Cataluña y la gente molesta
«Ahora, el ‘hecho diferencial’ es hacia el resto de españoles. El sanchismo ha roto la solidaridad y aleja cualquier posibilidad de proyecto común»
Sánchez es sembrador profesional de cizaña. Por donde pasa crea un problema prometiendo resolver otro. Así ha ocurrido desde 2018. Dijo que había «pacificado» Cataluña, como si esta región solo estuviera poblada por indepes golpistas, y ha sido al revés. Los nacionalistas han conseguido que Sánchez hable como un secesionista, asuma sus propuestas y convierta al PSC de Salvador Illa en la nueva CiU, en el partido sistémico del catalanismo. De hecho, el actual presidente ha hecho un homenaje a Pujol.
La satisfacción de las necesidades personales de Sánchez han llevado a usar la presidencia del Gobierno como instrumento para conceder lo que sea a los nacionalistas. Ahí están los indultos, la amnistía y el cupo catalán, y Pradales, el vasco, ya está exigiendo más al ver el río con los peces tan predispuestos a la pesca. La legislatura se va a mantener con el vaciado del Estado central en beneficio de las oligarquías locales que están construyendo su estructura estatal para la independencia desde hace 40 años.
La estancia de Sánchez en La Moncloa está saliendo muy cara para la estabilidad del régimen constitucional de 1978, y deteriora la fe de los españoles en las instituciones y en la democracia. No solo ha trasladado que el Estado puede ser colonizado por un partido sin que pase nada, sino que los órganos públicos se pueden poner al servicio de una persona, olvidando que fueron creados para el servicio público.
En su malicia, Sánchez intenta que el cupo catalán cuele dividiendo a los presidentes autonómicos del PP. Quiere citas en privado para prometer lo que sea, romper la oposición de los populares y salirse con la suya. Si los presidentes no aceptan, el sanchismo dirá que no se preocupan por la población de su región y que únicamente están obsesionados con derribar a Sánchez. De hecho, un diputado autonómico de Madrid ha hecho el ridículo esta semana diciendo que el PP tiene «envidia» de Pedro Sánchez «por lo bueno que está».
«Parece que aquellos que no somos catalanes no importamos; al revés, que somos molestos, incluso que carecemos de ‘singularidad’»
En todo esto parece que aquellos que no somos catalanes no importamos; al revés, que somos molestos, incluso que carecemos de «singularidad» si hacemos caso a las palabras de los ministros y de su «puto amo». Debe ser que no tenemos una personalidad fuerte equiparable a la de catalanes y vascos, que somos inferiores, y que solo servimos para pagar impuestos y aplaudir a Sánchez. En suma, que tenemos una categoría humana, genética, cultural, histórica y económica menor, entre otras cosas, porque quizá no somos lo suficientemente progresistas o nacionalistas, o por simple zafiedad. Todo esto, que parece broma o exageración, está en los textos de los padres fundadores del nacionalismo vasco y catalán, y parte del actual, que ahora Sánchez ha hecho suyo de forma indirecta a través de sus decisiones y palabras.
Ahora, el «hecho diferencial» es hacia el resto de españoles. Lejos de eliminar asperezas entre los ánimos regionales, Sánchez las aumenta. La idea de que el Gobierno da preferencia a catalanes y vascos en detrimento de los demás porque le chantajean está más arraigada que nunca. Así, el engaño de la pacificación de Cataluña se completa ahora con el cabreo del resto de España por el cupo catalán y la cuestión de la inmigración ilegal. La sensación es que el Gobierno de Sánchez desatiende al resto de regiones, las desprecia, no afronta sus problemas, sino que manda solo para satisfacer a los nacionalistas. Es más; no hay una visión de conjunto, sino particularismos y ambición.
El sanchismo desvertebra así España una vez más. Ha roto la solidaridad y aleja cualquier posibilidad de proyecto común. Sánchez encizaña para ganar sin asumir la responsabilidad ni atender a las consecuencias. El día que lo echemos con las urnas habrá tanto trabajo por delante para arreglar la casa que me da la sensación de que no habrá manera de adecentar todo.