Otra izquierda es posible
«La clase obrera se alinea cada vez más con la extrema derecha, mientras que se divorcia de modo acelerado de la izquierda tradicional»
Por un simple azar temporal, la polémica en España a cuenta de la arribada masiva de inmigrantes ilegales procedentes de África ha coincidido con dos procesos electorales en la Alemania más pobre y deprimida, la de los territorios de la antigua RDA. Así, la casualidad nos ha permitido constatar de forma simultánea cómo la extrema derecha filonazi ha vuelto a triunfar en las circunscripciones de renta más baja de ese país – las de extracción mayoritaria popular, obrera y pauperizada de modo creciente-, mientras que la extrema izquierda del sur de la Unión, Sumar por más señas, se constituía en el principal baluarte discursivo de la acogida indiscriminada de irregulares subsaharianos en Europa. Por lo demás, no se trata de una anécdota coyuntural e irrelevante, sino de todo lo contrario, esto es, de la enésima evidencia empírica que certifica una tendencia ya crónica y de fondo, estructural.
La tendencia a que la clase obrera de los países occidentales, tanto en Europa como en Estados Unidos, se alinee cada vez más en la órbita electoral de la extrema derecha, mientras que las corrientes de la izquierda tradicional, tanto la antigua socialdemocracia clásica como las formaciones poscomunistas ahora cada vez más abducidas por el posmodernismo woke de raíz anglosajona, se divorcian de modo acelerado de ese segmento de la población, el que históricamente había constituido su propia razón de ser política. Una cuestión incómoda, la más incómoda a la que se está teniendo que enfrentar la izquierda oficial en lo que llevamos del nuevo siglo, que se suele saldar con un argumento que, convenientemente maquillado a fin de pulir sus aristas retóricas más hirientes, viene a sostener de forma implícita que los pobres autóctonos son poco menos que estúpidos, pues se dejan manipular por agitadores populistas y por medios de comunicación de masas que usan el sensacionalismo amarillista para fabricar una realidad ficticia, que no existe.
«La izquierda se ha convertido en la referencia partidaria de la población con alto nivel formativo, pero con unos ingresos medios y medios-bajos»
No habría, pues, ningún problema genuino para las clases populares con la arribada masiva y constante de inmigrantes del Tercer Mundo poco o nada cualificados, los llamados a competir con los locales en situación vital más frágil por los empleos peor pagados. En ese mundo feliz moran hoy las cabezas pensantes de la izquierda occidental mientras su electorado primigenio huye del barco que se hunde a toda prisa. La gran paradoja es que la causa última de ese derrumbe ubicuo que viene sufriendo la socialdemocracia en todos los rincones de Europa, un colapso general cuyo máximo exponente encarna a estas horas el SPD en Alemania, procede de su propio éxito histórico. Y es que tanto la vieja socialdemocracia canónica como la constelación de pequeños satélites woke que orbita en torno a ella, verbigracia Sumar o Podemos en España, han visto cambiar su base sociológica tras la gran democratización del acceso a los estudios universitarios lograda gracias a su propio impulso político.
Hoy, la izquierda, e igual la más convencional que la posmoderna y woke, se ha convertido (con alguna excepción, como el PSOE en España) en la referencia partidaria de la población con alto nivel formativo, pero con unos ingresos medios y medios-bajos que la mayoría de las veces no se corresponden con sus credenciales académicas. Por su parte, los que carecen tanto de educación superior como de patrimonios o rentas elevadas, el suelo de la pirámide social, constituyen ahora el núcleo duro en las urnas de esa nueva extrema derecha que ha convertido la cuestión migratoria en su principal reclamo programático. De ahí que resulte tan relevante la irrupción en Alemania de una fuerza germinal de izquierda con vocación radicalmente renovadora, esa escisión de Die Linke que responde por Alianza Sahra Wagenknecht.
Porque está muy bien avalar los derechos de los trans o combatir el cambio climático, pero la izquierda nació para defender los intereses económicos y materiales de la clase obrera y del resto de las capas populares en el marco del Estado-nación, que no otro resulta ser su ámbito natural para desarrollar la confrontación política. Algo que los socialdemócratas ya han conseguido casi por completo olvidar. El año pasado, al hacer pública su decisión de abandonar Die Linke para fundar otro partido de izquierdas, Wagenknecht dijo que daba ese paso porque, sin un cambio urgente y radical, «en diez años ya no reconoceremos nuestro país». Pero es que en diez años tampoco vamos a reconocer el resto de Europa si esa semilla que ella acaba de plantar en Alemania no germina también en el resto del continente. Porque otra izquierda tiene que ser posible.