THE OBJECTIVE
Carlos Padilla

Ni Broncano ni Motos, el 'show' fue Ábalos

«Verle es asistir al zigzagueo de alguien enfrentado a su partido. Con más cosas que decir, y la manta de la que tirar aguardando en el armario de la memoria»

Opinión
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Ni Broncano ni Motos, el ‘show’ fue Ábalos

Ilustración de Alejandra Svriz

Noche de lunes, y las Españas se sentaban en el sofá con el mando en su poder. Todo ello mientras la patulea de siempre, esforzados sectarios, se afanaban en señalar que solamente se podía elegir una opción. Eres de Broncano o de Motos, eliges a un surfista ciego o a la nieta del emérito, en ese populismo maniqueo de las redes. Luego estábamos los que disfrutamos de ambos —anatema— incluso hubo una época en que veíamos Sálvame y Salvados, somos pocos, pero existimos. En la noche en que se decidía quien tomaba la poltrona televisiva en el prime time patrio, el verdadero disfrute del día fue otro, y no ocurrió en televisión.

Mientras se contaban las horas para el envite entre El hormiguero y La revuelta, el entretenimiento puro, por momentos de un humor surrealista, ocurrió en Onda Cero, en el programa de Alsina. Allí acudió, con semblante serio, el otrora ministro de Transportes y ahora diputado socialista, expatriado en el grupo mixto, pero de corazón rojo. Llevamos días, bien lo saben los lectores de THE OBJECTIVE, leyendo aquí informaciones que colocan al antiguo secretario de organización del PSOE en una situación más que comprometida. Ábalos, que se sabe imputado, sigue tirando balones fuera, pero de un modo sugerente, entretenido.

Todavía sigo dándole vueltas a los elementos que posee Ábalos que no tiene, por ejemplo, Óscar Puente, y no me refiero a los aspectos judiciales, los líos políticos, mucho menos a sus vidas privadas. Hablo del aspecto adictivo de su presencia. ¿Por qué Ábalos congrega tanto interés? Pensé que hay elementos de suspense —a quién quería descubrir con ese supuesto truco del correo—, la mezcla entre vida privada y vida pública —a la que ayuda, de manera inequívoca, Koldo, asistente, amigo y exportero de puticlub—, y además el carácter de folclórica, mezcla de pausas con ramalazos sentimentales, que le acompaña al exministro. Daría dinero por ver una entrevista de Jesús Quintero con José Luis, esos silencios cargados con el humo de los cigarrillos y las copas de whisky al lado del micrófono.

«Ábalos más que un político, ya es un símbolo de la resistencia. Puede morir (políticamente), pero antes se irá matando, y de eso ya ha dado algún que otro aviso»

Ábalos más que un político, ya es un símbolo de la resistencia. Su señoría, confesado por él mismo, aguanta el escaño de diputado por la pasta, aparte del aforamiento, pero el asunto monetario es lo principal. A la espera de la jubilación a sus 64 años, asume el diputado valenciano que no tiene donde volver a currar. Nos ilustra sobre la partitocracia reinante, la actividad de los políticos profesionales que solo saben ser políticos. Y verle es asistir al zigzagueo de alguien enfrentado a su partido, a sus antiguos compañeros. Con más cosas que decir, y la manta de la que tirar aguardando en el armario de la memoria. Ábalos puede morir (políticamente), pero antes se irá matando, y de eso ya ha dado algún que otro aviso.

Ábalos atrapa a la audiencia, envuelta en la fascinación permanente, gracias en buena medida a las múltiples y disparatadas explicaciones, gozosa ver la explicación —de Papá a Papá— en un correo con los pagos reclamados por Jesica. Podría ser uno más en la lista de políticos chapuceros, rodeados de asuntos turbios, él no es solo eso, porque posee la sonrisa de quienes se ven reflejados en su figura. Todos hemos sido alguna vez el marido que finge, un amigo que manipula, ese compañero de curro que se escaquea, y el espejo nos devuelve ahora a José Luis Ábalos, fatigado por responder a lo publicado. Y con una capacidad genuinamente cómica para achicar el agua que le está inundando, todavía más, el sótano de su credibilidad. 

Si estamos delante del ministro que dio diez versiones distintas sobre el ‘Delcygate’, su encuentro con la vicepresidenta de Venezuela en Barajas, no podemos más que esperar, solícitos y acompañados de palomitas, sus nuevas versiones sobre los pagos a Jesica. Creíamos que el espectáculo era lo que emitió TVE o la entrevista de Motos a Victoria de Marichalar, craso error. El show fue Ábalos, lo sigue siendo, diplomado en magisterio y doctorado en el entretenimiento. Quizá, próximamente, imputado.

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