THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Inmigración y malgobierno

«El punto de partida debe ser la filoxenia, la voluntad de acogida, y no la xenofobia. Para ello hay una razón de fondo, humanitaria»

Opinión
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Inmigración y malgobierno

Cayuco e inmigrantes | Ilustración de Alejandra Svriz

En el origen estuvo y está la desigualdad. El crecimiento demográfico exponencial del llamado Tercer Mundo se encuentra asociado desde tiempo atrás a otro crecimiento, el de la disparidad entre los países desarrollados y la mayoría de la humanidad sumida en la pobreza. Resulta, pues, lógico que muchos traten de escapar de semejante destino, trasladándose por cualquier medio a los lugares donde resulta posible una vida mejor. Y es obvio que si nos atenemos únicamente a esta variable fundamental, solo cabe recibir a todos aquellos que intenten traspasar las fronteras, en forma legal o ilegal. Es la que propugna entre nosotros Sumar, y la que hasta ahora el PSOE ha aceptado en buena medida.

Además, la pasividad vestida de humanitarismo le vino muy bien, y le sigue viniendo muy bien al Gobierno, para apuntalar su visión maniquea de la política, calificando cualquier crítica de xenófoba y racista. Incluso ahora, cuando la tozudez de los hechos le obliga a afrontar la situación, en vez de buscar un terreno de entendimiento con el PP, aprovecha para acentuar la descalificación de los conservadores, correspondida eso sí por estos. Basta leer el diario oficial y escuchar las declaraciones gubernamentales.

En todo caso, el punto de partida debe ser la filoxenia, la voluntad de acogida, y no la xenofobia. Para ello hay una razón de fondo, humanitaria, y también otra de raíz egoísta: dada la baja natalidad española, la llegada de inmigrantes es una condición necesaria para el sostenimiento de nuestra economía. Acaba de recordarlo Joaquín Leguina en este mismo diario: «España llegó a tener casi 20 millones de nacionales activos en el año 2014 y en una década ha perdido medio millón de personas activas nacionales. En el último año, todo el crecimiento de la fuerza laboral ha sido de origen extranjero. Se han incorporado a la actividad 154.000 personas con doble nacionalidad (española y extranjera) y 228.000 extranjeros. Resulta evidente que sin la llegada de extranjeros la economía española hubiera colapsado».

A partir de aquí, entran en juego las correcciones imprescindibles. La primera remite al hoy olvidado Malthus: existe un límite al número de comensales que pueden participar en un banquete. Y en este sentido, la cuestión no es el volumen bruto de la inmigración, ya que las sociedades europeas en general, y la nuestra en particular, adolecen como vimos de un déficit demográfico que solo los inmigrantes pueden cubrir, sino los desajustes que caracterizan al fenómeno, tanto desde el punto de vista del receptor como del recién llegado. Al dar cuenta del incremento exponencial registrado en la inmigración irregular, por mucho que esta siga siendo minoritaria, el propio Leguina utiliza el término «invasión», para designar una ola creciente de inmigrantes, de ellos muchos menores de edad, que llega al término de una terrible navegación, mortal para algunos, causando de inmediato problemas desbordantes de recepción, y posteriores de integración en una vida normal y productiva.

Añadamos que ni la cuantía del flujo actual, inhumano en su coste, mejora sustancialmente la situación en los países de origen, ni en el caos de la entrada irregular, supone una aportación positiva al anfitrión, provocando en cambio una cadena de efectos negativos, el último de los cuales, no desdeñable, es el auge de la xenofobia. Para ser efectiva, la filoxenia requiere encontrar un óptimo técnico entre un nivel alto de recepción, en el plano cuantitativo, maximizando, y las condiciones disponibles para que la misma de lugar a una satisfactoria integración de los inmigrantes. La puramente formal, de fachada, queda como reserva de un izquierdismo que ve en el fenómeno un aliciente más para confirmar su buena conciencia antisistema.

Hoy los focos se centran en Ceuta y en la creciente oleada de cayucos que llegan a las costas canarias, las cuales están registrando una saturación comparable a la sufrida previamente por la isla de Lampedusa en Italia. De entrada, al mismo tiempo que es preciso atender al problema humano de los africanos que se juegan la vida en la travesía, también debemos dar respuesta a situaciones insostenibles como la sufrida por la isla de Hierro. Sin olvidar el costoso caos producido a continuación, para los menores no acompañados y para quienes rehúyen la devolución inmediata. No cabe cerrar los ojos como hasta ahora, porque las soluciones son difíciles, pero hay que buscarlas. De otro modo, la única receta con visos de eficacia es la restrictiva de Giorgia Meloni, que incluye recortar los derechos de los inmigrantes una vez superada su prescriptiva devolución. «Al que entra ilegalmente, le espera ser repatriado», es su máxima.

En nuestro caso, lo que ha prevalecido hasta ahora es la miopía al abordar la pluralidad de aspectos del tema migratorio. Así, contemplando la problemática de los llamados menas solo desde el ángulo de la distribución entre comunidades, en lugar de haber elaborado respuestas previas en cuanto a acogida y tratamiento siendo ya perfectamente previsible el estallido del fenómeno. En otro aspecto, no se prestó atención alguna a la incidencia de crisis regionales, como la provocada por el cierre marroquí del comercio con Ceuta, para el cual abandonar el Sahara no sirvió de nada. El resultado ha sido agudizar la depresión económica del eje Ceuta-Tetuán, acreciendo la presión migratoria.

