Episodios nacionales y coda
«Decir que Borrell tiene una relación ‘peculiar’ con Cataluña es cargar la prueba contra Borrell, que no es hombre que caiga simpático, precisamente»
1: En la novela de Vázquez Montalbán, Los mares del Sur, ganadora del Planeta del año 1979, un empresario catalán, aficionado a la pintura de Gauguin, desaparece en un viaje por los mares del Sur y hay pistas que indican que ha sido asesinado. Su abogado le encarga al detective Carvalho indagar sobre las causas del crimen y sus autores. Tras una serie de laberintos y encrucijadas, el empresario aparece vivo, no recuerdo si en Santa Coloma o en La Mina, o sea, en un barrio periférico y obrero o lumpen de Barcelona, escondido en un mundo que no es el suyo del que no se ha movido —nunca estuvo en los mares del Sur— y llevando una vida que tampoco era la suya. Por supuesto hablo de la estancia de Puigdemont en Barcelona, y no olvido el rescate del profesor Tornasol de las garras del estado de Borduria, o la operación jaula. Algo así debió de ser para sus protagonistas la burla y el cruce de fronteras.
Porque el huido Puigdemont apareció y desapareció en Barcelona, fue visto y luego no, se habló de una nueva huida, pero al mismo tiempo se consideró la posibilidad de que siguiera en Barcelona, en Gerona o en un Mas del Ampurdán. No hay que descartar nada nunca, y fue esa posibilidad lo que me hizo pensar en Los mares del Sur y en que el culmen de sus consentidas tomaduras de pelo —las de Puigdemont, sabiendo que no iba a ser perseguido— hubiera sido no moverse de Cataluña. ¿Y Waterloo?: una residencia teatral para sus apariciones teatrales. En fin, ¿qué nos importa a estas alturas? Sospecho que ya poco y sospecho también que eso, que no nos importe, no es bueno para nadie: ni siquiera para él.
2: Se debería preguntar a la sofista Montero, que sabe lo que nadie, sobre el Caso Borrell. Al ser preguntada por las declaraciones de Borrell sobre el concierto económico otorgado a Cataluña dijo que esas declaraciones —incómodas para el gobierno— eran las de alguien que tiene una relación ‘peculiar’ (sic) con Cataluña. No sabemos si con esa peculiaridad lo tildaba —tácitamente, por supuesto— de fantasioso o de paranoide y vamos a intentar descifrarlo.
Uno de los rasgos de la mala comprensión de España por parte de los españoles es la interpretación de sucesos locales desde el desconocimiento de la mayoría de factores de aquello que les cae lejos y que, además, dicho sea de paso, no parece que les importe ni poco, ni mucho. Decir que Borrell tiene una relación ‘peculiar’ con Cataluña es cargar la prueba contra Borrell, que no es hombre que caiga simpático, precisamente, pero no sé dónde le detectan la peculiaridad. O sea que intentemos estudiarla y veamos, pues, esa relación peculiar, con tres ejemplos:
El primero, puestos a ser peculiares, es que quizá resulte peculiar que Borrell sea catalán, por muchos apellidos catalanes que tenga, nacido en un pueblo de Lleida, o de Lérida, y no andaluz, por ejemplo, como la ministra, o madrileño, como el presidente. Tal vez esta peculiaridad —la catalanidad de Borrell— podría sumar al concierto o lo que sea que hayan pactado este verano.
El segundo ejemplo nos confirma que Borrell es tan peculiar, tanto, tanto, que no se alineó con el procés, sino que fue crítico con él. Como la mitad de catalanes, dicho sea de paso. El castigo a esa peculiaridad borrelliana fue retirarle el nombre —su nombre— a una calle de su pueblo natal. Borraron a Borrell del callejero, de forma muy peculiar y agradable para cualquiera que le ocurra lo mismo: una forma simbólica de echarte de tu casa.
El tercer ejemplo ocurrió en el Congreso, donde vimos cómo era escupido por un parlamentario catalán, mientras sus compañeros independentistas abandonaban el hemiciclo —alguno insultándolo— porque no les gustaba lo que decía. Tal vez en eso consista la relación peculiar de Borrell con su tierra natal: en su desagradecimiento, el muy canalla, con las pruebas de afecto —de la Damnatio memoriae al salivazo y el insulto— que algunos, generosos, le regalan sin pedir nada a cambio.
Y 3: Este verano ha muerto Alexander Waugh, hijo de Auberon Waugh, por tanto, nieto del escritor Evelyn Waugh. Su padre, Auberon, escribió una autobiografía —Will this do— donde el suyo propio, Evelyn, figura entre el afecto y la crueldad de la lucidez, ese rasgo de familia. Tenía 62 cuando murió. Su hijo, el recién fallecido, Alexander, que escribió una biografía de la familia, 60. Evelyn Waugh tenía 63 años al morir, o sea que ni hijo, ni nieto lo han sobrevivido. Todos han muerto jóvenes.
Alexander Waugh había creado el premio anual a la peor escena de sexo en una novela —hay uno idéntico en cine— y fue miembro de la Sociedad De Vere, la que sostiene que William Shakespeare es el seudónimo bajo el que se ocultó Edward de Vere, XVII duque de Oxford y verdadero autor —según los miembros de esa sociedad— de los sonetos y obras de teatro del inventor de lo humano, como lo llamó Harold Bloom.
En esto, el espíritu aristocratizante y esnob del abuelo Waugh —o deslumbrado, como Cyril Connolly, por la aristocracia inglesa— ha sido superado por su nieto, en la negación de que alguien que no fuera de la alta aristocracia pudiera poseer el talento y cultura del Gran Bardo. Tenía que ser noble, o nada.