Enemigos del pueblo
«Sánchez ha tomado prestadas ideas poco benéficas como el patrón soviético de la disciplina en el partido, el culto al líder y la satanización del adversario político»
En apariencia, se trata del parto de los montes. Un plan pretenciosamente titulado «de regeneración democrática», en cuyos 31 puntos hay de todo, desde inocuas declaraciones sobre la transparencia en la acción del gobierno a menciones puntuales de fácil identificación -caso del previsible aval a las injurias a la Corona-, también medidas de rápida implantación al lado de otras inviables por los dos tercios requeridos para ser aprobadas. Pero la confusión es deliberada. Comentarios de todo signo han identificado pronto el origen de este patchwork, y más de uno ha ido más lejos. La acumulación de envolturas disimularía el verdadero objetivo: crear un escudo de protección para el Gobierno frente al cerco a que es sometido desde los medios por la sucesión de contradicciones en que incurre y de actos corruptos que le rodea.
El paso más se apoya en la visceral reacción de Sánchez al salir a la luz el caso de su esposa, sin cuidarse siquiera de establecer una clara divisoria entre su condición de marido y la de presidente. Utiliza todos los medios a su alcance como tal para destruir, no solo la imputación en curso, sino al magistrado que se atreve a plantearla. El principio es que solo desde la voluntad de atacar al presidente, cabe pensar que sean cometidas acciones delictivas en su entorno. Consecuencia: resulta imprescindible construir la muralla china que imposibilite la puesta en marcha de acusaciones semejantes, sirviéndose de la libertad de expresión. Como ya ocurre en los medios de prensa gubernamentales cuando alguien trata de criticar al poder, censura y a callar.
Por debajo de la coartada que busca refugio en la reglamentación de la UE, y de las protestas de buena voluntad para conocer el quién es quién en los periódicos, su financiación, la defensa del honor, para acabar distribuyendo dádivas, el fondo de la cuestión fue desvelado en las palabras de Bolaños. Existen «verdaderos medios de información», cuya aportación a la democracia el Gobierno conoce, y que serán ayudados, mientras que los «seudomedios» recibirán lo contrario. La buena prensa nada tiene que temer; la otra se lo pasará «regular».
El fundamento de tal declaración de intenciones reside en la idea, ya expresada por Sánchez al término de sus días de reflexión, de que se da un «desgaste» de nuestra democracia producido por una «máquina del fango», nuevo mantra multiuso que permite desechar de antemano cualquier crítica, etiquetada de bulo, de ataque sin fundamento contra él y su gobernanza progresista. Tal cosa afectaría ya gravemente a nuestra sociedad, es «un virus» que debe ser eliminado, recurso habitual en el pensamiento reaccionario para reprimir sin argumentos. Y la solución no ofrece dudas: resulta urgente «intervenir en los medios».
Fiel a su estilo, Pedro Sánchez no pretende someterse al juicio ajeno, que pudiera cuestionar, no solo tan dramática situación, sino la responsabilidad de que la misma exista. Su juicio es imperativo, no admite discusión alguna. Esta tarea toca al círculo de medios afines, y en esta ocasión la asume, bajo el título de Los fantasmas de la derecha, desde el diario oficial, un político con más que notable ejecutoria, Nicolás Sartorius, autor este año de La democracia expansiva, ensayo valioso donde presenta el entendimiento entre demócratas y conservadores como clave de los avances registrados en Europa y también para hoy. Solo que a la hora de preguntarse por la situación española al respecto, las culpas solo caen de un lado. Tal es el eje del aludido artículo, donde trata de cimentar la política gubernamental en ciernes sobre los medios, pasando revista a los fantasmas, los montones de bulos, lanzados por nuestra derecha contra los principales logros de Sánchez, en la cuestión vasca, sobre Cataluña y ante la inmigración.
«El esfuerzo de Sartorius es útil para comprobar que el balance positivo de Sánchez solo se tiene en pie con medias verdades»
El esfuerzo de Sartorius es útil sobre todo para comprobar que ese balance positivo de la política de Sánchez solo puede tenerse en pie a golpe de medias verdades. Así una cosa es reconocer que exista un partido legal, hijo de ETA, y otra ignorar que no ha renegado de sus orígenes, ni reconocido lo que supuso el terror. El fantasma sigue, dueño del castillo. En cuanto al gran éxito de Cataluña, no cabe ignorar el coste de la operación, ni lo que acaba de explicar Juan Carlos Burniel en El Confidencial, sobre la nueva forma del procés, inaugurada por el pacto con ERC hacia la plena soberanía catalana y la desagregación del Estado. Y de la inmigración, vista solo desde el ángulo de la exigencia humanitaria, mejor no hablar. La detección de fantasmas y bulos fabricados por esa derecha, nuevo fantasma amenazador en Europa y en España, desemboca en una exposición involuntaria de las insuficiencias y los vacíos de una política.
No importa. A pesar de la fragilidad de la denuncia de los bulos, tanto Bolaños como Sartorius se ven autorizados para esgrimir, a favor del gobierno, el criterio constitucional que servirá de base al intervencionismo: la exigencia de veracidad en las informaciones, consignada el artículo 20 de la Constitución.
