THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Sánchez, el Cervantes y la Ínsula Barataria

«Sánchez necesita hábiles manipuladores del discurso y los datos si quiere seguir con un Gobierno capaz de jugar cartas con comunistas, separatistas y puchistas»

Opinión
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Sánchez, el Cervantes y la Ínsula Barataria

Ilustración de Alejandra Svriz

«Según me dijo Sansón Carrasco, que por lo menos es persona bachillerada por Salamanca, y los tales no pueden mentir si no es cuando se les antoja o les viene muy a cuento…». Don Quijote, Parte II

Cervantes -que tuvo que tragar mucho, disimular más y superar todo tipo de adversidades- para poder ahorrar y hacer que su semoviente le desplazara del pueblo a la Corte, nunca se hubiera comprado un Lamborghini, ni un coche eléctrico y quizá se hubiera callado para no temer castigo ni respuesta en un lugar de esta capital «manchada», de este territorio «enfangado» y en un instituto que lleva su nombre: Instituto Cervantes, hoy «ínsul» abaratada gobernada por un sanchista de nuevo cuño al servicio del señor de la Moncloa. Todo por la patria socialista/ progresista. Todo por el pueblo sin el pueblo, por la luz apagada y sin taquígrafos, por los parias de la tierra, el silencio de los aliados de Maduro, el bienestar de los pobres y el final del robo a los hermanos catalanistas y los necesitados de Andorra.

El discurso de Sánchez -sin Sancho, ni panza- en los bajos de este edificio que fue palacio de recreo antes que banco, es una demostración de la falta de asesores literarios que den el nivel de la rica y plural cultura española. Somos el territorio de la Mancha, sí, pero también el de la picaresca, la sátira, el esperpento y las burlas quevedescas. El primer edificio oficial del Instituto Cervantes estuvo en Alcalá de Henares, con la mejor lógica y sentido, en la calle de los Libreros y en lo que fue el Colegio del Rey, adscrito a la Universidad Cisneriana, en tiempos complutenses, siglos antes del traslado/secuestro madrileño. En aquel edificio vivió el estudiante Francisco de Quevedo, su padre trabajaba en la administración del Colegio.

Por aquellas calles aprendió artes del juego, picaresca popular y alguna gramática. Y aprendió que los «bachilleres», de Salamanca o complutenses, no deben mentir… salvo si se les antoja o les beneficia y viene muy a cuento. A mentir, decir la verdad de las mentiras, ser un mentiroso que siempre dice la verdad, nos enseñan las lecturas o, si no se tiene afición, las adecuadas compañías. Y está claro que Sánchez -si quiere seguir con un Gobierno trilero capaz de jugar cartas con comunistas, republicanos, separatistas y puchistas- necesita muy hábiles manipuladores del discurso, los datos y la realidad. Hay que tener el arte del birlibirloque, esa forma de magia que tanto gustaba al compañero de viaje Bergamín. No es fácil, también engañaron a Bergamín con banderas, le quitaron el postre y lo envolvieron en bandera ajena. ¿Es posible que los cambios sanchistas hagan magia? ¿Queremos magos, predicadores, marxistas grouchistas o de los otros, federalistas, anticonstitucionalistas, separatistas? ¿Qué queremos los que votamos? Ya me gustaría saberlo, incluso votarlo. Veremos.

No está el hábil Barroso. Ni era suficiente para tiempos revueltos haber tenido a su «tronco» Óscar López, tan amable, tan fiel pero demasiado de paradores y de turismo. Ahora parece que las cosas cambian en Moncloa, el fichaje de Diego Rubio indica que se quiere poner las pilas, que algo quiere cambiar para que nada cambie. No sé de quién, de dónde salen, algunas de las ocurrencias de Sánchez. Sus frases son más facilonas/peleonas que honestas, sinceras o certeras. Con esas formas de dirigirse a la ciudadanía sin ciudadanos, con ese recato casi virginal, ese modo entre curil y campechano para hablar de los «buenos» -ya sean los progresistas madurados o los nacionalistas inmaduros aunque amenazantes- y subir el tono, pasar a cierta chulería trabucaire. Todo un clásico esa manera de pasar de admoniciones y promesas a querer borrar, censurar, controlar y señalar a los malos, votantes de Ayuso en particular y desconfiados del sanchismo en general. Volver a soportar eso de «no puedo prometer pero prometo» creo que ya no convence nada más que a los agradecidos de la secta y al país de conformistas en que nos hemos convertido. A veces pienso que sería más fácil ser «el asno que callaba y se dejaba besar y acariciar de Sancho sin responderle palabra alguna». Pues no, no está en mis planes ni en mi naturaleza. «Quien calla concede con el mal que de él se dice». No pienso, ni callo, ni rebuzno.

Chulerías aparte, uno que es de Madrid y vive en Tirso, entre la Colegiata jesuítica y la emigración sin colegios, tiene la memoria viva de lo que fue esta ciudad y lo que es ahora. Lo que fue Barcelona y en lo que la han convertido. Ni menosprecio de corte ni alabanza de aldea. Pero es mejor saber dónde vivimos, que fuimos, incluso que somos. Prefiero seguir edificando en la roca que fue Madrid que ilusionarme con las arenas movedizas de desiertos con falsos oasis. Solo soy un cervantino que acude siempre a ese genio e ingenio de mi vecino Miguel para intentar mejor fortuna y ser mejor persona. No tengo coche eléctrico, tengo un viejo coche que vive mis achaques y alegrías. No quiero abundancia de pocos ni carestía de la mayoría. Y de vez en cuando sueño. Y tengo deseos. Y leo. Y hasta pienso. Admito consejos y cheques al portador de nobles mecenas. También me gustan los toros y la lotería. Soy español sin perdón y de Cervantes por afición. Ahora me queda mandar al nuevo asesor de la Moncloa, extremeño como Godoy y oxfordiano como Tolkien, cacereño como Jaime Naranjo mi librero, unas palabras que don Quijote recomendó a Sancho Panza. Por si le valen.

«No hagas muchas pragmáticas, y si las hicieres, procura que sean buenas y, sobre todo, que se guarden y cumplan; que las pragmáticas que no se guardan, lo mismo es que si no lo fuesen; antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas, no tuvo valor para hacer que se guardasen, y las leyes que atemorizan y no se ejecutan vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella». Vale.

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