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Francesc de Carreras

¿Cuándo empezó el independentismo?

«El ‘procés’ sigue. Estamos en la fase del concierto fiscal (y realmente ‘singular’) y de ceder secretos de Estado a quienes quieren destruirlo»

Opinión
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¿Cuándo empezó el independentismo?

Una 'estelada', símbolo del independentismo catalán. | Archivo

La historia del catalanismo se conoce mal, en Cataluña y en el resto de España. En primer lugar hay un problema de léxico: ¿catalanismo significa lo mismo que nacionalismo? ¿El nacionalismo siempre es independentista? La respuesta a estos interrogantes nos ayudaría a comprender lo que está pasando ahora y cómo podemos llegar a un acuerdo para solucionar ese inacabable enfrentamiento que tanto perjudica a todos. En este artículo plantearemos sólo una cuestión: ¿cuándo empezó el independentismo catalán en la Cataluña democrática?

Con carácter previo, dejemos claro que el enfrentamiento del que hablamos no creemos que sea entre catalanes y españoles: las diferencias se producen entre los residentes en Cataluña y entre residentes en el resto de España, sea cual sea en ambos casos su lugar de nacimiento y su sentimiento de pertenencia si es que lo tienen: algunos nos consideramos cosmopolitas y sólo estamos seguros de que pertenecemos primordialmente al género humano, es decir, no somos ni animales (irracionales), ni vegetables, ni minerales. 

Dicho esto, en el resto del artículo intentaremos responder a una pregunta: ¿cuándo empezó el independentismo catalán en la Cataluña democrática? ¿En 2012, en 2017, en 1980, ahora? Para responder con exactitud debemos efectuar algunas precisiones.

Desde la Transición, e incluso en los años anteriores, ha habido independentistas en Cataluña, es decir, aquellos que no se conforman con la autonomía política que le permite la Constitución sino que desean una ruptura con España porque por la razones que sean -culturales, históricas, identitarias, egoístas, etc- consideran se trata de realidades diferentes y cada una de ellas tiene derecho a un Estado propio. 

En la constituyente de 1977 el diputado Barrera, de ERC, sostuvo que España debía configurarse como una Confederación, un pacto entre comunidades autónomas, en la que la soberanía debía residir en éstas y no en el conjunto del pueblo español. Quedó en franca minoría -sólo le apoyó Francisco Letamendía de Euskadiko Esquerra- y en los sondeos de opinión de la época, los partidarios de la independencia eran alrededor de un 20% de catalanes, bastante más que los votantes de ERC. 

«La autonomía y su desarrollo en el primer Estatuto era el comienzo de un camino que les debía llevar al final, a la independencia»

¿Qué significaba este desfase? Que un buen porcentaje de independentistas votaban a otros partidos que en su programa se mostraban partidarios de la autonomía -a Convergència y a Unió, quizás también al PSUC y al PSC- por cuestión de oportunidad pero no de convicción: todavía no era el momento de pedir la independencia sino que había que «catalanizar» mucho más Cataluña, había que aumentar el número de votantes independentistas y no dar pasos en falso. Entonces debería pedirse la independencia. 

Sin duda entre estos estaba Jordi Pujol y su círculo más cercano, además de muchos republicanos y escritores e intelectuales catalanistas repartidos entre los demás partidos citados. En las manifestaciones, los convergentes  coreaban un lema que lo ilustra perfectamente: «Avui paciència, demà independència» (Hoy paciencia, mañana independencia). La autonomía de la Constitución y su desarrollo en el primer Estatuto era el comienzo de un camino que les debía llevar al final, a la independencia.

Mientras tanto, lo que debía afrontarse desde la Generalitat era lo que se suele denominar la «construcción nacional de Cataluña», su catalanización, un terrible palabra antiliberal con resabios totalitarios. A ello dedicaron sus esfuerzos los gobiernos presididos por Jordi Pujol hasta 2003: hubo sin duda gestión pública pero sobre todo hubo catalanización ideológica, su agenda oculta. Desde la Generalitat se pusieron en marcha una serie de procesos, puede decirse incluso que el hoy llamado procés comenzó entonces como se puede sostener también que la Transición en España comenzó con el Plan de Estabilización de 1959.

