THE OBJECTIVE
Antonio Agredano

Breve apunte sobre el ego

«Dentro de las vetas humanas que atraviesan la carne dura de la política, el ego es la más peligrosa. De sus tripas nacen la envidia, el miedo y la impertinencia»

Opinión
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Breve apunte sobre el ego

Ilustración de Alejandra Svriz

No tengo nada en contra del dinero. Entiendo que la gente haga lo que crea que tiene que hacer para pagar el alquiler, el comedor escolar y las camisetas de grupos de música que, con tan buen gusto, está sacando el H&M. Pero lo del ego sí me sorprende. Yo creía que era un motor adolescente, algo que hay que pasar, como se pasa la varicela o se pasa La Oreja de Van Gogh. Pero quién me iba a decir que, ya en la vida adulta, ya con más días vividos que días por vivir, la gente se siga moviendo por el apetito del yo.

Escribió Carlos Fuentes en su novela La silla del águila que «la política es la actuación pública de las pasiones privadas». Dentro de las vetas humanas que atraviesan la carne dura de la política, el ego es la más peligrosa. Lo es porque engendra seres terribles, como Equidna. De las tripas del ego nacen la envidia, el miedo y la impertinencia. Antídotos de cualquier buen gobierno, público o íntimo.

Me encuentro recientemente con egolatrías descaradas y ciegas. Y no puedo hacer otra cosa que agradecerle al dios de las pequeñas cosas que pusiera en mi camino a una profesora de Ética, Eva. No recuerdo su apellido, ojalá. Con ella leí a Fernando Savater, al que saludo desde esta página. Y a otros autores que fueron moldeando mi ridícula adolescencia, valga la redundancia.

Tras una clase, en la que yo rebatía con gravedad y pesadez un argumento suyo, me cogió aparte y me dijo: «Agredano, la soberbia es incompatible con la inteligencia. Tienes que decidir ya, hoy mismo, si quieres seguir escuchándote a ti mismo o si quieres aprender de los demás, de la vida y de los libros».

Y aunque no ha sido un camino fácil, y aunque a veces tiemble y eleve mi voz y los espejos sean benévolos, creo que el perro duerme en su caseta. Mi firma, a pie de manifiesto, no vale nada. Ni mi voz llega más lejos que la saliva que la acompaña. Escribo porque lo necesito y leo porque de algo hay que morir.

«No hay amor más peligroso que el que uno se tiene a sí mismo»

Bebo en silencio si el vino es bueno y animo las conversaciones si el líquido es intragable, para que al menos, estando entretenido se me olvide el sabor arenoso de los malos tintos. No voy a donde no me quieren y si me invitan, llego guapo y puntual. La vida es sólo un parpadeo en los oscuros ojos de la muerte. Está bien así. Una cosa es no conformarse y otra, muy diferente, tratar de conformar el mundo a nuestra medida.

No hay amor más peligroso que el que uno se tiene a sí mismo. Ni el de los escoltas, ni el de los jefes de gabinete, ni el del líder de la oposición, ni el del periodista respondón. Es maravilloso ese proceso en el que el político empieza a desconfiar de la opinión de los demás y sólo se escucha a sí mismo. Rodéate de gente que te diga la verdad, suelen aconsejar los gurús a los presidentes. Como si dependiera de ellos. Lo difícil no es escuchar a los sinceros, lo difícil es encontrar a gente sincera en los aledaños de un político. Piropear al poder es, como almacenar nueces en invierno, un instinto de supervivencia.

El ego. Qué miedo. ¿Y a qué venía esto? A que hay ego en todos. En los que mandan y en los que se oponen. Y que si un proyecto no despega, quizá haya que ir más allá de los contextos, y pensar en por qué pasan los meses y todo sigue igual. Escuchar a los demás es agotador, pero no más que escucharse, todo el rato, a uno mismo.

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