El único inconveniente reside en que es precisamente el Gobierno quien de modo sistemático sustituye información por manipulación. Hasta practicarlo como una obra de arte, estos días mismo, sobre el episodio venezolano. Vale la pena reconstruirlo, al modo de las películas de detectives, aun cuando resulte aburrido.
Partamos de un acontecimiento reciente. El viernes, Sánchez le dijo a Mahmud Abbas que reconoció al Estado palestino porque «era justo», en una ceremonia diseñada como contrapunto de su su estrategia. En la forma y en el fondo. Ahí está la bien disimulada labor de zapa en Bruselas, coronada por el éxito de darle la vuelta a la inicial condena del fraude electoral por el grupo socialista en la UE. El reconocimiento del verdadero resultado de las elecciones en Venezuela no debía ser justo, o tal vez se trataba de otra cosa. De modo que al imponerse en el Parlamento Europeo el reconocimiento de Urrutia, contraviniendo la voluntad de Pedro Sánchez, la posición de la UE fue denunciada por nuestros medios oficiales y oficiosos, como la de un grupo de fachas liderados por el PP. Al estilo de Caracas. Para los 58 eurodiputados socialistas que votaron contra Maduro, para la posición del presidente de Chile que no es de Vox, para la también nítida de Josep Borrell, silencio made in Moncloa.
«Lo importante era machacar al PP después de su doble victoria, en el Congreso y en el Parlamento Europeo»
Lo importante era machacar al PP después de su doble victoria, en el Congreso y en el Parlamento Europeo, y la mezcla de radicalidad y de inconcreción en las declaraciones de González Pons sirvió de munición para el contraataque. Pons apuntó bien y disparo mal. No tocaba hablar de «golpe de Estado» sin explicación alguna ni datos que abonaran la acusación de «complicidad». Ante la brecha abierta, bastaba para el Gobierno con apelar al opositor refugiado para que avalase la conducta de su protector, y en concreto del embajador español, desautorizando así al PP, aun cuando éste habló de «complicidad» de Madrid, no de que el embajador hubiese coaccionado a Urrutia.
Daba igual. Y nada influyó en el punto final del Gobierno que Urrutia hubiese denunciado «las horas de coacciones, chantaje, presiones» a que le sometió el clan de los Rodríguez para que firmara, haciendo fotos, grabaciones, en la casa del embajador impunemente, a lo largo de dos días, a veces con él mismo presente, y todo ello producto de la mediación de Zapatero, leal al chavismo.
A pesar de tantas anomalías y de lo que indica la rotunda oposición del PSOE en Bruselas al voto anti-Maduro, el Gobierno dicta que nadie puede sospechar acerca de sus responsabilidades en esta crisis. Sin explicación de conjunto sobre la propia actuación, en momento alguno. Desautorizado el PP e historia acabada, sentencia Bolaños. Sin responder a la temprana apreciación de Borrell: «La salida de Urrutia es una mala noticia para la democracia en Venezuela».
Observación adicional. Nada más ilustrativo y penoso para confirmarlo que las imágenes de los dos esbirros del tirano campando a sus anchas en el recinto diplomático español, con el embajador de testigo del chantaje. Aunque como espectáculo desolador para la democracia le supera la magistral ceremonia de deslegitimación de la victoria de González Urrutia, ejecutada por Pedro Sánchez durante el paseo por el jardín de la Moncloa. Sin recepción visible. Y también con fotografía, a la que no hace falta añadir la firma de rendición. No en la cara de Urrutia, sino en la expresión conmiserativa del humanitario protector. Compárese con la recepción ofrecida a Mahmud Abbas. Uno vende, el otro no. El cinismo político de Sánchez carece de límites, pero no de eficaces recursos técnicos para incidir sobre la opinión.
«No hay, pues, información veraz desde el Gobierno, sino manipulación permanente»
No hay, pues, información veraz desde el Gobierno, sino manipulación permanente y, en consecuencia, nuestro Gran Jefe dista de ser ajeno al «mar de mentiras en que vivimos» (Sartorius). Es más, presidencia –Sánchez y su ejército de asesores- contribuye decisivamente a la desinformación que lo genera, con una coherencia tal que incluye la imposición de un neolenguaje -el fango, los bulos- que sustituye el razonamiento por la adhesión de masas. Un lenguaje acuñado para la guerra política, en el mismo sentido del nacional-socialismo, no dirigido nunca a explicar, sino a destruir al adversario. Volveremos sobre ello.
Un último fantasma de la derecha, digno de ser desterrado, es la acusación al «sanchismo» de comunismo, manifiestamente errónea. Su lugar está en el marco del populismo. Ello no impide que en su camino hacia la autocracia, Pedro Sánchez haya tomado préstamos de ese arsenal de ideas poco benéficas, tales como el patrón soviético de la disciplina en el partido, un culto ilimitado a la personalidad del Líder Máximo y la satanización del adversario político, las derechas vistas como enemigos del pueblo, con quienes no se convive, sino a los que se extermina. Los totalitarismos aquí se tocan. Nicolás Sartorius debiera conocer bien el precio pagado por la izquierda desde 1917 al asumir esa herencia, operativa ya en las palabras de Sánchez, y por eso tener en cuenta que aquí y ahora la amenaza viene del bestial Maduro, con tantos amigos en la casa, antes que de Marine Le Pen. Claro que una vez vaciada la democracia, cualquier salida irracional se vuelve factible.