THE OBJECTIVE
Guadalupe Sánchez

Indigenismo y anticapitalismo

«El indigenismo latinoamericano ha sido cooptado por el populismo anticapitalista, convirtiéndolo en un ariete más contra las democracias»

Opinión
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Indigenismo y anticapitalismo

La presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum. | Reuters

Que nadie se llame a engaño, porque la actual corriente indigenista en América Latina poco o nada tiene que ver con la justicia histórica ni con la reivindicación de derechos ancestrales o étnicos. Al igual que ha sucedido con el feminismo identitario, el indigenismo latinoamericano ha sido cooptado por el populismo anticapitalista, que lo ha convertido en un ariete ideológico más contra las democracias liberales occidentes. El desprecio de Sheinbaum al Rey de España por no haber pedido perdón por la conquista de México en nombre de nuestro país no debe analizarse sólo en clave bilateral, sino geopolítica.

El indigenismo contemporáneo se alinea con corrientes políticas radicales antisistema, que plantean un falso antagonismo entre capitalismo y democracia y que, con un desprecio absoluto de la verdad histórica, recurren al victimismo etnicista para construir un enemigo exterior que tribalice el voto. No ocultan su profundo desprecio por el modelo liberal sustentado en la separación de poderes. Tampoco su coqueteo con el antiatlantismo que promueve una desconexión de Occidente. Las reivindicaciones de justicia social que abanderan estos movimientos etnonacionalistas son la coartada y el pretexto para consolidar proyectos de poder totalitarios.

Países como Bolivia, bajo el liderazgo de Evo Morales, ejemplifican esta instrumentalización autoritaria del indigenismo. Morales, el primer presidente indígena del país, no tardó en utilizar la causa étnica para legitimar un proyecto autoritario que, lejos de empoderar a las comunidades originarias, las utilizó como un peón en el tablero político. La retórica anticapitalista y antioccidental se convirtió en la base de su discurso, mientras que en la práctica se consolidaba un modelo de poder autocrático, en detrimento de las libertades democráticas y los derechos civiles. Su discurso ante los jefes de Estado de la Unión Europea el 14 de julio de 2013 es buena muestra de ello: un batiburrillo victimista construido sobre la desinformación y el desprecio al concepto de libertad occidental.

En Venezuela, el «proceso bolivariano» emprendido por Hugo Chávez y consolidado por Nicolás Maduro han seguido un camino similar en la estrategia de polarización social, fusionando la narrativa indigenista con una retórica anticapitalista que representaba a Occidente como las oligarquías victimarias que se encuentran en la raíz de todos los males del país. Recuerdo vivamente cómo, allá por 2007, el chavismo entretenía a las masas a uno y otro lado del océano a cuenta de su confrontación con el Rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana: «Hace 500 años, desde Madrid imperial salió la orden: que se callen los indígenas originarios de América Latina. Y los callaron, pero cuando les cortaron la garganta». La falaz retórica sobre un inexistente colonialismo hispano intentaba ocultar un proceso de colonización institucional implacable y real que ha llevado a Venezuela a la degradación económica, social y democrática y la ha convertido en un país arruinado por el socialismo demagogo y violento.

No quisiera dejarme en el tintero el etnocentrismo peruano promovido en la sombra por el chavismo en su intento de consolidar una «internacional bolivariana». Surgió como un movimiento paramilitar que gustaba exhibir simbología de corte fascista en los uniformes para identificarlos con la raza originaria, mientras clamaban por la «globalización de la guillotina contra los corruptos». Uno de sus líderes, Ollanta Humala, alcanzó la presidencia de Perú.

«Las carencias intelectuales de López Obrador no desmerecen su eficaz capitalización moral del victimismo etnicista»

México ha emprendido el mismo camino, me temo. Las carencias intelectuales de López Obrador no desmerecen su eficaz capitalización moral del victimismo etnicista, que escenifica de forma efectista mientras se nos escapa lo importante: el desmantelamiento del sistema de contrapoderes mexicano que subyace tras la reforma judicial aprobada recientemente. Antonio Caño publicó hace unos días una clarividente columna en THE OBJECTIVE que les animo a leer si no lo han hecho ya.

Pero no se puede entender el fenómeno sin recordar que el etnonacionalismo anticapitalista latinoamericano hunde sus raíces en el peronismo, que disfrazó de justicialismo social un populismo nacionalista de corte fascista que, paradójicamente, reivindica la izquierda occidental pretendidamente antifascista. Porque el comunismo y el fascismo confluyen en el anticapitalismo, el obrerismo, el colectivismo y el consecuente desprecio por las libertades individuales. 

Dado que el libre mercado y las democracias liberales han demostrado su eficacia para combatir la pobreza y la desigualdad ante la ley, el socialismo y el comunismo han reemplazado la lucha de clases por la de sexos o la étnico-racial, disfrazando su profundo anticapitalismo de medio ambientalismo decrecentista y su antisemitismo de reivindicaciones humanitarias. Una corriente que ha germinado en Latinoamérica y que lleva ya años echando raíces en Europa, ante la ceguera -cuando no complicidad- de los burócratas de Bruselas. 

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