THE OBJECTIVE
Antonio Caño

Divide y vencerás

«Cuesta encontrar un país con más elementos en común que España, pero la estrategia de división diseñada por Sánchez funciona»

Opinión
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Divide y vencerás

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

Un par de episodios en los últimos días han dejado en evidencia de forma extrema y algo ridícula lo que ha venido siendo desde el primer día la principal estrategia política del Gobierno de Pedro Sánchez: dividir a los españoles. Uno ha sido esa catalogación de la bicicleta como un instrumento identitario de los progresistas, con la advertencia añadida de que quien tenga alguna objeción con ese vehículo queda convertido en un reaccionario. El otro es la conversión de la natural y vieja guerra de audiencias televisivas en una clara línea divisoria entre progres y fachas. Los datos, obviamente, se han encargado de demostrar la falsedad de ambos propósitos, puesto que ni la historia de la bicicleta como transporte urbano está vinculada a los gobiernos de izquierdas ni los principales protagonistas de la lógica competencia en el prime time aceptan el encasillamiento que buscan los guerracivilistas. Pero eso da igual, porque la frontera ya está trazada y las tropas sanchistas ya saben, por tanto, de qué lado situarse.

Esto ha sido así desde el principio de este supuesto Gobierno progresista y en asuntos de mucha más trascendencia. Se ha establecido una manera progre de encarar la emigración, la política exterior y, por supuesto, los pactos políticos, lo que, automáticamente, produce la adhesión inquebrantable de quienes pretenden estar en el lado correcto y deja automáticamente situado en el bando del facherío a cualquier voz discrepante. Se ha llegado al punto tan absurdo de que toda la derecha española es digna de sospecha como heredera del franquismo y, como consecuencia, descartada para cualquier acuerdo, excepto la derecha española en Cataluña, que merece todo el respeto. De hecho, el catecismo progresista determina que en Cataluña no hay derecha; ni Podemos ni Sumar la ven, y mira que ambos son meticulosos en la detección de síntomas de alerta sobre la amenaza conservadora.

Convencido de su incapacidad para ganar elecciones -la historia reciente le ha dado múltiples oportunidades de comprobar hasta qué punto está en lo cierto-, Sánchez renunció desde que alcanzó el poder a convencer a la otra mitad del país de la bondad de sus propuestas políticas. En lugar de eso, se ha dedicado a convencer a la mitad que lo apoya de lo peligrosa que es la otra parte y de lo necesario que es impedirle el acceso al Ejecutivo a cualquier precio, aunque haya que tragar sapos un día sí y otro también. El sueño de Sánchez es lo que Santos Juliá llamaba «la integración negativa», que en política equivale a la estrategia diseñada para que el partido rival, aunque se le permita competir en elecciones y gozar de libertad de acción, no pueda jamás alcanzar el gobierno.

«Los casos de López Obrador y Trump prueban que la estrategia divisoria es útil para ganar el poder y, sobre todo, para conservarlo»

No es algo, por supuesto, inventado por Sánchez o en España. Tenemos un caso muy reciente y muy exitoso que es México, donde después de varios años de alternancia y democracia convencional, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha conseguido, sin tocar una línea de la Constitución -aunque saltándosela a la torera-, elegir a su sucesora e implantar un régimen que le garantiza el poder por mucho tiempo y casi con total impunidad. Lo ha conseguido de la misma forma: reclutando adeptos para su causa -en su caso, la lucha contra la pobreza- y declarando la guerra a los ricos y la derecha burguesa que tratan de impedir ese noble objetivo. Donald Trump es otro excelente ejemplo de esta política de división, lo que le permite hoy en día, después de decenas de delitos probados y pruebas abundantes de su enajenación mental, aspirar con posibilidades a convertirse de nuevo en presidente de Estados Unidos.

Ambos casos y otros repartidos por todo el mundo prueban que la estrategia divisoria es útil para ganar el poder y, sobre todo, para conservarlo. Algunos se extrañan de que Sánchez se mantenga en las encuestas en cifras que le permitirían continuar en el Palacio de la Moncloa si los españoles volvieran a las urnas. No es tan difícil entenderlo. Pregunten a alguno de los que votan por él y, probablemente, les dirá que, aunque les disgusta un concierto económico para Cataluña, es mucho peor la canción soez y machista que entonó un alcalde del PP en las fiestas de su pueblo. No existen dos Españas, claro que no; cuesta trabajo encontrar en el mundo un país con más elementos en común. Pero el truco ha funcionado antes y Sánchez confía en que siga funcionando.

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