THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Jesica y el hombre profundamente enamorado

«¿Por qué a él no se le iba a permitir actuar también como un hombre profundamente enamorado? ¿Por qué a otros sí, y a él no?»

Opinión
7 comentarios
Jesica y el hombre profundamente enamorado

José Luis Ábalos. | Ilustración de Alejandra Svriz

«Los españoles no podemos tolerar la corrupción ni la indecencia como si fuera algo normal, no podemos normalizar la corrupción en nuestras vidas ni en las instituciones. La corrupción puede ser algo inevitable —nunca se podrá evitar—, pero no puede ser justificable y, en ese sentido, la decencia debe ser algo esencial, no accesorio».

La frase es una de las campanudas afirmaciones a favor de «la decencia» y en contra de «la corrupción» que jalonaron la intervención de José Luis Ábalos en la presentación de la moción de censura que llevó a su entonces amigo, protegido y jefe a La Moncloa. 

Aquello fue un jueves 31 de mayo de 2018. Muy pocos meses después, en noviembre de aquel año, este diario ha acreditado -con copias de correos electrónicos- un primer viaje de Jesica R.G. como acompañante subvencionada del entonces poderosísimo ministro de Fomento (luego lo sería de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana) y, lo que es más importante, número tres del PSOE. Pero ni aquello, ni todo lo demás de lo que ha ido informando detalladamente Ketty Garat en THE OBJECTIVE, puede entenderse como síntoma de corrupción o indecencia. Claro que no. Es solo una muestra de que José Luis, al igual que Pedro, es capaz de comportarse como un hombre profundamente enamorado. 

Ese primer viaje acreditado fue a Barcelona. Pero quien acompaña a Barcelona puede hacer buena compañía en Abu Dabi. Y quien va a los Emiratos Árabes puede viajar a Moscú. Y de Moscú a Jaca, y a Barcelona, y a Pamplona, y a Bilbao, y a Rabat, y a Bruselas, y a Estrasburgo, y a Mallorca, y a Gijón… La compañía puede ser nacional e internacional, incluso de cercanías, sea visita al Ministerio o cena en el Filandón. ¿Qué hay de malo en ello?

Los apóstoles de la lucha contra la corrupción (como el propio Ábalos y su examigo Sánchez, vestidos de limpio para la moción) argüirán que el problema reside en la subvención. Hay gente muy tiquismiquis. Con el amplio cortejo que suele acompañar a los señores ministros, ¿qué más dará una persona más o menos? Además, de esos detalles se encargaba Koldo. 

Luego está lo del contrato en Ineco. Bueno, es verdad que es una empresa pública de ingeniería que depende del ministro. Y también consta que doña Jesica, que se sepa, era estudiante de Odontología. Pero en una empresa tan grande como Ineco hay muchos puestos, y seguro puede encontrarse uno acorde a las competencias de una buena estudiante. Tan seguro es que lo encontraron. 

Más sórdidos parecen los mails de recordatorio de las visitas a 1.500 (aproximadamente) cada una. Pero nos hemos precipitado en creer que esos 1.500, que suman 39.300 por 31 actos y viajes, sean necesariamente euros. Pueden ser euros o maravedíes. Pero también pueden ser abrazos o simples recordatorios. Y, aunque fueran euros, nada garantiza que se pagaran con seguridad con dinero público. Eso lo sabrá Koldo, que es quien se encargaba de tan nimios detalles. Y, como diría Patxi, «a ti qué más te da». En todo caso, estamos hablando de una cantidad ridícula para un hombre profundamente enamorado. 

Esta es la clave. Lo que se imputa al pobre Ábalos, expatriado al Grupo Mixto y abandonado por tantos que tanto le deben y tantísimo le hicieron la pelota, es calderilla en comparación con los estipendios que su examigo ha logrado que colmen a sus seres queridos. No solo a su mujer y a su hermano, que también. ¿Por qué José Luis no iba a poder ser, también, generoso? ¿Por qué a él no se le iba a permitir actuar también como un hombre profundamente enamorado? ¿Por qué a otros sí, y a él no?

A él, que lo dio todo para que Pedro llegara donde hoy está. A él, que se encargó de recabar avales y de cuidarlos, junto a su Koldo, en la oscuridad de tantas noches. A él, que discretamente gestionó los apoyos para la moción de censura y supo defenderla gracias a esa impagable morcilla que el juez José Ricardo de Prada introdujo en una sentencia por un caso de municipal corrupción. A él, que tanto sabe y que tanto ha callado. A él, que es solo un hombre profundamente enamorado. 

El motivo lo dio él mismo una mañana del último día de mayo de aquel lejano 2018. ¿Se acuerdan?:

“Los españoles no podemos tolerar la corrupción ni la indecencia como si fuera algo normal, no podemos normalizar la corrupción en nuestras vidas ni en las instituciones. La corrupción puede ser algo inevitable —nunca se podrá evitar—, pero no puede ser justificable y, en ese sentido, la decencia debe ser algo esencial, no accesorio”.

Pues eso. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D