THE OBJECTIVE
Carlos Padilla

A los pederastas les encanta la burocracia

«Entre la escrupulosa salvaguarda de los derechos y la elefantiásica lentitud de un Estado, debería haber un término medio»

Opinión
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A los pederastas les encanta la burocracia

Momento del documental.

La historia, contada someramente, es aberrante. Un apellido francés lleva días ocupando titulares en España, Pelicot. Viene del violador Dominique Pelicot, viene de la víctima, Gisèle Pelicot, que en esa costumbre de tantas naciones lleva el apellido del marido al que hace tiempo, descubierta la verdad, llaman el monstruo de Mazan. Bien saben —¿acaso hay alguien que lo desconozca? — que una mujer francesa empezó a encontrarse cada vez peor, acudió a los servicios médicos, busco respuestas a sus aflicciones. No se encontró nada en los exámenes médicos, no hubo una radiografía clarividente, la que despejó la incógnita fue la Policía.

«Tendré que contarle algo que no le va a gustar, Madame». Tras detener a Dominique, pillado in fraganti mientras grababa a mujeres por debajo de sus faldas en un supermercado, el horror llegó de golpe y en una cantidad de difícil digestión. Las decenas de violaciones mientras Giséle, drogada por su esposo, ignoraba todo. Tipos corrientes que acudían avisados por una web a la cita, mientras que Dominique solamente miraba. Es eso que, descubro leyendo a Arcadi Espada, podría encajar, aunque aquí de una manera aberrante, en lo que los ingleses llaman cuckolding, o sea, la parafilia de ver cómo tu pareja mantiene relaciones sexuales con otro. Y digo aberrante y por supuesto criminal porque aquí esa pareja, madame Pelicot, nunca dio su consentimiento para tal práctica.

Sobre la dignidad y el pundonor de la señora Pelicot, y cómo ha renunciado al anonimato «para que la vergüenza cambie de bando», en cuanto a la condena final de un caso ya histórico para Francia, y los cimientos sociales, judiciales, políticos que pueda remover este asunto irán escribiendo más—con casi toda seguridad, mejor—decenas de analistas. Lo que en todo caso nos parecería indignante, llenaría plazas, quemaría contenedores, encendería airados cabreos en platós, sería que el violador Pelicot, una vez condenado, siguiera libre. Que golpeado el mazo, vista la sentencia, el parafílico Pelicot, condujera su coche, fuera a por el pan, visitara los parques y silbara canciones cuando la tarde se va muriendo.

No les hablo ahora de un violador a la espera de condena, pero sí de un pederasta ya condenado, Lluís Gross, que anduvo libre por su pueblo con una sentencia que le castigaba a casi 24 años de prisión por abusar sexualmente de tres menores e intentarlo con otro más. Mientras el caso Pelicot ocupaba horas de televisión pude ver el trabajo de Carles Tamayo, Cómo cazar a un monstruo, una serie documental soberbia sobre un tipo aparentemente encantador. Una de estas personas mayores que gozan de la ternura que provoca el paso del tiempo en el ser humano, y que escondió durante toda su vida una perversión sexual enfermiza, quizá la peor de todas, ser un pedófilo. Y consumar sus fantasías, es decir, ser un pederasta.

«Retrata Tamayo en pantalla la impunidad con la que se permite vivir como uno más a quien es un peligro público»

Gross, famoso en la localidad catalana de El Masnou por regentar pequeñas salas de cine, fue un hombre libre cuando no debería haberlo sido. Retrata Tamayo en pantalla la impunidad con la que se permite vivir como uno más a quien es un peligro público. Se ve cómo sigue manteniendo contacto con menores, cómo no acepta ninguno de los casos ya probados, cómo jamás pide perdón o muestra debilidad alguna. Llegamos a visualizar al pederasta, ya acorralado por una sentencia firme, en su huida de la policía, escondido durante varias jornadas en casa de unos amigos. Tan solo es detenido cuando el propio equipo de la docuserie, al citarse con él, llama a los Mozos de Escuadra. Mozos cuyo papelón en el momento de atrapar al pederasta —véanlo si pueden—da idea de lo poco que le debió costar a Puigdemont huir de Cataluña.

A los tipos como Gross les protege la burocracia. Una enfermedad de avance lento, pero imparable para esta España siempre a medio hacer. Es ese papeleo infecto que pone trabas, provoca tedio, no da soluciones. La burocracia que en todos sus niveles complica la vida. Entre la escrupulosa salvaguarda de los derechos y la elefantiásica lentitud de un Estado, debería haber un término medio. Comparado, el que un pederasta tarde meses en entrar en la trena al hecho de ver a un autónomo perdiendo la vida para un papeleo, resulta insignificante lo segundo. Aunque todo surja de una misma raíz. Nadie pagará nada porque el pederasta siguiera libre tanto tiempo tras su condena, aunque sea exasperante una ineficacia tan dolorosa.

Enchironado Gross, a la espera de que nada parecido ocurra en el caso Pelicot, deberían sus señorías en España hacer una reflexión que para eso su sueldo llega con puntualidad suiza. Una reflexión sobre un mal que padecen, en diferentes grados, los españoles. Podrían reutilizar el ínclito nombre de la última idea del Gobierno para algo más serio y profundo. Por la regeneración democrática y burocrática. Una de verdad.

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