Pedro Sánchez, el poder del discurso
«Pedro Sánchez tiene el control de su partido, del Parlamento, del Constitucional y coloniza las instituciones con alfiles. Pero su verdadero poder es que tiene el control del discurso»
Si el PP quiere algún día ganarle al PSOE con la suficiente holgura como para poder gobernar, haría bien en estudiar a fondo a Pedro Sánchez en sus dos aspectos más destacados. Uno es su capacidad retórica y otro, su capacidad estratégica. Me concentro en el primer punto. Desde El arte de la guerra sabemos que el camino seguro a la derrota es el menosprecio del enemigo. No basta con denunciar su inmoralidad, que es obscena y oceánica. Es necesario entender sus mecanismos de persuasión y de actuación. El espejo para demostrar que el emperador va desnudo funciona, pero solo parcialmente, ya que esta denuncia, empezando por el debate parlamentario, pasa por el filtro de los mediadores. El sistema mediático con que cuenta el Gobierno le permite convertir una calabaza en una carroza y viceversa. Bastó una señal, forzar la salida de Antonio Caño de la dirección de El País al día siguiente de llegar al poder, para que todos los medios públicos y privados afines entendieran. Y las redes se han vuelto inocuas como denuncia. Son un hoyo negro: todo queda atrapado en la cámara de eco o sesgo de confirmación, en el «horizonte de sucesos» de los bots, en la espiral de la polarización, en la inocua energía de los memes.
Sobre el discurso de Pedro Sánchez me concentro en cinco aspectos.
Primero, es magistral la forma en que maneja las críticas. Ha logrado construirse una armadura contra ellas, al tacharlas siempre de interesadas. Incluso las denuncias con recorrido judicial de tu entorno más íntimo (Begoña Gómez, Ábalos, Koldo, David Sánchez Pérez-Castejón…) las transforma en producto de una conspiración mediático-judicial contra su Gobierno por grupos de interés de sólo quieren mantener sus privilegios. Así ha logrado vender la corrupción de sus allegados como resistencia heroica. Paga en deshonra el sacrificio que hace por España. Al mismo tiempo, toma buena nota de las críticas que recibe. Y las convierte en los espurios planes de sus enemigos.
Segundo, sabe manipular la historia y menospreciar su pasado. En su discurso todo sucede ex novo. No hay nunca una promesa rota. No hay pasado inmediato. Ni hemeroteca. El Gobierno actúa movido por el mejor interés siempre. Y la única razón que vale es la última. Al mismo tiempo, todo sucede en clave histórica. La derecha es culpable de la Guerra Civil y cómplice de la dictadura. El fantasma de Franco es necesario airearlo de vez en cuando. A la derecha su pasado la condena irremediablemente. No tiene legitimidad histórica para hablar en nombre de la democracia, las libertades o la igualdad.
Tercero, sabe construir al enemigo que más le conviene. El truco es simple, pero funciona: deslegitima a sus adversarios al equipararlos. La derecha moderada, constitucional y pactista es igual que la derecha extrema. Al mismo tiempo, hace crecer a la verdadera derecha extrema. Es fácil. Le basta con provocarla. Sabe que el instituto taurino de la derecha extrema le hace ir una y otra vez tras el capote woke. Necesita sus discursos maximalistas y su fragmentación parlamentaria. Ambas cosas le dan oxígeno.
Cuarto, sabe sumar números imaginarios. Para ello, divide a la sociedad en grupos. Habla en fractales. Para él no existe el ciudadano, con las mismas obligaciones y derechos, sino los grupos de interés. Hace promesas y vende privilegios por gremio. A las mujeres (más del 50% de la población), a los funcionarios públicos (uno de cada seis trabajadores), a los jubilados (21% de la gente), a las minorías sexuales (14% de la población). La casa paga. La idea es que la suma de las partes sea mayor que el todo para que los que estén dentro de los conjuntos de intersección le apoyen. Al mismo tiempo, invita a toda la ciudadanía a sumarse al barco del progreso. Que sean solo los irrecuperables polizones los que resistan.
Quinto, mete miedo al adversario y apela al espíritu tribal. La derecha, que es lo mismo que la extrema derecha, está contra los servicios públicos. Si llega al poder, todo está en peligro. De la sanidad pública al abono de transporte. Al mismo tiempo, recuerda que eres de izquierda, que estás en lado bueno de la historia, que defiendes los mejores valores. No traiciones a tu tribu.
«Para Sánchez no existe el ciudadano, con las mismas obligaciones y derechos, sino los grupos de interés. Hace promesas y vende privilegios por gremio. A las mujeres, a los funcionarios públicos, a los jubilados, a las minorías sexuales»
Pedro Sánchez tiene el control de su partido, al que ha hecho pasar por el aro del cupo catalán, como acabamos de comprobar en el Comité Federal del PSOE; tiene el control del Parlamento, al que gobierna con ventas parceladas; tiene el control del Constitucional, aunque se ofenda Conde Pumpido con la simple insinuación; y coloniza las instituciones con alfiles. Pero su verdadero poder es que tiene el control del discurso. Más que el flautista de Hamelin, aunque nos lleve a todos al precipicio, estamos ante Josefina la Cantora.
Franz Kafka, que se anticipó a todo, transformó al flautista hechicero de los hermanos Grimm en una falsa diva que embruja con su voz al pueblo de los ratones. ¿Sabrá Alberto Núñez Feijóo mostrar por fin a los españoles que Josefina no canta, sino que chilla?, ¿será capaz de hacerla entrar «en la exaltada liberación del olvido»? Por el momento, no lo parece. Y el tiempo corre en su contra, que es la nuestra también.