Sánchez requirió su plan, y no hubo nada
«Sánchez funciona como un tiburón, necesita moverse, tomar decisiones, que en nada resuelven los problemas, pero hacen creer que lleva la iniciativa política»
Con mayoría relativa en una sola de las Cámaras, la presidencia intubada con respiración asistida y dependiente del soporte vital externo que condicionadamente le renuevan cada poco los grupos parlamentarios que lo sostienen, es comprensible que la única actividad legislativa relevante que promueva y saque adelante el Gobierno sea la que, precisamente, le exigen quienes lo mantienen en el poder. Un sostén con fecha de caducidad indubitada, pero a la vez imprevisible e improvisada, que ata la agenda legislativa no al interés general («Me importa un comino la gobernabilidad de España»: diputada Bassa -ERC- en sede parlamentaria), sino a los vaivenes que exija el desmontaje del ordenamiento constitucional que llevan esos partidos en su programa.
Así, en la última legislatura y lo que llevamos de la presente, salvo normas ómnibus que trasponen Directivas comunitarias en el límite de su aplicabilidad directa por inacción del Ejecutivo, las únicas leyes de alcance que la mayoría de Gobierno ha podido promulgar se han referido a la despenalización de los delitos cometidos por los dirigentes de los partidos que lo sostienen y a la amnistía de esos mismos líderes y de sus supporters sociales.
Muestra significativa de esta atrofia en la iniciativa legislativa, es la mera enunciación, el título de las normas que improvisadamente, para que el país no colapse, termina el Gobierno por aprobar vía Decreto-Ley. Verbigracia: «Real Decreto-ley 5/2023, por el que se adoptan y prorrogan determinadas medidas de respuesta a las consecuencias económicas y sociales de la Guerra de Ucrania, de apoyo a la reconstrucción de la isla de La Palma y a otras situaciones de vulnerabilidad; de transposición de Directivas de la Unión Europea en materia de modificaciones estructurales de sociedades mercantiles y conciliación de la vida familiar y la vida profesional de los progenitores y los cuidadores; y de ejecución y cumplimiento del Derecho de la Unión Europea». ¿Quiere Ud. fusionar dos sociedades en España? Pues busque entre las 224 páginas de la norma que regula las consecuencias de la guerra en Ucrania o de la erupción del volcán de La Palma.
Siendo evidentemente consciente Sánchez de su impotencia para aprobar normas de alcance, muta la acción de Gobierno sustituyendo la natural iniciativa legislativa por la aprobación de «planes». ¿Y qué es un plan? Pues un truco mediático sin valor normativo alguno con el que el Gobierno, a través de los canales de comunicación institucionales, reclama para sí el protagonismo político derivado de anunciar hoy un «amplio paquete de medidas», mañana «un ambicioso catálogo de reformas», etc. Un chamuyo, perejil de feria en realidad, pues la mayoría de esas medidas no se convertirá nunca siquiera en proyecto ni en proposición de ley. Ruido mediático que hace creer que el Ejecutivo gobierna, que toma medidas, que ataja los problemas sociales.
Tomen como ejemplo el recién salido del horno con el rimbombante nombre de Plan de Acción por la Democracia para reforzar la transparencia, el pluralismo y el derecho a la información. Si apartamos la hojarasca que ha generado en la prensa ¿Qué nos queda de verdadera acción de gobierno? Pues, literalmente, según la información oficial de Moncloa, «el Consejo de Ministros ha estudiado y aprobado un Informe de la Vicepresidenta del Gobierno sobre el Plan de Regeneración Democrática». La nada. Acuérdense del Plan de Acción para la Implementación de la Agenda 2030, o del defectuoso e inejecutado Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia.
«El plan para ‘regenerar la democracia’ nunca se convertirá en ley, como tampoco podrá aprobar los presupuestos generales este año»
Por supuesto, iba a cambiar -otra vez- el modelo productivo de España, «impulsando» -eso sí- «la transición verde, la transformación digital y el crecimiento inteligente, sostenible e inclusivo». Ha quedado en unos centenares de subvenciones mal dadas y veremos cuántas acaban en los tribunales. Otra muestra: la delirante entrevista (por decir algo) esta semana en el diario gubernamental por excelencia a la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz. Llegó la señora a alardear de no ejecutar uno de esos «ambiciosos paquetes de medidas» en su día anunciados a bombo y platillo: «Hay que regular el alquiler de temporada y el turístico ¿Eso lo está haciendo el Gobierno de España? ¡No!» -se respondió exclamativa a sí misma… Pero ahí ha estado, toda la semana en los medios.
Sánchez funciona como un tiburón, si se para se ahoga, necesita moverse, tomar decisiones, que en nada resuelven los problemas, pero hacen creer que lleva la iniciativa política. Ya sea diciendo que se toma cinco días de reflexión porque un juez investiga a su mujer (hasta fue a La Zarzuela a contárselo al Rey, como si fuera un mecanismo constitucional), ya sea para colocar a un cómico pueril en la televisión pública (fíjense el eco en los medios de semejante bagatela), para anunciar un concierto fiscal que es constitucional y económicamente inviable, o para presentar un plan para «regenerar la democracia» que nunca se convertirá en ley, como tampoco podrá siquiera aprobar los presupuestos generales este año.
Tiene escrito la profesora de Historia de la Universidad de Duke, Claudia Koonz, (La Conciencia Nazi: La formación del fundamentalismo étnico del Tercer Reich. Ed. Paidós, 2005) que era común denominador de los regímenes totalitarios clásicos, que el poder sustituyera las vías convencionales de participación política de los ciudadanos, lógicamente vedadas por no tratarse de democracias, por una aparatosa y constante performance de contenido político, monocolor por supuesto, pero muy participativa, donde la profusión de ligas, asociaciones y movimientos sociales de adhesión creaban la ilusión de estar tomando parte en los órganos de decisión.
Huelga absolutamente aclarar que no estoy comparando ese mecanismo pseudo participativo de las dictaduras con la perfectible forma de gobernar en la democracia española, pero no deja de haber con aquello una cierta analogía cuando a la omnipresente publicidad de la política que se hace desde el poder se la compara con la paralización real de la acción de gobierno.
Dicho cervantinamente, Sánchez, como en ocasiones anteriores, requirió esta semana su plan, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.