Diplomacia y tiranías
«La ‘realpolitik’ del Gobierno con Venezuela o Marruecos es moralmente delicadísima, y ha mostrado un desinterés notorio por los derechos humanos»
Esta semana el presidente Sánchez ha recibido en la Moncloa al presidente palestino Mahmoud Abbás. Hace unos meses, el Gobierno aprobó el reconocimiento oficial del Estado de Palestina. Es una decisión simbólica pero acertada. El presidente la defendió por principios y consideró que no hacía falta consensuarla con el resto de países europeos (solo 14 de los 27 países miembros reconocen a Palestina). Parecería una postura honesta si el Gobierno extendiera esa actitud al resto de su diplomacia. Pero cuando se trata de asuntos más cercanos y menos simbólicos, el Gobierno es especialmente complaciente con dictaduras y autocracias. Y lo es a menudo sin que quede muy claro qué obtiene a cambio de defender cosas tan inmorales.
El discurso de los valores no aplica en la cuestión venezolana, por ejemplo, sino un cinismo explícito. El embajador español en Caracas presidió el chantaje y las coacciones que sufrió Edmundo González en la embajada española; González se vio forzado a abandonar el país.
El PSOE ha votado que no en el Congreso y en el Parlamento Europeo a reconocer a Edmundo como líder legítimo de Venezuela. Es un acto simbólico y sin efectos jurídicos; un poco como el reconocimiento del Estado palestino.
El Gobierno de Maduro ha secuestrado a dos ciudadanos españoles a los que acusa de preparar actos terroristas y el Gobierno mantiene un silencio sepulcral. Se cree que es una decisión consecuencia de las palabras de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que sugirió que Venezuela es una dictadura. La posición oficial del Gobierno al respecto es que ese debate es para politólogos (Albares dijo que no puede definir Venezuela como una dictadura porque «No soy politólogo ni catedrático»). Al Alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, no le ha costado mucho definir Venezuela como «un régimen dictatorial, autoritario, dictatorial». Dos veces dictatorial.
«Empatía con Palestina, donde el rol de España es mínimo, y abandono de los saharauis, que son responsabilidad de España»
No es el único régimen autoritario con el que el Gobierno tiene una relación de servilismo, a pesar de ser el actor más poderoso. En julio de 2021, Marruecos pidió la cabeza de la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, porque había coordinado la hospitalización del líder saharaui Brahim Ghali, que estaba enfermo de covid. El Gobierno español le hizo caso: una semana después, sustituyó a Laya por el actual ministro José Manuel Albares, que hizo su primer viaje oficial a Marruecos. Unos meses después, el Gobierno español cambió su estrategia con respecto al Sáhara Occidental y apoyó la propuesta de Marruecos, que consideró «la base más seria, creíble y realista para la resolución de esta disputa». Empatía con Palestina, donde España apenas tiene responsabilidades y su rol es mínimo, y abandono de los saharauis, que son responsabilidad de España en tanto que antigua metrópoli.
Como ese cambio de posición enfadó a Argelia, que apoya al Frente Polisario en el conflicto del Sáhara, el Gobierno cometió dos inmoralidades increíbles en pocos meses: devolvió a Argelia a dos refugiados políticos acusados de terrorismo en su país por haber denunciado la corrupción del régimen y exigido democracia. Ambos habían solicitado asilo en España y tenían el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional o incluso el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. Al llegar a Argelia, fueron encarcelados. El Gobierno los usó como peones para solucionar la crisis diplomática. Aquí, de nuevo, nada de valores: la realpolitik más visceral y cínica.
A veces es necesaria una diplomacia realista, pero ocurre como con la tecnocracia: su legitimidad depende de sus resultados. La posición realpolitik del Gobierno con respecto a Venezuela o Marruecos es moralmente delicadísima, y el Gobierno ha mostrado un desinterés notorio por cuestiones básicas de derechos humanos. ¿Qué es lo que gana España con esta actitud? No queda muy claro, y tampoco apacigua los chantajes de ambos regímenes. En el caso de Marruecos, cada vez resulta más claro que espió el teléfono del presidente Sánchez y varios ministros. Y el régimen persiste en su chantaje en la frontera, que abre y cierra a su gusto para permitir (y fomentar: muchas de las incursiones de los últimos años y meses han sido coordinadas por el Gobierno marroquí) la entrada de inmigrantes irregulares. Es un equilibrio incomprensible en el que siempre parece que el pez pequeño se come al grande.