La historia emocional de las naciones
«La proliferación de los cesarismos autocráticos como modelos políticos de éxito es otra consecuencia del momento antiamericano que vivimos»
La historia emocional de los países es un relato bipolar en el que alternan los periodos eufóricos con los periodos depresivos. Cuando llegué a los Estados Unidos por primera vez, a comienzos de los noventa, el optimismo se respiraba en la sociedad. Ya no era la época del Vietnam ni del desafío japonés y la Guerra Fría había llegado a su final con la estrepitosa derrota de la URSS. La crisis del petróleo de los años 70 había pasado al olvido y la abundancia traída por la reaganomía activaba el sistema circulatorio de la economía americana. Más adelante llegaría Clinton, que quiso encauzar el momento propicio del ciclo monetario. Mi amigo González Férriz ha escrito un documentado ensayo sobre el papel del optimismo en aquella década prodigiosa, que parecía haber clausurado la historia. O, al menos, eso pretendía.
Ya en nuestro siglo, la rueda de las emociones volvió a girar tras el ataque a las Torres Gemelas y el gran estallido financiero provocado por las hipotecas subprime. En una divertida viñeta de la revista The New Yorker, un cliente pedía desde la barra de un bar al camarero que le sirviera una nueva burbuja para salir de la depresión de aquellos años. Pronto habrán pasado dos décadas desde que se declarase la madre de todas las crisis económicas modernas, que el llorado Pedro Solbes negó en un famoso debate televisivo con Manuel Pizarro. La historia va y viene, a veces de forma sorprendente y otras de un modo irremediable.
Ahora, con la llegada de China al mercado global, el famoso politólogo de Harvard Joseph S. Nye se pregunta si no estamos ante el final del imperio americano. Nye es optimista, aunque señala los puntos débiles de la pax americana que ha regido durante estos últimos cien años. En realidad, la única respuesta honesta debería ser admitir que no lo sabemos y que el viento nos conduce adonde quiere. Observemos las enseñanzas que nos ha dejado la guerra de Ucrania poniendo en duda muchas de las premisas con que trabajaban los estrategas militares hasta hace nada: el papel decisivo de los drones, por ejemplo.
Para Nye, la superioridad yanqui se sustancia en una demografía favorable, en la creatividad de su economía y en la incontestable ventaja científica y tecnológica dentro de las áreas de vanguardia, además de sus reservas energéticas y una privilegiada situación geográfica. Pero alerta acerca del debilitamiento de un concepto acuñado por él: el soft power, que no deja de ser la vieja auctoritas de los romanos, es decir, el saber socialmente reconocido; o, si se prefiere, la influencia cultural sobre distintos pueblos y naciones.
«En Europa y en América asistimos al retorno de los populismos y a la pérdida de prestigio de la democracia liberal»
¿Se ha debilitado el soft power americano con la llegada de China al mapa de los imperios mundiales y la propensión al extremismo ideológico que parecen mostrar los Estados Unidos? Es posible. En este sentido, Peter Thiel comentaba hace un tiempo que se observa un descenso en el interés por lo anglosajón entre los jóvenes japoneses, por hablar de una cultura asiática altamente proclive al mundo occidental. La proliferación de los cesarismos autocráticos como modelos políticos de éxito es otra consecuencia del momento antiamericano que vivimos.
En Europa y en América asistimos al retorno de los populismos y a la pérdida de prestigio de la democracia liberal. El peligro es evidente, pero ¿qué época no viene marcada por los riesgos de la libertad? Incluso en el tiempo mítico del jardín del Edén, fue la libertad lo que puso en marcha la historia. No podemos pensar que ahora será distinto. Al contrario, el futuro sólo depende de nosotros. Y la posición de Occidente –nuestros valores, nuestro mensaje, nuestra prosperidad– sigue contando con activos a su favor.