A veces llegan cartas… que es mejor no responder
«Hace bien el Gobierno de España en no reaccionar al desplante. Mejor es esperar a ver a qué obedece la pertinaz impertinencia de los narcogobernantes mexicanos»
Estuvo muy acertada la Casa Real en su día al no contestar la carta de Andrés Manuel López Obrador (alias AMLO) en la que el entonces recién nombrado presidente de México, le reclamaba «educadamente» al rey de España que pidiera perdón a su país por las atrocidades de la Conquista.
Una carta así, además de un anacronismo (¡está el teléfono!), era una provocación tan evidente como una tarántula en un plato de nata. El objetivo de la provocación no se conoce. Pero desde luego no respondía a un arrebato espontáneo. Puede ser que simplemente quisiera López Obrador posar de gallito, fungir de retador y desafiante, mostrarse como dolorido patriota que planta cara a un poder secular; podría ser que tal fuese el motivo de su impertinencia, ya que, como es sabido, el de retador contra el poderoso (aunque los poderes de Felipe VI son muy limitados, casi simbólicos) es un disfraz muy agradecido y resultón en todas partes.
También Artur Mas envió una carta a Mariano Rajoy para pedir el cupo vasco, que le sirvió de excusa, o para cargarse de razones (Rajoy tampoco contestó, a pesar de que yo le sugerí que enviara respuesta con Miguel Strogoff, el correo del zar: no sé para qué escribo), para poner en marcha el golpe de Estado.
O acaso a Amlo (le rebajo de las mayúsculas, que son antipáticas) le interesaba retar retóricamente a España, en nombre de sus paisanos, para tender, a coste cero, una cortina de humo sobre asuntos más graves que laceran México, empezando por la corrupción política y policial, la industria del narcotráfico, la impunidad del 95% de los numerosos crímenes que allí se cometen o el estado de servilismo y miseria en que vive buena parte de la población, ni siquiera censada dos siglos después de proclamar la independencia. Por cierto que sólo dos décadas después de que se independizase de España nuestro país hermano, con el que tantos y tan afectuosos vínculos nos unen, perdió gran parte de su territorio: Texas, Nuevo México, California, Arizona, anexionados por los Estados Unidos… sin que Amlo enviase una carta a Trump, presidente entonces del vecino del norte, reclamando educadamente la devolución de los vastos territorios birlados.
Sea por lo que sea, a López Obrador le interesaba mucho que el Rey contestase a su impertinente misiva. Cómo contestase, era lo de menos. Si, sometiéndose a su reclamación, el Rey de España presentaba excusas en nombre de la nación (cosa insensata, entre otros motivos porque Felipe pertenece a la dinastía Borbón, no a la Austria, que conquistó América), entonces Amlo habría podido replicar que bien están las buenas palabras, pero no bastan, deben ser respaldadas por hechos (cálculo de agravios, reclamación de indemnizaciones, etc).
«Al no contestar la carta, todas las expectativas de la provocación quedaron felizmente defraudadas»
Si, por el contrario, el Rey contestaba a la carta negando o minimizando tales agravios, entonces se podría montar un debate largo, agrio, con gran participación de historiadores de parte, que le permitiría a Amlo inventarse una polémica y concitar el apoyo del orgullo nacional.
Al no contestar la carta, todas esas expectativas de la provocación quedaron felizmente defraudadas. Hizo bien el Rey en atenerse al británico «never explain, never complain» o sea a lo que en castizo se llama dar la callada por respuesta.
Ahora, en castigo por la tremenda «soberbia» del silencio, no se le ha cursado invitación a asistir a la ceremonia de entronización de Claudia Sheinbaum, la sucesora de Amlo. Eso que se ahorra el Rey, y el Gobierno, pues estas ceremonias son bastante ingratas y aburridas, aunque siempre en la cena más solemne encuentras a alguien divertido con el que reírte de la pompa y de los discursitos. Aunque yo ahora escriba de ella, la «no invitación» es una «no noticia», se trata sólo de otro gesto para llamar la atención y provocar debates estériles y absurdos.
En este sentido, creo que hace bien el Gobierno de España en no reaccionar al desplante mostrando tremenda indignación, en no llamar a capítulo al embajador del imperio del crimen, en no romperse la camisa. Mejor es esperar a ver a qué obedece –sin duda, a nada bueno- la pertinaz impertinencia de los narcogobernantes mexicanos.