Maniobras sanchistas en la oscuridad
«Para Pedro Sánchez todo se supedita a su permanencia en el poder, a la supremacía de su capricho y a la soberbia de su concepto autócrata de sí mismo»
Se podría pensar que en una democracia parlamentaria como la que dice la Constitución que es España, la actividad política podría venir marcada, vigilada y exigida por los criterios parlamentarios más plausibles. Se atribuye a Antonio Maura, el que fuera hasta en cinco ocasiones presidente de gobierno, la frase de «luz y taquígrafo» como el ideal de claridad y transparencia en la vida parlamentaria y por ende en la vida política.
No son ni la claridad ni la transparencia valores que destaquen o que incluso pueden encontrarse en los años en que Pedro Sánchez viene siendo presidente de gobierno. Nunca ha sido la claridad, ni siquiera la verdad, un bien sagrado que haya defendido y buscado. Su enamoramiento adictivo de la mentira le ha convertido en todo lo contrario. Su palabra no la cree nadie. No ya sus oponentes políticos. Tampoco le creen muchos de esos antiguos correligionarios socialistas a los que ha sometido hasta convertirlos en súbditos a sus caprichos y necesidades y que asumen, sumisa y prusianamente todo lo que les ordena, aunque vaya en contra de los más profundos principios del socialismo, del progresismo o de la igualdad.
«No acaba de entender que los medios publiquen, que los jueces investiguen y que la oposición le pida explicaciones»
Da igual en qué momento se mire y da igual de lo que se esté hablando. Le da igual quienes sean sus interlocutores, le da igual los principios, los valores y sobre todo le da igual lo dicho. Para Pedro Sánchez todo se supedita a su permanencia en el poder, a la supremacía de su capricho y a la soberbia de su concepto autócrata de sí mismo. Tres criterios que ahora ve en riesgo por la presión que le supone desde hace meses los primeros indicios policiales y judiciales de escándalos en su gobierno, y lo que lleva peor, en su propio entorno familiar. No acaba de entender que los medios publiquen, que los jueces investiguen y que la oposición le pida explicaciones. Para una persona que tiene el máximo concepto de sí mismo, hasta niveles divinos, el que alguien le cuestione le altera y le enfurece. Para alguien que tiene un concepto patrimonial del estado nada le molesta más que el que se lo recriminen. Más allá de su adicción de nuevo rico al uso del Falcon, hay actitudes que son muchas más dañinas para un Estado de derecho.
Sería bueno recordarle a nuestro presidente que la fiscalía del estado no es un bufete, aunque se lo diga su fiscal general. Nunca en tiempos de democracia la fiscalía española ha vivido momentos tan vergonzantes por la sumisión e incluso entusiasmo activista de su cabeza a las políticas del ejecutivo. Algo parecido podría decirse de la abogacía del estado, que desde los primeros años sanchistas ha quedado reducida a un papel cada día más alejado de la defensa del estado. Si en su día fueron obligados a abandonar la acusación de rebelión para los procesados por el golpe del 17 en Cataluña, ahora se ganan la vida litigando en defensa no del estado sino de los intereses políticos y personales del presidente, llegando al culmen de llevar personalmente la denuncia de Pedro Sánchez contra el juez Peinado que investiga a su mujer por indicios de delitos de corrupción y tráfico de influencias.
Nada es sagrado democráticamente para nuestro presidente. Si hay que destrozar el Código Penal con la sedición y malversación, se destroza. Si hay que pisotear el Estado de derecho con la ley de amnistía, se pisotea. Si hay que romper la igualdad y la solidaridad entre españoles para privilegiar el concierto catalán, se rompe. Y siempre, en todos los casos, sin excepción, se miente previamente y se negocia a espaldas de la ciudadanía y de la claridad y de la transparencia. Los tres casos citados fueron en su día negados con soberbia, luego introducidos por sus palmeros, posteriormente defendidos desde una presunta soberbia intelectual y luego presentados en el Congreso a escondidas. O bien por enmiendas añadidas por la puerta trasera a proyectos que no tenían nada que ver o con votaciones de propuestas que eran parcheadas continuamente sin conocer el texto final hasta horas antes de la presentación.
Si usted escucha a Sánchez decir que el pacto singular fiscal para Cataluña es bueno para toda España, sepa que miente. No se puede calibrar el tamaño de la mentira porque ni siquiera se conoce con detalle en qué consiste. Si escucha a Sánchez decir que el resto de las comunidades autónomas también pueden tener una negociación singular como Cataluña, miente. Tarda semanas, pero al final les niega que vaya a hacerlo. Pronto negará incluso haberlo dicho. Ni una palabra de Sánchez despierta credibilidad.
Le gusta hablar de bulos, pero nadie los domina como él. Ahora se gusta como «regenerador de la democracia» pero nadie miente tanto como ese gobierno en el que se insiste en mentiras grandes, medianas y pequeñas. Le da igual que la realidad diga otra cosa, ni que la oposición le desmienta, ni que los verificadores le digan una y otra vez, por ejemplo, que Teresa Ribera no es la primera vicepresidenta española del Consejo de Europa, ni la personalidad española que más responsabilidad ha tenido. Siguen diciéndolo.
Sánchez es un personaje capaz de retorcer un Reglamento Europeo de Libertad de los Medios de Comunicación, aprobado en el Parlamento Europeo y, por tanto, de aplicación inmediata en España, cuyo fin era proteger a los medios de las presiones de los gobiernos, para convertirlo en una serie de medidas de control que lo que buscan es que su gobierno pueda controlar a los medios. Los principios loables y plausibles del Reglamento pueden acabar en sus manos transformadas en medidas contra los medios críticos con su gobierno. Especialmente aquellos que han osado informar sobre las actividades de su mujer, Begoña Gómez.
Hay que reconocer que no tiene reparos en pisotear todo acercamiento a la verdad en cualquier terreno que toque. Un personaje que es capaz de exigir la obligatoriedad de un debate del estado de la nación en el Congreso, como si alguien los hubiera prohibido y no hubiera sido él mismo el que en seis años de gobierno solo ha realizado uno. Lo mismo con las encuestas. Exige publicación de microdatos de las encuestas, algo que es práctica habitual, y sigue permitiendo la obscenidad recurrente de Tezanos con el CIS.
Estas maniobras «sanchistas» en la oscuridad han reducido a niveles máximos la transparencia de nuestra vida política. Su afirmación de que seguirá gobernando «con o sin poder legislativo» demuestran los fundamentos democráticos de un Sánchez más cercano de un régimen presidencialista confederal que de un régimen parlamentario autonómico. Se necesita luz y taquígrafos que se levanten sobre la inmoralidad de una forma de gobernar más cercana a los populismos que a las democracias.