THE OBJECTIVE
Antonio Camuñas

Trump no arrasó a Kamala:¿decidirá Swift las elecciones?

«Trump sobre todo fue fiel a sí mismo; caótico, caprichoso, errático…y un ególatra, que no pudo evitar rascarse ante las más nimias picaduras de mosquito de Harris»

Opinión
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Trump no arrasó a Kamala:¿decidirá Swift las elecciones?

Debate entre Donald Trump y Kamala Harris | ABC / Zuma Press / ContactoPhoto

Entre el volumen de anomalías que estamos viviendo en esta campaña presidencial, el que solo estuviera planificado un debate —sin público y con micros, teóricamente, controlados— entre los candidatos de ambos partidos, hacía que el encuentro celebrado esta madrugada en Filadelfia despertara una expectación muy por encima de lo normal. 

Quizás también porque las expectativas del votante demócrata estaban por los suelos tras una presidencia que ha tenido uno de los índices de popularidad más bajos que podemos recordar. Tal vez porque desde el 21 de julio, Trump es ahora el anciano que lucha por regresar como MacArthur a las Filipinas. 

Sin duda porque es inaudito que en el país que hace bandera de la libertad de expresión, Kamala Harris no haya aceptado someterse a ninguna rueda de prensa, ni ha contestado a las preguntas de periodistas. En su única entrevista a la CNN bastó con escuchar la primera respuesta a la primera pregunta, se retrató como la mujer imbatible en las preguntas y evasiva en las respuestas. 

Kamala es una fiscal, una interrogadora profesional, a la que la hemos visto acorralar a los candidatos al Tribunal Supremo y poner a la defensiva al propio fiscal General de los EEUU. Tenerla enfrente era sinónimo de convertirse en culpable. 

Era, por tanto, la oportunidad de oro para que Kamala Harris hiciese olvidar que ha sido elegida por un inédito dedazo de quienes controlan el partido. Sus notorios cambios de posición en asuntos clave. El momento de apelar a los más nobles sentimientos de la sociedad americana. 

La ex fiscal general de California se apuntó el primer tanto al acercarse a saludar a Trump y presentarse con nombre y apellido, remarcando de paso cómo se pronuncia su nombre (Kámala y no Kamala, como la llama el expresidente).

Pronto estaban detrás de sus respectivos atriles —bastante más alto el de Trump pese a que la imagen de ambos era la misma en las pantallas— y Harris empezó a recitar su argumentario como quien canta los temas de una oposición: la defensa de la clase media, con bajadas de impuestos para las familias y las pequeñas y medianas empresas, seguidos de un ataque frontal contra Trump y sus bajadas de impuestos a los billonarios. Todos los dardos ensayados durante los cinco días que ha estado encerrada en Pittsburg dieron en la diana, pero ninguno se acercó al centro lo suficiente como para desestabilizar a un oponente que hizo de la cara de póquer su avatar de la noche. 

El contraataque de Trump no se hizo esperar, apelando a la calamitosa situación económica, la inflación que asfixia a las familias, mientras ella hacía gala de sus sonrisas y miradas burlonas, que por momentos oscilaron entre Catwoman y el gato de Cheshire. La sonrisa se congeló y tuvo que tragar saliva cuando Trump le llamó marxista radical y le recordó que hace solo cuatro años fue, junto con el abiertamente marxista Sanders, la única candidata que votó a favor de la abolición de los seguros privados de salud. 

Comparado con sus actuaciones en anteriores debates, Trump estuvo irreconocible: no insultó personalmente a Harris y —pese a que sus énfasis y exageraciones son parte del paisaje— defendió los puntos que le interesaba resaltar sin apenas mover las manos con sus gestos más característicos; En inmigración ilegal, el magnate no respondió a la pregunta de cómo piensa deportar a más de 11 millones de inmigrantes ilegales, pero se defendió bien preguntando a Harris por qué no habían hecho nada para evitar la invasión de ilegales hasta seis meses antes de las elecciones, y haciendo hincapié en los perversos efectos para los hispanos y los afroamericanos.

No se arredró Harris y apeló a que a Trump le funciona mejor que haya problemas que resolverlos. 

Con todo, y salvo que seas un votante demócrata declarado, no vimos en Kamala la convicción con la que Obama transmitía su esperanza en una América que podía —por fin— reconciliarse consigo misma. Ni el optimismo de Reagan al hablar de un nuevo amanecer que ella ha resumido en un ‘pasar página’ que más bien parecería un trámite administrativo, un guiño hacia los votantes moderados todavía indecisos, antes de volver a ser lo que siempre ha sido: una destacada representante del sector más progresista del Partido Demócrata. 

Aun defendiéndose bien en algunos de sus cambios de posición más notorios, como el fracking, al enfatizar el carácter extremista de su oponente ella misma se radicalizaba con un «Hay que pararle» que recuerda a las palabras de Biden antes de que la bala de Pensilvania fuera esquivada por una mínima inclinación de cabeza. 

Kamala brilló poniendo en la diana el asalto al Capitolio, el episodio que ha hecho que muchos halcones republicanos hayan desertado de Trump. Al expresidente le brindaron la oportunidad de corregirse en aquel penoso episodio, pero prefirió seguir el guion oficioso del Trumpismo («¿Alguien ha visto alguna vez a un progresista arrepentirse de algo?. Pues eso.»). 

Sobre todo fue fiel a sí mismo; caótico, caprichoso, errático…y un ególatra, que no pudo evitar rascarse ante las más nimias picaduras de mosquito de Harris. 

Es obvio que el establishment norteamericano ha optado por Kamala Harris. Y por supuesto, la inmensa mayoría de los medios de comunicación, incluyendo a la Fox, ahora bajo el mando de los Murdoch, Jr.  Por eso los moderadores hicieron un permanente fact-checking a Trump del que se libró Harris y la realización dejó abierto el micro de la candidata para que se oyera alguna de esas expresiones que pueden decidir el debate. Pero solo se oyó un «C’mon!» (‘¡venga ya!’) más bien desganado. 

Todo eso tenía que saberlo Donald Trump y aun así despedazar a su rival. No lo hizo. 

Ciertamente, no vimos al peor Trump, pero vimos al Trump de siempre. Con su discurso en negativo, catastrofista, y sin apenas referencias al futuro. Un aburrimiento para quienes conocemos el argumentario y aun diciendo verdades como puños nos cansa escucharlas viniendo del mismo presidente que aún no ha asumido que fue derrotado en 2020. 

Quizás lo más relevante de todo haya sido la declaración de Taylor Swift apoyando abiertamente a Harris. 

Trump triunfó en el reinado de las Kardashian. Ahora reina Taylor Swift. Y además no sabemos si habrá un nuevo debate, solicitado por Kamala nada más terminar este. ¿Eso es buena o mala señal? No lo sabemos. 

Decidirán los indecisos en un puñado de condados de unos cuantos estados. Unos pocos miles de votos decidirán el futuro de los EEUU. Y de paso el nuestro. Quedan 55 días. Una eternidad en política, que pasarán tan rápido o tan lentos como los conciertos de Taylor Swift, la estrella originaria de Pensilvania, la primera cantante que ha ganado más de un billón de dólares americanos en su gira y ahora aspira a ganar unas presidenciales. 

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