THE OBJECTIVE
Hugo Pérez Ayán

Gays de derechas y otras minorías discriminadas

«El colectivismo LGTB es una forma de comunitarismo que anula a la persona y la convierte en una mera categoría sexual, además de promover guetos identitarios»

Opinión
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Gays de derechas y otras minorías discriminadas

Anillo de matrimonio. | Unsplash

El pasado 7 de septiembre se celebraba en Valencia una boda entre dos hombres que, arropados por su familia, contrajeron felizmente matrimonio. ¡Enhorabuena a la pareja! Lo que no imaginaban estos dos jóvenes es que sus nupcias serían objeto de ataques furibundos, de odio e incluso de proclamas tan virulentas como «me dan asco y me parece bien que se les agreda», todo ello a través de redes sociales. ¿Quién podría vomitar tantísima bilis contra una pareja gay en pleno siglo XXI en España? ¿Curas ultracatólicos? ¿Representantes de la extrema derecha? No, eran diversos perfiles de activistas, deportistas o simples ciudadanos de a pie vinculados a la izquierda, porque el crimen de Juan Carlos Caballero y Javier Zamora no es ser homosexuales, sino gays de derechas. 

Fue la propia Maria José Catalá, alcaldesa de Valencia, quien ofició la boda de su compañero de partido, pues Caballero es portavoz del PP en el consistorio del Cap i Casal. Le acompañaba toda la plana mayor de los populares valencianos, presidente de la Generalidad incluido, e incluso Màxim Huerta, breve exministro de aquel Gobierno Bonito de Pedro Sánchez. Una celebración muy institucional y más aún elegante, lo cual al parecer es alienante para cualquier homosexual. Casarse con chaqué es, según decía alguno, «ceñirse a los estereotipos y cánones impuestos por la parte conservadora de la sociedad». 

La cita es de Damian López, miembro del Comité Nacional de la federación valenciana del PSOE y asesor de la delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana. El también activista LGTB y taekwondista dejó en X (antes Twitter) una larga reflexión en la que expresaba su miedo a que «muchos gays compren ese discurso tan vacío y tan peligroso de pensar que pueden ser como ellos, porque en primer lugar no somos como ellos y ellos jamás permitirían que seamos como ellos». «Ellos», refiriéndose a las personas heterosexuales. Este es el discurso maniqueo, divisionista y profundamente victimista que desde hace un tiempo promueve la izquierda, según el cual los gays, las lesbianas, los bisexuales, las personas trans… son víctimas sistemáticas, miembros de un colectivo distinto al resto de la ciudadanía «cishetero». 

«No hay nada menos empoderante que decirle a alguien que haga lo que haga siempre será una víctima y parte de una minoría oprimida»

Sin duda, siguen existiendo aún a día de hoy situaciones de discriminación y violencia hacia algunas de estas personas por motivo de su orientación o identidad sexual, pero la realidad dista cada vez más de esa imagen catastrofista que ofrece la izquierda. En realidad, no hay nada menos empoderante que decirle a alguien que haga lo que haga siempre será una víctima y siempre será parte de una minoría oprimida. Continuar en el empeño de hacer creer a tantas personas que son obligadamente parte de un colectivo LGTB separado del resto de la población es seguramente la mayor piedra en el zapato a la normalización de la diversidad sexual. 

La identidad siempre es individual, nunca colectiva, o solo lo es cuando uno decide libremente identificarse con ella, lo que no deja de ser al fin y al cabo una decisión individual. Alguien que sea homosexual puede tener mucho más en común con cualquier otra persona heterosexual con la que comparta gustos, aficiones e intereses que con otro homosexual solo por el hecho de serlo. El colectivismo LGTB es en realidad una forma de comunitarismo que anula a la persona y la convierte en una mera categoría sexual.

Muy al contrario, el ideal a alcanzar y al que se acerca mucho la España de hoy es aquel de ciudadanía universal, en el que todos los individuos, iguales en derechos y deberes entre ellos, son igualmente valiosos. No hay un «ellos y nosotros», sino que hay un todos formado por cada uno. El día en el que socialmente se vea la atracción sexual como un rasgo más y no como un elemento identitario excluyente, entonces se habrá logrado ese ideal. No significa eso, como podrían decir algunos, que quien sea gay o lesbiana tiene que adoptar una forma de ser «heteronormativa» o que «cada uno en su casa pueda hacer lo que quiera, pero no en la calle». Simplemente se trata de abandonar un discurso frentista que solo promueve los guetos identitarios

En cualquier caso hay que atender a otra de las críticas que recibían los nupciales populares: la oposición del PP hace 20 años a la Ley del matrimonio igualitario. Cierto es y es legítimo reconocer que el Partido Popular entonces se equivocó. Aunque defendiesen una unión civil equivalente en muchos aspectos al matrimonio para las parejas homosexuales, su oposición fue en exceso beligerante, desproporcionada e incluso incendiaria. El recurso de inconstitucionalidad que presentaron y al que se opusieron referentes de sus propias filas como la mismísima Esperanza Aguirre los posicionó como un partido que no se oponía por una mera cuestión terminológica, sino por rechazo a la posibilidad de que dos personas del mismo sexo pudieran contraer matrimonio como cualquier otro ciudadano. 

«Los socialistas se creen dueños de los votos de los gays y las lesbianas simplemente por haber hecho lo que debía hacerse»

Hasta aquí los hechos. Ahora, lo que se le reprochaba el otro día a los miembros del PP no era su postura de hace 20 años, ¡sino que hubieran cambiado de parecer! Sí, los que justifican los infinitos «cambios de opinión» —a peor— de Pedro Sánchez le reprochan a los populares que ahora no solo se hayan sumado a la defensa del matrimonio igualitario, sino que lo practiquen. En vez de celebrar tan enorme victoria, señalan e insultan a los gays del PP por «ir contra sus derechos». Al parecer, los homosexuales y bisexuales están obligados a votar para siempre al PSOE, ese partido que de forma graciosa les otorgó el derecho al matrimonio. 

Es aquí donde surge otra clave: los socialistas se creen dueños de los votos de los gays y las lesbianas simplemente por haber hecho lo que debía hacerse. Que el PP no se sumase sin duda fue un error —hoy corregido—, pero eso no implica que se le deba nada al PSOE como no se le debe nada a quien te da lo que es de tu propiedad. Precisamente esto es así porque los derechos son de los individuos por naturaleza, no por carta otorgada, y en cualquier caso lo que se debe exigir es la positivación de dichos derechos por parte del Estado a través de la Constitución y las leyes. Hay que recordar siempre que son los políticos quienes se deben a los ciudadanos y los que deben a los ciudadanos estar donde están, no al revés. 

Todo esto es aplicable a muchos otros casos como el de la raza y el sexo o el género. Un pretendido secuestro de los votos bajo la premisa de que «la izquierda defiende sus derechos y la derecha se los quita». No solo es falso, sino que se juzga y se ataca a las personas homosexuales, «de color» o las mujeres que deciden optar por otras opciones políticas o simplemente son ideológicamente liberales, conservadores o democristianos. Por suerte, pese a las resistencias, la ola de personas que como Juan Carlos y Javier viven libremente compatibilizando su sexualidad y su ideología es cada vez más grande.

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