THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Benedicto

Venezuela no es país para buenistas

«La solución es que los venezolanos tomen las calles sin violencia; es el único motor que puede cambiar el destino del país»

Opinión
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Venezuela no es país para buenistas

Nicolás Maduro. | Ilustración de Alejandra Svriz

Venezuela sigue la senda de Cuba y Nicaragua, dictaduras que imponen el terror mediante la amenaza, la cárcel, la tortura y, si es necesario, el asesinato. Más de 2.000 personas han sido apresadas y 24 han sido asesinadas por el régimen socialista. No es de extrañar que la brutalidad del autoritarismo de Maduro amedrente a los venezolanos ante el temor de ser detenidos, torturados o ejecutados y terminen saliendo del país. El propio ganador de las elecciones, Edmundo González Urrutia, se tuvo que refugiar en la embajada de Holanda y pedir asilo en España; quedando debilitada la oposición.

Los duros del régimen controlan el aparato represivo venezolano. Diosdado Cabello en Interior, Vladimir Padrino en Defensa, y los hermanos Rodríguez dirigiendo la Asamblea y vigilando el petróleo, respectivamente. Una élite atrincherada, que se autoprotege frente a la presión exterior de los gobiernos latinoamericanos, de la Unión Europea, de Estados Unidos o de la Corte Penal Internacional. Si esto importa poco al régimen, no digamos ya, sin menospreciar el gesto, qué le puede afectar que el Congreso de los Diputados de España reconozca a González Urrutia como presidente electo. 

«Formado en La Habana de los años 80, el Gran Timonel venezolano se rodea de cubanos y rusos que protegen y asesoran a su gobierno criminal»

Maduro es un dictador sin pudor. Formado en La Habana de los años 80, el Gran Timonel venezolano se rodea de cubanos y rusos que protegen y asesoran a su gobierno criminal. El cerco internacional no es suficiente para acabar con una dictadura nepotista y corrupta que controla todos los resortes del poder. Por muchos reconocimientos que el presidente electo González Urrutia consiga en sus próximas giras por Estrasburgo o Washington, no serán suficientes para derrocar al dictador Maduro. El presidente electo no ha claudicado y su estrategia sigue unida a la de la valerosa María Corina Machado, pero da la sensación de que terminará como una segunda parte de Guaidó. Edmundo González recibirá apoyos internacionales por todo el mundo de cara al 10 de enero de 2025, cuando debería tomar posesión como presidente, pero al poco tiempo será abandonado a su suerte. 

Sin que se atisbe ningún tipo de intervención militar exterior, será el pueblo venezolano el que logre vencer a la tiranía chavista mediante la desobediencia civil, con protestas pacíficas por todo el país, huelgas generales, y el liderazgo de Machado. La Ghandi venezolana es única esperanza para un movimiento cívico que deberá horadar la unidad de policía y militares. Desde fuera del país es fácil de decir, porque no conlleva riesgos, pero la solución es que los venezolanos tomen las calles sin violencia; es el único motor que puede cambiar el destino del país latinoamericano frente a un régimen criminal comandado por los halcones del chavismo. Esta vez tiene que ser diferente a las protestas de 2017, cuando el oficialismo usurpó la Asamblea Nacional; las de 2019, cuando Guaidó se autoproclamó presidente con el apoyo de más de 50 países o las de 2021, cuando la población se echó a la calle por las malas condiciones económicas. 

La escasez, pobreza e inseguridad en la que vive la sociedad venezolana, importa poco o nada al totalitarismo chavista que parece emular al maoísmo de la Gran Hambruna y la Revolución Cultural china, quizás Sánchez haya tomado nota en su viaje, utilizando a los colectivos en lugar de a los Guardias Rojos. 

El mundo mira a Venezuela, pero todos sabemos que hoy en día manda la economía de la atención, y ésta desaparece de un día para otro. Como ejemplo, tenemos a Nicaragua, en manos del sátrapa Daniel Ortega, sin que nadie haga nada ante la destrucción del Estado de derecho o sus violaciones de los derechos humanos con represión, detenciones o destierro de opositores. Si una fuerte movilización popular no lo impide, en lugar de la transición tutelada por el chavismo que negocian Brasil y Colombia, el cuento venezolano acabará como el rosario de la aurora nicaragüense. 

El Estado policial se impone y avanza en Venezuela. La psicopatía del gobierno chavista le ha llevado a proponer a la Asamblea Nacional un proyecto de «Ley contra el fascismo» con sanciones que pueden ir desde la multa, a la inhabilitación política o la cárcel, contra aquellos actos que consideren fascistas o similares y, entre ellos, se incluye a las ideas conservadoras y neoliberales. La norma también plantea prohibir las reuniones o manifestaciones que hagan apología de lo que el gobierno considera fascismo, neofascismo o expresiones similares. 

El chavismo está dispuesto a cerrar el círculo totalitario salvo que la ciudadanía lo evite con grandes dosis de valor y sacrificio. La revolución civil debe tomar las calles de Venezuela, crear un clima de ingobernabilidad que desestabilice al Ejecutivo y divida al Ejército de un país que ya no es para buenistas. 

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