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Cristina Casabón

El español y el Lamborghini

«Un empresario que conduce un Lambor y un gánster que roba un banco por fin son considerados igualmente inmorales en la España progresista»

Opinión
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El español y el Lamborghini

Un Lamborghini. | Archivo

El primer coche que entró en mi casa fue el Lamborghini, modernista-cubista, con menos botones que el Porsche pero ya ve, el absurdo lujo e indecencia de unos padres aburguesados. La radio de aquel Lamborghini tenía voz de Concha Piquer y aconsejaba Aspirina, para el dolor y para todo. Cuánta insensatez.  

Bueno, primero fue la manía de tener electricidad en el coche, claro, la luz, pero esto de la luz funcionaba cuando girábamos la llave. Una cosa todavía teológica, de acuerdo con el mundo oscuro en que vivíamos. De modo que, como digo, éramos felices con el Lambor, la radio siempre a todo trapo, conduciendo con las emisiones de Gomaespuma y los programas de Antonio Herrero, el rey de las mañanas, que largaba contra todos. Además, subíamos el volumen para que se enterasen de que éramos un poco fascistas. Cuánta insensatez, cuanta necedad y falta de empatía la de aquella vieja España.

Un empresario que conduce un Lambor y un gánster que roba un banco por fin son considerados igualmente inmorales en la España progresista, puesto que ambos buscan enriquecerse para su propio beneficio egoísta. Pero un presidente como Sánchez es un señor con una elevada moral, puesto que las abominables atrocidades que comete tienen como objetivo beneficiar al pueblo.

Ya dijo Stendhal que»el pueblo español es el último pueblo europeo con carácter». Se le olvidó a Stendhal añadir que este pueblo con excesivo carácter tiene también excesivos lujos. Si te preocupas por las razones que hay detrás de la fea mezcla de cinismo y de culpa en la que la mayoría de los españoles pasan sus vidas, estas son las razones: cinismo, porque ellos ni practican ni aceptan la moralidad altruista que pregonan; culpa, porque conducen en lugar de utilizar el transporte público.

Para rebelarse contra una maldad tan devastadora, uno tiene que rebelarse contra su premisa básica. Hay que rescatar el concepto de egoísmo, como hizo la economista Ayn Rand, solo que invertido: en lugar de reivindicar una sociedad en la que las personas actúan por su propio interés racional, reivindicar que actúen por el interés del Gobierno.

Por ejemplo, el iPhone, que pronto se reveló de uso nocivo, como el periódico, es un lujo innecesario y tenemos que erradicarlo. Quien dice iPhone dice todo aparato mecánico que facilite al español sus recados y tareas. Al español hay que ponerle a picar piedra, a tirar de carros, como los bueyes, hay que hacerle sudar y quitarle de la cabeza las tonterías de los robots. Los primeros y rudimentarios robots que vengo enumerando nos acostumbraron a los españoles, indecentemente, a la riqueza a la que aspiramos tras entrar en la Unión Europea. Los europeos, como marcianos que son, nos vienen atacando hoy por dos flancos; los partidos de la ultraderecha y los inversores multimillonarios. Estos últimos son la tercera generación de los beta. 

Siguiendo con la filosofía: cuanto más pobres, más progres. Y cuanto más progres mejores personas. Moraleja: los ricos son los miserables de la Tierra y los últimos serán los primeros, porque de aquellos carros con asientos de ebanista del barroco al infierno hay un paso. Hemos domesticado un carro, el Lamborghini, y lo llevamos con nosotros a todas partes: los adultos, encerrados en el coche; los adolescentes, luciéndose por el paseo de Recoletos, desgarrando las miradas heridas de los pobres pensionistas… Ajenos a la dictadura del capitalismo.

«Siguiendo con la filosofía: cuanto más pobres, más progres. Y cuanto más progres mejores personas»

En cuanto al trabajo, el empleadito español, empleadito valiente, un día, al llegar con el habitual cuarto de hora de retraso a la oficina, se encontró con que la vieja Underwood, lírica como una locomotora del Lejano Oeste, había sido sustituida por un robot competidor, el Mac. Lo más fascinante de todo es abrir el Mac y ver ahí el show de la tecnología en nuestras manos. Y ahora ya sí que parecemos el buen salvaje de Rousseau con corbata.

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