¿Mayoría política o voto de censura?
«El PP no contribuye de manera suficientemente intensa a que los ciudadanos asuman que existe una alternativa política que es más atractiva y mejor»
Es bastante fácil entender que la dirección del PP haya sufrido un auténtico shock tras no haber alcanzado la investidura tras las últimas elecciones. Es algo más difícil comprender que no acaben de deshacerse del esquema mental con el que hubieron de asumir la derrota efectiva y me refiero a su escasa predisposición a admitir que, en buena medida, la decepción que han sufrido se debe a errores propios y de fondo que tendrían que corregir.
Como les parece que el PP no tiene nada que aprender de nadie ni tampoco de sí mismo (y por eso retrasan una vez más el Congreso que debieran celebrar conforme a sus Estatutos) han optado por seguir la política de oposición que se basa en exclusiva en tratar de convencer a los electores de lo perverso que es Pedro Sánchez. Al actuar así son incapaces de caer en la cuenta de que el problema está en que puedan seguir siendo mayoría los españoles que prefieran persistir en la perversidad sanchista sin estar dispuestos a reconocer ni que sea tanta ni que sea peor que su contraria.
Que Sánchez es un desastre y que su Gobierno está siendo una calamidad duradera es algo que no me suscita la menor duda, y lo mismo le ocurre, sin duda, a millones de españoles, cada vez a más. Cabe esperar, por tanto, que los electores acaben dando la espalda a Sánchez y a todo lo que representa, pero me parece que el papel que está jugando el PP no contribuye de manera suficientemente intensa a que los ciudadanos asuman que existe una alternativa política que es más atractiva y mejor.
Tal vez me equivoque, pero creo que el PP está pensando todavía en apurar las oportunidades que le ofrece la agónica situación en que se encuentra Sánchez, como si estuviese a su alcance revertir el resultado de la investidura, sin dedicar un esfuerzo significativo a poner en pie un proyecto político nuevo y atractivo. Esta actitud no le deja espacio para estudiar en serio y con rigor lo que nos afecta a los españoles y hacerse capaz de proponer remedios creíbles.
Me parece que una de las razones que hacen difícil que el PP pueda lograr una mayoría suficiente es el alto número de españoles que piensa que, al final y de ganar, el PP haría una política no muy distinta de la que está haciendo la izquierda. Es, por cierto, lo que pasó con Rajoy al que la actual dirección del PP sigue paseando como si representase algo de lo que debe presumir. Sin embargo, los errores de Sánchez están siendo tan abundantes y desastrosos para quienes tienen la capacidad de discernir la realidad de sus descaradas mentiras y su oportunismo desorejado que hasta los años de Rajoy pueden parecer modélicos, pero mejor sería tener la capacidad de ofrecer algo distinto.
«Hay por delante reformas políticas imprescindibles para evitar que España se convierta en el enfermo terminal de Europa»
Mientras haya españoles que piensen que el PP es una organización cuyo único fin es colocar a sus dirigentes sin que les importe ni poco ni mucho cuál haya de ser el programa político que debieran poner en marcha será muy difícil que los electores que definen el resultado, los que en una ocasión pueden votar a unos y en otra a sus adversarios, decanten claramente el resultado a favor del PP. Tiene que resultar descorazonador sospechar que el PP tiende a hacer lo mismo que la izquierda, aumentar las prohibiciones y el gasto público, aunque parezca hacerlo con un cierto disimulo.
Hay por delante todo un panorama de reformas políticas imprescindibles para evitar que España se convierta en el enfermo terminal de Europa, y esas reformas tienen un denominador común que es tomarse en serio las exigencias de una democracia liberal, fortalecer las instituciones que mantienen el pluralismo y su independencia, la división de poderes, y es muy difícil que eso pueda hacerse sin que el PP se proponga ser ejemplar y empezar las reformas por su propia organización, haciendo posible un partido abierto, participativo y con democracia interna.
A un partido que sea fiel al ideal constitucional, que no sea una organización que trabaje en exclusiva para su propio beneficio, le tiene que preocupar más su funcionalidad política que su éxito, lo que equivale a decir que cualquier partido tendrá mayores posibilidades de éxito no cuanto más se empeñe en ganar, sino cuando sea capaz de ser más funcional y eficaz para abordar los problemas del conjunto de la sociedad española.
La izquierda suele suplir su falta de democracia interna y su encastillamiento con el recurso a la mística, pero el PP hace ya mucho que renunció a cualquier devoción fundamental, cosa que algunos tratan de sustituir apropiándose de los valores constitucionales que debieran ser patrimonio común, aunque sea lamentablemente cierto que, ahora mismo, no lo son. En esa circunstancia es razonable que el PP defienda los principios constitucionales, pero tiene que ofrecer algo más, porque esos principios no bastan para definir la política de un partido de centro derecha o liberal/conservador si se prefiere.
«Ante una sociedad como la española, cuyo centro derecha sociológico es muy plural, el PP debe ser un partido muy abierto y capilar»
Ante una sociedad, como la española de 2024, cuyo centro derecha sociológico es muy plural, al PP no le cabe otra solución que ser un partido muy abierto y capilar, pero esa conveniencia choca con la cultura política dominante que es la de abierta sumisión a lo que haga y diga la cúpula del partido que no responde ante nadie, asunto agravado ahora, por cierto, por la profunda división territorial a la que ha conducido en la práctica la puesta en marcha del Estado de las Autonomías.
A la izquierda le ha ido muy bien la fijación compulsiva en el enemigo, la creación de una imagen extrema y maniquea de una derecha, y la difusión de un clima de polarización política y social, maniobra en la que el PP no debería incurrir con ingenuidad y por descuido, pero de la que no acaba de acertar a liberarse. Todo su esfuerzo, tanto por razones de principio como estratégicas y tácticas, tendría que dirigirse a forjar una nueva mayoría basada en ideas muy distintas a las que se tienen por indiscutibles y es muy obvio que nada de eso puede lograrse por mero rechazo al sanchismo.
El cinismo con el que funciona Sánchez, que es capaz de defender lo indefendible y de hacer de la mentira un argumento moral, hace casi imposible y, desde luego, poco rentable tratar de discutir con él en sus propios términos. Hace falta salir de ese terreno, pero eso exige un esfuerzo denodado en descubrir y propalar un lenguaje político nuevo y en afrontar los problemas de verdad que afectan a los ciudadanos para tratarlos en términos racionales, con sinceridad y con apertura a los distintos intereses en conflicto. Eso es la política, mientras que ahora mismo la antipolítica consiste en enredarse en la maraña demagógica que edifica Sánchez tratando de ver si hay algún hueco que permita beneficiarse de sus ceremonias de la confusión y del fingimiento.