Llega el otoño a Ucrania
«China es el problema principal de la política exterior americana. Ucrania terminará siendo un conflicto esencialmente europeo. De hecho, ya lo es»
A menudo, las demostraciones de fuerza ocultan debilidades. Quizás esto es lo que estén indicando las últimas noticias que nos llegan acerca de la guerra de Ucrania. A las pocas semanas de empezar el conflicto, cuando se comprobó que Putin no iba a tomar Kiev tan fácilmente como esperaba, una falsa sensación de euforia se extendió por el continente. La tecnología occidental humillaría al obsoleto ejército ruso, las sanciones financieras y comerciales doblegarían su economía, y el aislamiento diplomático haría el resto del trabajo.
Nada sucedió exactamente así y, tras un primer año caótico, muy pronto se demostró que ni la economía rusa renqueaba, ni el aislamiento internacional era tal, ni la tecnología occidental –facilitada al Gobierno ucraniano en cantidades homeopáticas– resultaba determinante. Una guerra que debía ser rápida pasó a convertirse en un campo de trincheras. Y el tiempo, ya se sabe, juega históricamente a favor de los países más grandes y con mayores recursos.
Finalmente, el invierno pasado comenzó a evidenciarse que la guerra no iba bien para Zelenski. Si por un lado el bloqueo del Congreso americano dificultaba el envío de munición; por el otro, se iba desbloqueando el uso de armamento más avanzado con el objetivo de revertir el desgaste de las tropas ucranianas. En contra de lo que pueda parecer, insisto, el valor añadido que aporta la llegada de aviones de combate o de sistemas de artillería de alta movilidad subraya más la dudosa posición de Kiev que su supuesta fortaleza. El hecho de que seguramente, en una fecha cercana, Washington y Londres autoricen el uso de armas occidentales en suelo ruso vuelve a indicar esta debilidad. Lentamente las tropas rusas van avanzado en la región de Donetsk, a la espera quizás de que se desmorone el frente rival.
Una guerra de desgaste afecta especialmente a la moral de los países beligerantes, que empiezan a cansarse ante el cenagal de un conflicto interminable. La acción rápida de Zelenski, ocupando tierras del norte en la región rusa de Kursk, supone una estrategia creativa que busca levantar los ánimos de la población y contar con algún as en la manga para el día en que se convoque la mesa de negociación. A la vuelta de la esquina se encuentran las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Serán días y meses cruciales. Al fin y al cabo, Washington y Beijing van a decidir el destino de Ucrania.
«El auténtico reto para Washington no se encuentra ya en el este europeo, sino en otro oriente más lejano»
Si el tándem Trump-Vance gana los comicios, ambos impulsarán una táctica aislacionista encuadrada en una determinada tradición política norteamericana; si la victoria, en cambio, corresponde a la actual vicepresidenta Kamala Harris y a su equipo demócrata, se confirmaría el retorno de Estados Unidos al escenario atlántico.
Pero no debemos olvidar que el auténtico reto para Washington no se encuentra ya en el este europeo, sino en otro oriente más lejano. El Pacífico constituye el nuevo objeto de sus deseos, con China y Taiwán al fondo. China y, sobre todo, su desafío a los valores de la democracia parlamentaria, sobre los que se ha reconstruido Occidente después de la II Guerra Mundial. China y su largo manto, que se extiende hacia Rusia y hacia África, hacia la América del sur y hacia los mercados globales. China –no Ucrania– es el problema principal de la política exterior americana. Israel (y el Oriente Próximo) –no Ucrania– es el otro problema de la Secretaría de Estado. Ucrania terminará siendo un conflicto esencialmente europeo. De hecho, ya lo es.