Tampoco resulta muy útil la respuesta que se limita a denunciar la xenofobia, porque la xenofobia es una reacción tristemente natural en toda sociedad frente a un fenómeno migratorio de masas, especialmente en un marco de inseguridad económico como el que vive Europa. Condenarla no basta. La masiva orientación de la Francia rural hacia el partido de Marine Le Pen en las últimas elecciones, con el rechazo a la inmigración -ante todo musulmana- como base, prueba tanto la existencia del fenómeno como la necesidad de actuar sobre las causas que lo agravan, cuando muchos no se declaran, pero se sienten racistas.

Aquí y ahora, la acusación procedente del área Vox, que presenta a los inmigrantes en general, y a los menas en particular, como responsables casi únicos de la delincuencia. No vendría mal informar como en Alemania acerca de la distribución de los delitos por procedencia de los causantes para desmontar ese bulo tan difundido. Y tampoco debe extrañar un comportamiento antisocial de los irregulares abocados tantas veces a la mendicidad o a la delincuencia para sobrevivir. En cualquier caso, frente al bulo, la verdad.

Marlaska denuncia la ignorancia de quienes critican al gobierno sobre este tema. Olvida algo esencial: si esa ignorancia existe, es el ministro del Interior quien la crea al incumplir su deber de información a la sociedad sobre una cuestión creadora de indudable alarma. Es la regla de oro del comportamiento gubernamental. Nunca dar explicaciones. Con descargar la responsabilidad sobre el PP, todo resuelto. A veces con éxito, como al culpar a Feijóo por la no-aprobación de la ley de extranjería. No se les ocurre a Sánchez, y a quienes le siguen, que si quería el voto PP debía pactar antes el contenido de la ley, ni que resulta absurdo un Gobierno donde la mitad de los ministros vota cuando quiere, como hubiese sucedido en este caso, o antes con el «sí es sí», en contra suya. De momento, hubiera podido bastar una reforma puntual concerniente a los menas, sobre los cuales el garantismo de la ley vigente actúa como un imán de negativas consecuencias.

A la vista del relativo éxito de la política migratoria de Meloni en Italia, conviene detenerse en alguno de sus componentes, precisamente para buscar una alternativa. Más de un 60% de reducción de llegadas irregulares en un año, por un 155% de incremento nuestro, invita a la reflexión. Cosa que para los ministros de Sumar es prohibitivo, ya que todo lo que venga de la derecha es de por si el Mal. Mirando a las medidas italianas, resultan aquí inaplicables el dudoso efectismo de enviar los irregulares a Albania y el cerco a las ONGs que efectivamente jugaron un papel importante en el Mediterráneo. La clave del buen resultado parece haber residido en la combinación entre la ayuda económica y el acuerdo sobre una amplísima cuota de inmigración regular, de un lado, y el rechazo de los embarcados potenciales o reales, puesto en práctica por los medios del país de partida, se supone que con colaboración técnica a distancia de la Marina italiana.

El viaje de Pedro Sánchez a Mauritania, Senegal y Gambia parece indicar que esa es la vía de solución elegida. Con mayores dificultades de entrada, por cuanto Túnez, e incluso Trípoli, disponen de mayores medios de control, supuesto que exista voluntad de ejercerlo, y que en caso de fallar en todo o en parte, los pactos de emigración regular, con ese curioso flujo circular de ida y vuelta, pueden provocar un indeseable efecto llamada, con una frustración que provocará más cayucos. Pero aún es pronto para adelantar valoración alguna.

Lo que sí llama la atención, por encima de la calificación de derechas o izquierdas, es que Giorgia Meloni confiesa que los resultados conseguidos le parecen insatisfactorios para «la enorme cantidad de trabajo que he dedicado a esta materia». Nada parecido a Pedro Sánchez, quien solo lo afrontó al darse cuenta de que le perjudicaba la alarma social inducida por las escenas televisadas. Increíblemente, esperó a terminar sus vacaciones para entrevistarse con el angustiado presidente de Canarias. Él estuvo ocupado en sus cosas, en su puñado de votos catalanes, en su guerra familiar contra un juez, mientras se agravaba la triste invasión de los cayucos.

Ha sido toda una demostración de hesicasmia. Tal era la práctica de aquellos monjes ortodoxos que para realzar su comunión con Dios (en este caso consigo mismo) se negaban a dirigir su mirada al exterior. La realidad es siempre perturbadora. Por eso, literalmente, no apartaban su mirada del propio ombligo. Como hace nuestro presidente ante todo tipo de problemas cuya gravedad le obligaría a asumir un coste personal. A partir de esa actitud, no es necesaria explicación alguna al país sobre el viraje apuntado en la cuestión migratoria. Los tres mensajes de la gira -el humanitario, el positivo y la devolución- se alternan según sea el destinatario. Ejemplo, Informe Semanal del sábado, suprimiendo el tercero. Al igual que siempre, lo esencial es culpar al otro y quedar bien, aunque los hechos lo nieguen. En definitiva, Pedro Sánchez no gobierna. Solo cuida de su propio poder.

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