THE OBJECTIVE
Antonio Caño

Sin olvidar Venezuela, presten atención a México

«López Obrador ha consumado un golpe que devuelve al país a la dictadura perfecta. España y Europa no pueden permanecer en silencio»

Opinión
13 comentarios
Sin olvidar Venezuela, presten atención a México

Mandatarios populistas, entre ellos López Obrador. | Ilustración de Alejandra Svriz.

La atención justificada que Venezuela tiene estos días en el debate político y los medios de comunicación españoles se contrapone con el silencio que se observa en ambos ámbitos respecto a otro país latinoamericano en el que en las últimas semanas se han dado pasos gigantescos para acabar con su democracia. Estoy hablando de México, donde el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sentado, poco antes de abandonar el poder, las bases para la creación de un sistema autoritario.

El pasado 11 de septiembre el Congreso mexicano acabó de aprobar, después de chantajes, sobornos y amenazas contra los opositores, así como una fuerte contestación en la calle, una reforma judicial que saca de sus puestos en un plazo máximo de dos años a todos los jueces y magistrados de todos los órganos judiciales del país para sustituirlos por otros de elección popular mediante un complejo y antidemocrático proceso que, de hecho, le garantiza al partido gobernante el control absoluto del poder Judicial. Para mayor garantía de ese control, se crean dos nuevas instituciones disciplinarias bajo la tutela del poder Ejecutivo.

«Se trata de la última y más grave medida tomada por López Obrador para consolidar su régimen antes de dejar su cargo a Claudia Sheinbaum»

Se trata de la última y más grave medida tomada por López Obrador para consolidar su régimen antes de dejar su cargo a la próxima presidenta, Claudia Sheinbaum, que arrasó en las elecciones de junio pasado a la sombra de la popularidad del propio López Obrador, quien se teme que pueda seguir detentando el poder desde fuera. Pero, antes de la reforma judicial, el presidente recorrió un largo camino de deterioro democrático y prácticas populistas que incluyeron los ataques a los medios de comunicación, la ocupación de las instituciones a su alcance y la deslegitimación de las que eran adversas, por no hablar del pacto encubierto con el narcotráfico en varias zonas del país.

México no sufre la represión y las restricciones a la libertad que se padecen en Venezuela, pero se aleja a toda velocidad de un modelo democrático en el que los ciudadanos decidan realmente la conformación del poder, lo que deja la puerta abierta a toda clase de arbitrariedades por parte del Gobierno en el futuro. Por razones de diversa índole, México tampoco fue durante el siglo pasado una dictadura similar a los regímenes militares que abundaban en el resto del continente. Fue un sistema autoritario de equilibrios de poder en la cúspide que Vargas Llosa bautizó con tino como «la dictadura perfecta», lo que no la libró nunca de la represión, la injusticia y los abusos.

Igual que Venezuela optó un día por Chávez con la promesa de dejar atrás la corrupción, México votó por López Obrador con la esperanza de acabar con la pobreza y los continuos atropellos de los que durante décadas han sido víctimas las clases populares del país. Es esa legión de hambrientos y maltratados la que lo ha mantenido en el poder hasta ahora y la que le ha firmado un cheque en blanco para usarlo a su antojo. Consciente de esa fuerza, López Obrador ha dividido a la nación, ha identificado a la clase media como el enemigo del pueblo y ha desatado una campaña de señalamiento de sus rivales para conseguir su cancelación y alejarlos para siempre del Gobierno. De forma sutil y desde dentro del sistema, López Obrador ha vuelto a poner en marcha la dictadura perfecta, consumada con la repetición del célebre dedazo.

Frente a esa realidad, resulta descorazonador el silencio no sólo por parte del Gobierno español, sino también de los partidos españoles -incluido el Partido Popular- y de la opinión pública española. La voladura de la democracia en México debería de ser una causa española, al igual que lo es la situación en Venezuela y en el pasado lo fueron las dictaduras de Argentina y Chile. España debería hablar con voz alta contra la reforma judicial en México y sus funestas consecuencias, y debería ser el país que defendiera la democracia mexicana en las instituciones europeas y abriera los ojos de Bruselas ante lo que está sucediendo en aquel país.

España tiene, antes que nada, la obligación moral de hacerlo. Pero, por si eso no basta, sería bueno recordar la importancia estratégica de México, con cinco mil kilómetros de frontera compartida con Estados Unidos, tanto para la política exterior de España como para las empresas españolas. En la época del PRI, México se amparó en una fachada revolucionaria y un lenguaje seudo izquierdista para burlar la presión internacional. Algo similar ocurre ahora, cuando López Obrador recibe a diario en España el aplauso de los mismos que elogiaban hasta hace poco a Venezuela y de otros que, en el fondo, sueñan con la posibilidad de poder algún día deshacerse de un plumazo de todos los jueces que les amargan la vida.  

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D