo burdo. Sí la hay en el ejercicio del mando que lubrica su corrupción. Él es “el puto amo”, a decir de su más dilecto ministro. Por eso, no nos encelemos en la mentira. La mentira es lo de menos. Es sólo un instrumento más con el que sostener el tinglado. Como también lo son las amenazas y las ayudas, para detractores y partidarios, según convenga en cada momento. 

«Con todas las distancias que todavía tenemos con el régimen de Maduro, conviene mirar sus excesos como alerta de todo lo malo que podría ocurrirnos»

Con todas las distancias, afortunadamente inmensas, que todavía tenemos con un régimen tan cleptómano y criminal como el de Nicolás Maduro, conviene mirar sus excesos como una alerta temprana de todo lo malo que podría llegar a ocurrirnos. El baladrón chavista contaba con decir que había ganado el domingo 28 de julio y que nadie pudiera mostrar prueba alguna en contrario. Por eso impidió el paso a cualquier observador internacional mínimamente imparcial (el silencioso papel del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero es otra cosa, y este 28-J ha quedado retratado como lo que es -y siempre ha sido- hasta para sus más ingenuos partidarios). Y al encontrarse el dictadorzuelo con la masiva publicación de unas actas electorales que revelan el masivo rechazo que le profesan los venezolanos, junto a la necesaria colaboración de presuntos adeptos al régimen para su detallada divulgación, se ha lanzado a la represión más brutal. Al gran apagón. A la vía cubana de pobreza, cárcel y cerrazón. Ésa es la vía muerta que debemos evitar. 

Para no llegar aquí tan abajo, no podemos quedarnos sólo en repetir la cansina cantinela de que nuestro Ripley miente. ¡Claro que miente! ¡Sin descanso! Pero, en él, la mentira es lo de menos. Cada una de sus patrañas tiene un por qué y, sobre todo, un para qué. Eso es lo que, en cada momento, toca desentrañar. Aunque sólo sea para no llegar aceleradamente a esa vía cubana que es una vía muerta.

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