Esta construcción nacional implicaba que desde el Estado se intervenía en la sociedad mediante diversos procedimientos y estrategias:

 a) Dividir a los ciudadanos de Cataluña en catalanistas y españolistas, a estos últimos se les fue denominando progresivamente anticatalanes.

b) La cultura catalana debe quedar reducida a la cultura en lengua catalana: ello se proyecta especialmente en la escuela, en la producción editorial y en los medios de comunicación públicos, con el tiempo también los privados mediante la concesión de ayudas y subvenciones. 

c) El catalán es considerado en el Estatuto como la lengua propia de Cataluña, dejando al castellano relegado a lengua impropia y foránea.

d) El Estatuto de 1979 es insuficiente para las auténticas necesidades de Cataluña: el victimismo frente a lo que denominan Madrit, símbolo de España, forma parte de todo el discurso de los políticos nacionalistas y de la propaganda que emiten los medios de comunicación públicos. 

«El nuevo estatuto se aprueba en 2006 con el voto a favor del 37% de ciudadanos. Un fiasco»

e) La Generalitat penetra en la sociedad civil para controlarla y se crea una trama -política, económica y cultural- que ayuda a los catalanistas y castiga a quienes son considerados por el poder como españolistas. Las élites se pliegan mansamente a estas presiones como antes se habían plegado al franquismo. 

El resultado de todo ello es la llamada en sociología «espiral del silencio»: el miedo ha surtido efecto, todos callados. Ya estamos a fines de siglo, también a fines de la era Pujol, la paciencia para muchos se ha terminado y hay que dar el paso a la independencia. Ello se produce entre el año 2000 y 2003: el primer gobierno tripartito -PSC, ERC e IC- es su producto más acabado. A pesar de ser un Gobierno nominalmente de izquierdas -sin Convergencia- su único objetivo es un nuevo Estatuto, que nadie pedía, que nadie sabía en qué debía consistir y que se aprueba en 2006 con el voto a favor del 37% de ciudadanos. Un fiasco.

Había que dar otro paso y ese lo da ERC y lo recoge Convergencia, siempre con la colaboración necesaria del PSC y de IC (el equivalente a IU), es decir, de la llamada izquierda. Ese paso se formula de la manera siguiente: la independencia no es sólo necesaria por una cuestión de identidad sino también por el maltrato económico y social que da España (sic) a Cataluña. Se expresa con este lema: «España nos roba». La independencia nos liberará de esta España opresora que nos impide no solo «ser quiénes somos» (desde el punto de vista identitario) sino también ser un Estado rico y próspero. 

«En septiembre de 2012 Convergencia cree que es el momento de dar el paso a la independencia. Allí comienza el ‘procés’»

Por todo ello, en septiembre de 2012 Convergencia cree que es el momento de dar el paso a la independencia y así lo proclama el 11 de septiembre. El nacionalismo se unifica. Allí comienza el procés propiamente dicho: la soberanía reside en el pueblo catalán y tenemos derecho a decidir. Después vienen los acontecimientos: el pseudoreferéndum del año 2014, el de 2017 que sirve a Puigdemont para proclamar la independencia, la aplicación del artículo 155 y el proceso, los indultos y, finalmente la amnistía, que viene a decir que los independentistas son unos pobres angelitos que no cometieron golpe de Estado alguno y a los que se les debe restituir su dignidad. 

¿Cuándo empezó el procés?, nos preguntábamos al principio. Hay dos respuestas doctrinales: una, en 1980; otra en 2012. Escojan ustedes. En todo caso, el procés sigue. Estamos en la fase del concierto fiscal (y realmente «singular») y de ceder secretos de Estado a quienes quieren destruirlo. Todo se acelera, va cada vez más rápido. Pero estemos tranquilos: Salvador Illa es presidente de la Generalitat. Ocupar cargos es más importante que defender principios

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